El Cuarteto del Infierno
En una cabaña cercana a la mansión Shadow, cuatro figuras se reunían bajo la penumbra de la noche. Jhonatan, un vampiro de alto rango, ingresó con paso firme y realizó una reverencia ante la líder del grupo.
Albedo, la cabeza del Cuarteto del Infierno, lo observó con una sonrisa serena pero llena de autoridad. Sus ojos azules brillaban con una intensidad fría, su piel pálida contrastaba con su largo cabello negro y su altura imponente la hacía destacar entre los suyos.
—Ya era hora —dijo con voz calmada—. ¿De qué se trata esta vez?
Ximena, la más peculiar del grupo, jugueteó con un peluche entre sus manos, sonriendo con un aire travieso.
—Sí, cuéntanos —murmuró con entusiasmo—. Nos estamos aburriendo.
Charlotte, con su cabello rubio y mirada inquisitiva, cruzó los brazos con evidente impaciencia.
—Vamos, Jhonatan, habla de una vez —espetó con fastidio.
Jhonatan sonrió con un aire de superioridad y tomó asiento.
—No sean impacientes. El amo nos ha encomendado una tarea especial.
Los ojos de Albedo se entrecerraron con sospecha.
—¿Y bien?
—Quiere algunas… mascotas —respondió con una sonrisa enigmática.
Albedo arqueó una ceja.
—¿Mascotas? ¿Nos está pidiendo que le llevemos perros? ¿Qué somos, la perrera?
Ximena soltó una risita mientras hacía girar su peluche en el aire.
—No suena tan mal… Tal vez podamos jugar con los perritos un rato.
Charlotte meditó por un momento antes de preguntar:
—¿Los quiere vivos o muertos?
—Vivos. Parece que los necesita como perros guardianes —aclaró Jhonatan.
Albedo sonrió, mostrando sus afilados colmillos en una expresión perturbadoramente divertida.
—Solo el amo Belial podría domesticar a esas bestias… —susurró con tono malicioso—. Vamos de cacería.
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El peso de la ausencia
Habían pasado dos días desde que las heridas de Losert sanaron. Retomó su rutina y volvió a la escuela, pero algo lo inquietaba.
Sentado en su pupitre, con los brazos cruzados, observó el asiento vacío frente a él.
—Aún no ha llegado… —murmuró.
Ryujin, que había estado observándolo en silencio, sonrió con complicidad.
—Esperas a Lisha, ¿verdad?
Losert desvió la mirada y se sonrojó levemente.
—Sí… Tengo que hablar con ella.
—¿Puedo saber por qué?
Losert se sonrojó aún más, bajando la mirada.
—Quiero que me explique por qué rompió conmigo…
Ryujin suspiró y se estiró en su asiento.
—Ah, ya veo… Bueno, suerte.
Losert lo miró con incredulidad.
—¿Eso es todo lo que dirás?
Ryujin encogió los hombros con indiferencia.
—No tengo experiencia en esas cosas. Nunca he tenido novia.
Losert se relajó un poco y suspiró.
—Lo siento, estoy algo tenso.
—Tranquilo. Solo habla con ella. Es como pelear con un hermano…
Losert soltó una breve carcajada.
—Bueno, en ese caso no tengo idea de qué decir. No tengo hermanos.
Ryujin rió también, pero luego su expresión se tornó pensativa.
—Qué afortunado… Yo tengo una hermana, aunque hace mucho que no la veo…
Se detuvo de golpe y frunció el ceño.
"¿Por qué demonios le hablé de algo tan personal?"
Losert no pareció notarlo. Miró por la ventana con una expresión distante.
—Antes… tal vez te hubiera dicho que quería saber cómo se siente tener un hermano. Pero algo cambió en mí. No sé qué fue… O mejor dicho, ya ni siquiera lo recuerdo. Pero hubo alguien… alguien que calmó la soledad en mi corazón.
Un silencio incómodo se instaló entre ambos. Ryujin lo observó con atención antes de preguntar:
—Esa soledad que mencionas… ¿tiene algo que ver con tu odio hacia los doctores?
Losert apretó los labios y se puso serio.
—Supongo… —exhaló lentamente antes de continuar—. Desde que tengo memoria, siempre estuve solo. Mis padres son médicos y aman su trabajo más que a su propio hijo. Nunca tuve a quién contarle mis problemas. En la primaria, cuando me molestaban, no me quedaba más opción que soportarlo. Eso continuó hasta la secundaria…
—¿Y qué pasó después?
—Tuve un solo amigo… alguien que me tendió la mano. Pero hace un año desapareció de mi vida. Desde entonces, no he sabido nada de él.
Ryujin lo miró con seriedad.
—¿Por qué no intentas hablar con tus padres una vez más?
Losert dejó escapar una risa amarga.
—Se fueron a Estados Unidos. Dejaron una nota en la mesa y desaparecieron. Ni siquiera se despidieron.
Apretó los puños.
—Por eso odio los hospitales.
Ryujin suspiró.
—Lo lamento… No debí hacer que recordaras eso.
—No te preocupes —respondió Losert, esbozando una sonrisa cansada—. Se me pasará.
Las clases continuaron con normalidad hasta que, durante el receso, un alboroto en el patio captó su atención.
—Ah, es verdad… —dijo Ryujin de repente—. No salgas al patio, Losert.
—¿Eh? ¿Por qué?
Ryujin lo miró con seriedad.
—Si William te ve, no te dejará en paz. Desde tu derrota, se ha posicionado como el más fuerte de la escuela.
Losert suspiró, apoyando la cabeza en su mano.
—Ese título… ni siquiera sé cómo lo obtuve. No lo recuerdo…
Antes de que pudieran seguir conversando, los gritos desde el patio aumentaron.
Intrigados, salieron del aula. La escena que encontraron los dejó helados.
William sostenía a un chico de tercer año por el cuello, levantándolo con facilidad.
—Fíjate por dónde caminas, idiota —espetó con desprecio.
El chico intentó hablar, pero apenas podía respirar.
—L-Lo siento… No volverá a pasar…
William sonrió con sadismo.
—Sí… eso lo sé.
Antes de soltarlo, le propinó un puñetazo en el estómago. El chico cayó de rodillas, tosiendo con dificultad.
Losert le susurró a Ryujin:
—Vámonos de aquí.
—Sí…
Pero William ya los había visto.
—¡Vladis! —llamó con tono burlón—. Justo el que quería ver.
Losert se detuvo, pero no respondió.
—Últimamente andas muy callado… ¿Te habrás vuelto cobarde después de tu derrota?
Losert entrecerró los ojos.
—¿Quieres algo o solo vienes a molestar?
William rió con burla.
—Quiero terminar lo que empezamos. Después de clases, en el callejón detrás de la escuela.
—No tengo tiempo para juegos.
William sonrió con malicia y bajó la voz.
—No es un juego. Si no vienes, me aseguraré de que vayas. Puedo buscar a tu chica otra vez.
Ryujin bufó y dio un paso al frente.
—Veo que no hiciste caso a mi advertencia aquella noche.
William se encogió de hombros con indiferencia.
—Si tanto quieres protegerlo, hazlo. Pero el plato principal sigue siendo Vladis.
Ryujin sonrió de lado y respondió sin dudar:
—Está bien, pelearé yo primero.
Losert lo miró con sorpresa.
—¿Estás seguro de esto?
Ryujin suspiró y le dio una palmada en el hombro.
—Tranquilo, ya sabes lo que dicen: perro que ladra no muerde.
William sonrió con diversión antes de darse la vuelta.
—Los estaré esperando.
Dicho eso, se marchó, dejando tras de sí una tensión que ninguno de los dos podía ignorar.
Continuará…
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