Edward y Elena se despidieron de Celegorm y se alejaron del bosque. Ante ellos se extendía un vasto y verde valle, surcado por un río plateado. Al otro lado del valle se alzaban unas altas montañas nevadas.
-¿A dónde vamos ahora? Preguntó Elena, mirando el mapa que les había dado Galadriel.
-Según el mapa, el reino más cercano es el de los enanos. Está al pie de las montañas. Quizás allí podamos encontrar uno de los objetos que necesitamos. Respondió Edward.
-¿Y cómo sabremos cuál es el objeto? Preguntó Elena.
-No lo sé. Supongo que tendremos que preguntar o investigar. O tal vez el objeto nos llame la atención de alguna manera. Dijo Edward.
-Bueno, espero que los enanos sean amigables y nos ayuden. Dijo Elena.
-Yo también. Dijo Edward.
Los dos jóvenes se pusieron en marcha hacia el valle, siguiendo el curso del río. Viajaron durante varios días, disfrutando del paisaje y de la brisa fresca, fue a diferencia de muchas aventuras un tiempo de refrigerio. Acercándose a su objetivo, vieron algunas granjas y aldeas, pero no se acercaron a ellas por precaución.
Al caer la tarde, llegaron a una gran ciudad construida con piedra y metal. Era la capital del reino de los enanos, llamada Kharazan. La ciudad estaba rodeada por una muralla y tenía varias torres y puentes que la conectaban con las montañas.
Edward y Elena se acercaron a la puerta principal de la ciudad, donde había dos guardias enanos armados con hachas y escudos. Los guardias los miraron con desconfianza y les preguntaron:
-¿Quiénes sois y qué queréis?
-Somos viajeros que venimos del Reino Central. Queremos entrar en la ciudad para descansar y comerciar. Respondió Edward con educación.
-¿Del Reino Central? ¿No sabéis que estáis en guerra con nosotros? Preguntó uno de los guardias con recelo.
-¿En guerra? ¿Por qué? Preguntó Elena con sorpresa.
-Por culpa del Maestro de Armas y sus generales. Ellos han atacado nuestro reino y han matado a muchos de nuestros hermanos. Nos han robado nuestras minas y nuestras forjas. Nos han obligado a pagarles tributos y a servirles como esclavos. Respondió el otro guardia con rabia.
-Pero nosotros no tenemos nada que ver con el Maestro de Armas ni con sus generales. Nosotros somos sus enemigos también. Les dijo Edward con sinceridad.
-¿Cómo podemos saberlo? ¿Cómo podemos confiar en vosotros? Preguntó el primer guardia con desdén.
-Tenemos una prueba. Mirad este anillo. Es un regalo de Galadriel, la líder de los elfos del bosque antiguo. Ella nos ha enviado a buscar unos objetos mágicos para derrotar al Maestro de Armas y sus generales. Les dijo Elena, mostrando el anillo que les había dado Galadriel.
Los guardias se quedaron boquiabiertos al ver el anillo. Reconocieron el símbolo élfico que tenía grabado y la magia que emanaba de él.
-¿Galadriel? ¿La líder de los elfos? Hace décadas que se sabe algo de ellos, pero sin duda este anillo es de ellos.
-Sí, así es. Ella nos ha contado la historia de los elfos y los humanos, y nos ha pedido que busquemos los objetos mágicos para salvar al mundo del mal. Les dijo Elena con entusiasmo.
-Pues si es así, debéis ser amigos nuestros también. Perdonad nuestra desconfianza, pero estamos en tiempos difíciles y no podemos fiarnos de nadie. Dijo el primer guardia con una sonrisa.
-No os preocupéis, lo entendemos. Gracias por dejarnos entrar en vuestra ciudad. Dijeron Edward y Elena con alivio.
Los guardias abrieron la puerta, entonces Edward y Elena entraron en la ciudad de los enanos, acompañados por los guardias. Se quedaron maravillados al ver las construcciones de piedra y metal que se alzaban a su alrededor. Vieron enormes edificios con chimeneas humeantes, puentes colgantes que cruzaban el río, torres con relojes y campanas, y máquinas de todo tipo que funcionaban con vapor y electricidad.
Los enanos eran un pueblo trabajador y orgulloso, que se dedicaban a la minería, la forja, la ingeniería y el comercio. Tenían una gran habilidad para crear objetos de metal, desde armas y armaduras hasta joyas y relojes. También tenían una gran pasión por la música, el canto y la bebida.
Los guardias los llevaron hasta el palacio real, donde les presentaron al rey de los enanos, llamado Tharion. El rey era un enano robusto y barbudo, que vestía una armadura de oro y plata y llevaba una corona de rubíes. El rey los recibió con cordialidad y les preguntó por su misión.
Edward y Elena le contaron lo que les había dicho Galadriel y le pidieron su ayuda para encontrar uno de los objetos mágicos que necesitaban. El rey les dijo que él también estaba en contra del Maestro de Armas y sus generales, y que estaba dispuesto a ayudarlos.
-Al que buscan se llama el gran sabio. Es un ser transcendental que a vivido desde tiempos inmemorables. Les dijo el rey.
-¿Y dónde está? Preguntó Edward.
-Vive en lo más profundo de las montañas. El gran sabio es el guardián de nuestro pueblo, tendréis que resolver sus acertijos y superar sus pruebas si quieren su ayuda. Os advierto que no es fácil, muchos lo han intentado y han fracasado. Les dijo el rey.
-¿Y cómo podemos llegar hasta el gran sabio? Preguntó Elena.
-Yo os daré un guía que os llevará hasta la entrada de su morada. Se llama Dwalin y es uno de mis mejores guerreros. Él os acompañará y os protegerá en el camino. Pero una vez dentro, tendréis que enfrentaros al gran sabio solos. Él os pondrá a prueba y decidirá si sois dignos o no de su presencia. Les dijo el rey.
-Gracias, majestad. Agradecemos su ayuda y su generosidad. Dijeron Edward y Elena con reverencia.
-No hay de qué, amigos míos. Espero que logréis vuestro objetivo y que volváis sanos y salvos. Os deseo mucha suerte. Les dijo el rey con una sonrisa.
El rey llamó a Dwalin, un enano alto y fuerte, con el pelo rojo y la barba trenzada. Le ordenó que fuera el guía de Edward y Elena hasta la morada del gran sabio. Dwalin aceptó la orden con respeto y se presentó ante los jóvenes.
-Hola, soy Dwalin, vuestro guía y compañero. Estoy aquí para ayudaros a encontrar el cristal del siclo. ¿Estáis listos para partir? Les preguntó Dwalin con voz ronca.
-Sí, estamos listos. Respondieron Edward y Elena con determinación.
-Muy bien. Entonces síganme. Les dijo Dwalin con energía.
Dwalin los condujo hasta la salida de la ciudad, donde les esperaba un carro tirado por dos caballos robustos. Los tres subieron al carro y se pusieron en marcha hacia las montañas.
Así comenzó su viaje hacia el gran sabio, un viaje lleno de aventuras.
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Comments
❊Andy Munf
Tengo la leve sensación de estar en el Hobbit.
2023-10-12
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