Capítulo 4

Mientras el agua tibia acariciaba mi piel y las mujeres continuaban con su tarea meticulosa, los pensamientos de venganza empezaron a germinar en la quietud de mi mente. La traición que una vez me había marcado ahora se convertía en el catalizador de una resolución férrea y determinada.

En el silencio del baño, contemplé la idea de la venganza como un arte. No sería un acto impulsivo ni descontrolado; sería una sinfonía cuidadosamente compuesta, cada movimiento calculado para infligir un daño que resonaría en las almas de aquellos que se atrevieron a traicionarme.

Decidí tomarme con calma esta senda de venganza. La lentitud sería mi aliada, permitiéndome tejer una red de dolor y desesperación alrededor de aquellos que una vez creyeron que podían jugar con mi destino. La paciencia se convirtió en mi aliada, y el tiempo, en un compañero de confianza que me guiaría hacia la consumación de mi propósito.

No era solo la venganza por mí misma, sino también por las lágrimas derramadas en el pasado y por las cadenas que me forjaron con engaños y traiciones. Mi determinación se alimentaba de la injusticia que había experimentado, y la certeza de que, aunque el tiempo podía ser implacable, también podía convertirse en un aliado estratégico.

Con una gracia que reflejaba su habilidad innata, las sirvientas me rodearon, extendiendo sus manos con la gentileza propia de su oficio. Con destreza y respeto, me ayudaron a salir de la tina, cuidando cada paso para que mi transición de las cálidas aguas al firme suelo fuera tan suave como la brisa que acaricia un campo en primavera. El agua, aún goteando de mi figura, dejaba tras de sí una sensación revitalizante, y mientras las sirvientas me envolvían en esponjosas toallas. El cabello, ahora perfumado y brillante, enmarcaba un rostro que guardaba secretos y estrategias en sus ojos.

La traición se convertiría en mi aliada, y cada paso que diera en esta nueva realidad sería una pieza del rompecabezas de mi venganza. No revelaría mis intenciones de inmediato, sino que esperaría, observaría y planificaría con meticulosidad cada movimiento. La venganza sería lenta, pero en su lentitud residiría su letalidad.

Las sirvientas, con una destreza que denotaba años de servicio refinado, me secaron con esmero tras el relajante baño. Cada movimiento, meticuloso y respetuoso, emanaba una dedicación que no pasó desapercibida. Sentí el tacto suave de las telas secándose en mi piel, como una caricia que despertaba la sensación de renacimiento.

Guiada hacia otra habitación, mis ojos se abrieron de par en par ante el espectáculo que se desplegaba ante mí. Vestidos de la más alta calidad, desde los más pomposos hasta los más provocativos, colgaban como obras de arte en las paredes y en perchas de elaborado diseño. La habitación rebosaba de colores vibrantes y texturas que evocaban la opulencia de una época pasada.

Ante mí se extendía un laberinto de elegancia, donde cada rincón albergaba secretos de estilo y sofisticación. Joyas centelleaban como estrellas en vitrinas cuidadosamente iluminadas, y zapatos de todo tipo aguardaban para completar la armonía de un conjunto perfecto. Me encontraba inmersa en un mundo de opciones, donde la moda y el lujo se entrelazaban en una danza de posibilidades.

Las sirvientas, hábiles en su oficio, comenzaron a explorar este reino de exquisitos vestidos en busca del atuendo ideal para la ocasión que se avecinaba. Mientras dos de ellas se dedicaban a seleccionar el vestido perfecto, las otras chicas, con gracia y cuidado, comenzaron a peinar mi cabello.

El aroma de aceites perfumados se mezclaba con el suave perfume que impregnaba la habitación. Mis sentidos se embriagaron con la fragancia que envolvía el lugar, sumiéndome en una experiencia que trascendía lo meramente estético. Cada detalle, desde el roce de las telas hasta la elección de las joyas, se convertía en un acto de creación, transformando mi apariencia en una obra maestra cuidadosamente diseñada.

Las sirvientas, como artistas expertas, evaluaban cada opción con ojo crítico y sensibilidad hacia mi estilo personal. Los vestidos fluían entre sus manos como extensiones de su propia creatividad, y las joyas se convertían en destellos que acentuaban mi presencia. Cada elección estaba imbuida de un propósito, como si estuvieran creando una narrativa visual que transmitiera la fuerza y la elegancia.

El peinado, realizado con destreza y atención al detalle, transformó mi cabello en un enigma de rizos y trenzas que enmarcaban mi rostro de manera majestuosa. Cada hebra era cuidadosamente colocada, como si cada mechón tuviera su propio papel en esta obra de arte.

Las sirvientas, satisfechas con el resultado, me presentaron el vestido elegido con reverencia. Su elección reflejaba la amalgama perfecta de estilo y ocasión, un testimonio de su habilidad para interpretar mis deseos y proyectarlos en la elección del atuendo.

El vestido que envuelve mi figura es un despliegue de pasión y opulencia en este mundo antiguo. Los adornos de oro que enmarcan el escote y los bordes del vestido son como rayos de sol que danzan sobre el rojo apasionado. Filigranas doradas se entrelazan con elegancia, formando patrones geométricos que añaden un toque regio y majestuoso. El corsé, con sus detalles en oro que se entrelazan como hilos de una trama dorada, realza mi figura con un toque de esplendor.

La cintura está ceñida por una banda de oro que añade un toque de realeza a cada movimiento. Las mangas largas, decoradas con bordes dorados, caen con gracia y envuelven mis brazos como joyas vivientes.

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