Leya es obligada por su madrastra a casarse con el hijo de los Foster, Edgar.
El joven de 33 años se esconde del mundo después del engaño de su futura esposa.
Sin embargo Leya descubre la verdadera identidad de Edgar...
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1: Debe de ser una broma de mal gusto
— ¡¿QUÉ?! NO PUEDES HACER ESO!!
Madison rió al ver a Leya explotar de rabia.
—Claro que puedo hacerlo mocosa impertinente. Yo ya lo hice.
Leya tragó saliva de la rabia. Vió el deseo de pegarle a Madison y abofetearla hasta dejarla inconciente pero solo apretó sus puños y los dientes.
Al lado de Madison, estaban sus hermanas que sonreían triunfantes.
— Al fin nos deshaceremos de esa estúpida.
—Un monstruo con otro monstruo. Una pareja perfecta.
Las risitas de sus hermanastras empeoraron la situación. Leya agarró un cojín y lo aventó hacia ellas.
— Eres una maldita bestia!!!¿¡cómo te atreves!? Nunca nadie se casará contigo y así es como me lo pagas? Maldita desgraciada!!
Las lágrimas de Leya se hacían presentes por la rabia.
— ¡¡¡Solo te interesa el dinero que recibiste!!!
— Y un millón es demasiado para una niña como tú. Vé a empacar tus cosas, esos idiotas pasarán por ti enseguida.
—¡¡¡LAS ODIO!!! OJALÁ NUNCA MÁS LAS VUELVA A VER!!!
—Eso espero- dijo Madison sonriente-.
Leya subió las escaleras hasta su habitación. Sentía como su corazón se partía en miles de pedacitos.
No tenía mucha ropa, solo tenía unas cinco prendas y dos pares de calzado, desde que Madison se casó con su padre y éste se fue, Leya tenía que soportar todo un sinfín de trabajos en la casa.
Leya quería enamorarse y soñaba con casarse con una persona que sintiera lo mismo. Tenía 28 años y nunca había podido tener novio por culpa de su madrastra.
Mientras lloraba por haber sido vendida para casarse con un chico enfermo, ya había agarrado todas sus pertenencias.
Sintió a Madison gritarle.
—Leya!! Ya están aquí!!! Ya baja!!!!
Bajó las escaleras con angustia por lo que iba a encontrar en su nueva vida. Vió a sus hermanastras y madrastra con una sonrisa grande, y al lado dos personas nerviosas intentando sonreír.
—Hola. —Dijo sin ánimos al llegar a ellos —.
¿¡Qué tipo de padres pagarían tanto por su hijo!? Leya pensaba que a pesar de qué iba a ser su futura esposa, sería más una sirvienta.
Quería tener sus esperanzas intactas, pero jamás pudo salir de esa miserable trayectoria. Parecía estar sentenciada a ser infeliz.
Coco se acercó con un ladrido meneando sus orejitas peludas.
Miró a su madrastra agarrando al cachorro.
—¿puedo llevarmelo?
—Si llévate al perro. -dijo con crueldad -.
— Pero mamá... —sollozaron las hermanastras —.
—Hijas no necesitamos a ese saco de pulgas ... Ya pueden llevársela
La mujer dijo con voz dulce.
—¿Estás... lista cariño?
Leya la miró. Sintió que su corazón se encogía y asintió con la cabeza.
El señor le agarró la maleta y Leya los siguió.
El auto que esperaba afuera era de lujo, antes de entrar en el le dió un vistazo a la casa , aquella que había comprado su padre y qué se la había obsequiado al morir su madre.
Madison se había encargado de esconder esos papeles, y dar lugar a otros falsos.
Leya suspiró hondo. Madison y sus hermanastras salían por la puerta con una cara sonriente despidiéndose.
Leya las miró con odio y entró al auto.
No tenía caso que se resistiera.
Le había tocado casarse con alguien que no conocía y que estaba enfermo.