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Mis Mejores Errores

Mis Mejores Errores

Status: En proceso
Genre:Malentendidos / Elección equivocada / Traiciones y engaños / Reencuentro / Dejar escapar al amor / Romance entre patrón y sirvienta
Popularitas:1.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Milagros Reko

Alison nunca fue la típica heroína de novela rosa.
Tiene las uñas largas, los labios delineados con precisión quirúrgica, y un uniforme de limpieza que usa con más estilo que cualquiera en traje.
Pero debajo de esa armadura hecha de humor ácido, intuición afilada y perfume barato, hay una mujer que carga con cicatrices que no se ven.

En un mundo de pasillos grises, jerarquías absurdas y obsesiones ajenas, Alison intenta sostener su dignidad, su deseo y su verdad.
Ama, se equivoca, tropieza, vuelve a amar, y a veces se hunde.
Pero siempre —siempre— encuentra la forma de levantarse, aunque sea con el rimel corrido.

Esta es una historia de encuentros y desencuentros.
De vínculos que salvan y otros que destruyen.
De errores que duelen… y enseñan.
Una historia sobre el amor, pero no el de los cuentos:
el de verdad, ese que a veces llega sucio, roto y mal contado.

Mis mejores errores no es una historia perfecta.
Es una historia real.
Como Alison.

NovelToon tiene autorización de Milagros Reko para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 12- "La Lista de Nombres y sus Ecos"

Capítulo 14: La Lista de Nombres y Sus Ecos

Alexander cruzó la puerta del despacho de su padre con paso firme, casi marcial, con la carpeta apretada bajo el brazo. Para él, aquel simple objeto era más que papel: era un instrumento de poder, una señal de control absoluto sobre destinos laborales y carreras que él podía decidir truncar con un par de movimientos calculados. Richard levantó la vista de unos informes esparcidos sobre el escritorio, sus ojos recorriendo la figura de su hijo con una mezcla de curiosidad y algo de preocupación.

—¿Qué llevas ahí? —preguntó, señalando la carpeta con el dedo—. ¿Otra de tus “revoluciones” de las que me hablas siempre?

Alexander sonrió, un gesto medido, preciso, que no llegaba a sus ojos.

—No, padre. Esta es más… definitiva —dijo con voz firme—. La lista de empleados que seleccioné para el “proyecto especial”. Son aquellos que, digamos, ya no encajan del todo con la dirección que queremos tomar.

Richard frunció el ceño y tomó la carpeta, hojeando los nombres con cuidado. Su mirada se detuvo en algunos con especial atención, y un signo de desaprobación se dibujó en su rostro.

—¿Por qué ella? —dijo, señalando un nombre en particular, como si el simple hecho de escribirlo en la lista lo hiciera tangible y doloroso—. ¿Estás seguro de que es necesario?

—Porque ya cumplió su ciclo —respondió Alexander, encogiéndose de hombros con frialdad—. La empresa necesita aire fresco. Nuevas ideas, nuevas caras… renovación.

No era aire fresco. Era una sentencia disfrazada de estrategia corporativa. Cada nombre en esa carpeta representaba un destino que él podía decidir en un instante. Cada sonrisa perdida, cada preocupación, cada pequeño logro se reducía a un simple “ya no encaja”.

—¿Estás seguro de esta lista? —la voz de Richard adquirió un tono firme, casi amenazante—. Una mala decisión puede costarnos caro, Alexander. No solo en términos económicos, sino también en moral, en reputación.

—Sí, padre —replicó Alexander con una confianza que rozaba la arrogancia—. Son prescindibles. Podemos justificarlo como parte de la reestructuración. Nadie cuestionará la decisión. Nadie recordará sus nombres en unas semanas.

Richard suspiró, con la mirada fija en la carpeta, como si pudiera ver más allá del papel y las cifras, más allá de la estrategia, hasta lo que quedaba de humanidad en el lugar. Finalmente asintió.

—Perfecto. Llama a Robert. Quiero su opinión antes de dar el paso final.

---

Cuando Robert entró, su andar era pausado, medido; su presencia irradiaba años de experiencia y un respeto silencioso que pocos podían igualar.

—Robert, viejo amigo —saludó Richard con calidez—. Gracias por venir tan pronto. Quiero hablar contigo sobre algo importante.

Robert se sentó, atento.

—¿Qué sucede, jefe?

Richard caminó hacia la ventana, observando la ciudad antes de responder:

—Se trata de los despidos. Alexander quiere reducir personal como parte de una reestructuración. Pero quiero conocer tu opinión.

Le entregó la carpeta. Observó con cuidado, deteniéndose en cada nombre, como si cada uno fuera un objeto delicado que pudiera romperse con la presión equivocada. Al llegar a los nombres de Almita y del joven prometedor que la acompañaba en la oficina, sus ojos se estrecharon y una mueca de incredulidad cruzó su rostro, al ver dos nombres subrayados.

—¿Ella? ¿Estás seguro, Richard?

—Sí. Será una de las primeras —respondió el CEO con tono definitivo.

—Pero... ella es amable, servicial. Hace muy bien su trabajo —insistió Robert, incómodo.

—Lo lamento. Pero hay que tomar decisiones difíciles. La empresa lo exige.

Robert suspiró.

—Bueno… si no queda otra opción.

Richard pasó al siguiente nombre:

—Y él… Sé que invertiste tiempo en entrenarlo como tu reemplazo. Podemos reubicarlo, si aún te sirve.

Robert fingió meditarlo, aunque por dentro estaba tranquilo. No soportaba la idea de que alguien lo eclipsara.

—No me sirve en ningún sector —mintió con naturalidad—. Puedes reubicarlo o despedirlo. Me da igual.

El CEO lo miró unos segundos y asintió:

—Muy bien. Entonces, está decidido. Ambos serán despedidos antes de fin de mes.

Robert sonrió en silencio. A veces, el poder se ejerce sin hacer ruido.

---

Mientras tanto, en el bullicioso sector de Mercado Libre, Rocío rondaba más de lo habitual cerca de Alan. Sus insinuaciones ya no eran disimuladas.

—Me encanta tu risa, Alan —susurró, acercándose demasiado—. Me hacés sentir viva.

Alan, incómodo, trataba de responder con amabilidad, pero su jefe apareció justo a tiempo.

—Alan, vení conmigo.

Rocío sintió la mirada de desaprobación del jefe y, herida en su orgullo, salió del lugar de un portazo.

Al cruzar el vestíbulo, un sonido la detuvo: un sollozo apagado. Giró hacia recepción. Allí estaba Alma, con lágrimas en los ojos, doblando un pañuelo en las manos.

—¿Qué pasa? —preguntó Rocío, acercándose.

—Me despidieron —dijo Alma, con la voz quebrada—.

La oficina que había sido su hogar durante años, Almita recibía la noticia que nadie desea escuchar. Un llanto contenida se escapó de la recepción justo a las tres de la tarde, cuando la fría voz de Robert:

—Tu puesto ha sido eliminado. Hoy es tu último día.

No hubo explicaciones, no hubo consuelo. Solo palabras medidas, frías, directas al núcleo de la realidad. Cada paso hacia su escritorio se volvió más pesado, como si la oficina misma intentara retenerla, como si cada pared, cada teclado, cada pantalla le suplicara que no se fuera.

Sus compañeros la miraban con sorpresa y tristeza; algunos intentaban sonreír, otros bajaban la mirada. Rocío caminó junto a ella en silencio, ofreciendo compañía sin palabras, dejando que Almita experimentara su dolor sin interferencias, pero con presencia constante. Cada objeto que Almita colocaba en su caja parecía cargar con años de recuerdos: notas adhesivas con bromas compartidas, carpetas repletas de proyectos, tazas de café que habían acompañado incontables pausas, conversaciones y risas.

El ambiente estaba cargado. El murmullo de los teclados, las llamadas telefónicas, todo el ruido cotidiano de la oficina se había reducido a un eco lejano. Era como si el espacio mismo contuviera la respiración, consciente de que un hilo invisible estaba a punto de romperse.

Almita tomó su laptop por última vez, acariciando la pantalla como quien se despide de un viejo amigo. Sus ojos recorrieron a cada compañero, buscando algo que decir sin palabras. No necesitaba hablar: su dignidad, su fuerza silenciosa y la tristeza contenida en su mirada hablaban por ella más que cualquier discurso.

—Nos vas a hacer mucha falta —susurró Alan, incapaz de sostener la mirada—. No solo como colega… sino como parte de nosotros.

Rocío, quien usualmente se contenía, permitió que la emoción la sobrepasara. La abrazó sin dudar, y las lágrimas brotaron de manera inevitable. Almita las dejó correr también, sintiendo un alivio extraño en el contacto, mientras el resto de la oficina observaba en un silencio respetuoso. Nunca antes ese lugar había parecido tan grande y vacío, tan luminoso y frío al mismo tiempo.

Cuando cruzó la puerta por última vez, el eco de sus pasos resonó como un golpe seco, un recordatorio de la ausencia que dejaba. Nadie habló durante un largo instante; el vacío de Almita llenaba el espacio, un vacío tangible que ni la rutina ni la prisa podrían reemplazar.

No era simplemente un despido. Era una pérdida profunda, silenciosa y devastadora. Una de esas ausencias que se sienten en el aire, que dejan un antes y un después marcado en cada rincón, en cada gesto, en cada mirada. Y mientras la puerta se cerraba detrás de ella, todos comprendieron, en un instante que no necesitaba palabras, que la oficina jamás volvería a ser la misma.

Alexander, lejos de todo esto, veía su obra cumplida. Para él, la lista había funcionado tal como planeó. Para los demás, la realidad era otra: un eco de nombres y memorias que resonaría mucho después de que los papeles fueran archivados, mucho después de que las lágrimas se secaran, mucho después de que los teclados volvieran a teclear. La ausencia de Almita sería sentida, no solo como la falta de una empleada eficiente, sino como el vacío de humanidad que, en ocasiones, ninguna estrategia corporativa puede reemplazar.

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Milagros Reko
me gusto
Yoichi Hiruma
Quiero más, no te detengas😣
Laelia
Deseando que publique mas cap ahora mismo
Milagros Reko: ¡Muchas gracias por tu comentario! Me hace feliz saber que estás disfrutando de la novela. ¡El próximo capítulo llegará pronto!
total 1 replies
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