Capítulo 15. Ama a otra persona.

Al llegar al campamento, todos bajaron de los autobuses, incluyendo a Darre, quien había permanecido dormido sobre el hombro de Henrik durante todo el recorrido. Estiró las piernas y los brazos al mismo tiempo que miraba por doquier, buscando el lugar donde se hospedarían. No obstante, el sitio era solo un claro rodeado de árboles.

—¿Qué buscas? —le preguntó Sanet—. Olvídate de las cabañas o casas de campo —dijo antes de que Darre pudiera responder—. Estamos aquí para un entrenamiento de una semana; será para probar la resistencia de todos los presentes.

—Pero yo no estoy en el ejército —recalcó Darre con molestia.

—No sé por qué el almirante te trajo, pero debes aguantar porque esta es la primera parada. Avanzaremos conforme pasen los días.

Sanet le dedicó una sonrisa socarrona y se unió al reto de los soldados que bajaban el equipaje. Darre buscó con la mirada a Henrik; esto no era parte del plan. Él no estaba preparado para el entrenamiento físico que tenían los alfas de élite, ni para sobrevivir a la intemperie y en condiciones climáticas drásticas.

Sus ojos se movieron furtivamente en busca de su prometido. Henrik estaba del otro lado, con un grupo de personas que antes había conocido como instructores: tres hombres y dos mujeres alfa. Darre se abrió paso entre los jóvenes soldados y carraspeó fuertemente la garganta detrás de Henrik, quien volteó al instante, pero regresó rápidamente la vista hacia sus compañeros.

—Eso será todo, no olviden revisar las pulsaciones, la resistencia y la fortaleza de los miembros de su equipo. Encárguense de que revisen bien su equipo, no quiero una sola falla.

—¡Sí, señor! —respondieron al unísono.

—Bien, vayan a desempacar y a armar el campamento.

Henrik se giró hacia Darre, encontrándose con una mirada de enfado completo.

—¿Y bien? —preguntó elevando una de sus cejas.

—Dormirás en la tienda al lado de la mía. Yo la armaré, no tienes que hacer nada. —Henrik pasó a su lado sin esperar ningún reproche, pero, vamos, es Darre; claramente tendría alguna objeción.

—No soy ninguno de tus soldados, Henrik, no tengo por qué aguantar en este lugar —mencionó Darre mientras caminaba detrás del alfa—. Además, ¿por qué estoy aquí? No debiste traerme. Este no es un lugar para un omega.

—Mi padre omega estuvo en el servicio militar; no son débiles en absoluto. —Darre se quedó pasmado por lo dicho. Nunca había sabido de un omega que hubiese servido en la milicia. Pero aun así, él no tenía entrenamiento.

—Como sea, yo no quiero estar aquí, así que regrésame a la civilización.

—Imposible —Henrik sacó dos mochilas grandes del compartimento del autobús y las lanzó sin precaución. Después sacó el equipaje de Darre—. No podemos regresar; pronto oscurecerá y no quiero ponerte en peligro.

—En peligro ya estoy. ¿No ves que estamos en medio de la nada? A saber cuántos animales salvajes hay por aquí.

—Estás rodeado de militares; estoy muy seguro de que estás a salvo.

Darre bufó, claramente frustrado, y decidió que discutir con Henrik no lo llevaría a ninguna parte. En lugar de eso, comenzó a caminar hacia donde los demás soldados estaban armando sus tiendas. Observó cómo trabajaban en equipo, con eficiencia y rapidez, y se sintió aún más fuera de lugar. Sus habilidades no se alineaban con las exigencias de este ambiente hostil.

Henrik, mientras tanto, había terminado de armar su propia tienda y la de Darre. Volvió a buscar a su prometido y lo encontró mirando el proceso de instalación del campamento con una mezcla de interés y desconcierto.

—Vamos, te mostraré dónde vas a dormir —dijo Henrik, tomando a Darre del brazo con suavidad, pero con firmeza suficiente para guiarlo sin discusión.

Darre lo siguió, todavía molesto pero resignado. Al llegar a la tienda, Henrik le mostró el interior, que aunque austero, estaba lo suficientemente preparado para proporcionar algo de comodidad.

—Mira, sé que esto no es lo que esperabas, pero necesito que confíes en mí. Esto no es solo un entrenamiento físico; es una oportunidad para que entiendas lo que significa mi mundo.

—¿Tu mundo? —repitió Darre, incrédulo—. Henrik, tu mundo es un campo de batalla, no es el mío.

—Lo sé, pero estamos juntos en esto. Y si vamos a estar juntos, necesito que comprendas por qué hago lo que hago.

Darre suspiró, mirando a Henrik a los ojos. Había amor allí, sí, pero también una determinación férrea que no había visto antes.

—Está bien, pero no prometo que no me quejaré —dijo finalmente Darre, esbozando una leve sonrisa.

—Eso ya lo daba por hecho —respondió Henrik con una sonrisa propia, besando la frente de Darre antes de salir de la tienda para continuar con sus responsabilidades.

Cálido. El beso fue demasiado cálido.

La noche cayó rápidamente, y el claro se iluminó con las luces de las linternas y las hogueras que los soldados habían encendido. Darre se sentó cerca de una de las fogatas, observando cómo todos parecían tener un propósito, una tarea clara que cumplir. Sintió una punzada de inseguridad y preguntó en voz baja:

—¿Qué se supone que debo hacer yo aquí? Debería estar en un bar o en otro lugar, menos aquí.

Una de las mujeres alfa, que había estado supervisando a su grupo, se acercó a él con una sonrisa amable.

—Aunque no lo puedas creer, el almirante te quiere mucho, por eso te trajo aquí —dijo la mujer mientras le ofrecía una bebida caliente. Darre agarró la bebida y se cobijó aún más con la manta.

—Estoy sufriendo en un lugar lleno de bichos, con el clima descendiendo cada vez más, sin una cama cálida ni una ducha con agua caliente. ¿Eso es querer? —ella rió y Samuel bufó, molesto.

—Hay distintas maneras de demostrar amor. El almirante ha elegido una un tanto extraña, pero te conoce. No podía permitirse dejarte solo por una semana.

Él bebió el café caliente en silencio. Sabía de qué estaba hablando esa persona; él no era demasiado discreto, a decir verdad. Le sorprendería que alguien no conociera su fama de promiscuo.

—Estoy casada y mi esposa tendrá a nuestro hijo en un par de meses —esa declaración dejó a Darre confundido. Ellos no se conocían, no era necesario hablar de sus vidas privadas. Pero aun así, asintió y la felicitó—. Tampoco me alegra la idea de dejarla sola por una semana. Ya sabes, las feromonas en el embarazo se descontrolan. Pero la amo y quiero darles lo mejor, por eso acepto todas las solicitudes que me piden. —Ella sonrió y el fuego de la fogata en sus ojos reflejaba todo el amor que sentía por su esposa y el hijo que aún no nacía.

—Eso es genial, pero, ¿por qué me cuenta todo esto?

—Esa es mi forma de amar: darlo todo por las personas que amo, sin importar mi cansancio físico o mental —ella lo miró—. La manera de amar del almirante es protegiéndote, cuidándote, manteniéndote a su lado. Él te cuida incluso cuando no te das cuenta.

—Pero él ama a otra persona —soltó Darre sin más. No se había dado cuenta de la tristeza con la que dijo esas palabras.

—Ve con él y pregúntale. Henrik no es de las personas que buscan reemplazar a alguien. Si está contigo es porque le gustas, te quiere, no para olvidarse de un amor pasado.

Darre se quedó en silencio, contemplando las llamas de la fogata. Las palabras de la mujer resonaban en su mente, planteando preguntas que no se había atrevido a enfrentar hasta ahora. Decidió que debía hablar con Henrik, aclarar sus dudas y entender mejor lo que sentía.

Esa noche, después de que la mayoría de los soldados se hubieron retirado a sus tiendas, Darre se dirigió a la tienda de Henrik. Lo encontró revisando algunos documentos a la luz de una linterna. Al verlo entrar, Henrik levantó la vista y le dedicó una sonrisa cansada.

—¿Todo bien? —preguntó Henrik, dejando los papeles a un lado.

—Necesito hablar contigo —dijo Darre, sentándose frente a él—. Hay algo que necesito saber, algo que he estado pensando mucho últimamente.

—Dime, ¿qué te preocupa? —Henrik lo miró con atención, preocupado por el tono serio de Darre.

—Henrik, ¿por qué estoy aquí realmente? —Darre respiró hondo antes de continuar—. Siento que hay algo más detrás de todo esto, algo que no me has contado.

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