La llegada del guerrero cambió el curso de la batalla. Su presencia era tan abrumadora que los héroes se sintieron paralizados por el terror. Su armadura brillaba con un brillo siniestro y su espada emanaba un aura sangrienta. El guerrero estava en el centro, mirando con desprecio a los héroes que habían llegado con mucho esfuerzo hasta aquí. El guerrero era el séptimo general Valtia, uno de los más temidos entre los doce generales de "El Maestro de Armas".
Edward, Celadon y Drakarus estaban en un estado lamentable. Habían luchado con valentía contra todo pronóstico, pero no habían podido imaginar que llegaría un enemigo ta formidable. Edward tenía varios moretones y pequeñas eridas abiertas y sangrantes, apenas podía mantenerse en pie. Celadon estaba inconsciente en una esquina, con una profunda conmoción. Drakarus tenía magulladuras por todo el cuerpo, y su capa de piel de lobo estaba hecha jirones.
El general Valtia avanzó lentamente hacia Edward, su principal objetivo. Edward sintió un escalofrío recorrerle la espalda y trató de reaccionar. Con un último esfuerzo, sacó la daga Kale-mi-noe de su cinturón y la blandió frente a él. La daga era una reliquia sagrada que podía cortar cualquier cosa, incluso la magia. Edward esperaba que fuera suficiente para detener al general.
Pero el general Valtia no se inmutó ante el ataque de Edward. Con un movimiento rápido y preciso, le arrebató la daga de las manos y la lanzó al suelo. Luego, agarró a Edward por el cuello y lo levantó en el aire.
-Qué patético -dijo el general con una voz profunda y grave-. Es una vergüenza que yo, el séptimo general Valtia, tenga que ensuciarme las manos con insectos como ustedes.
Dicho esto, lanzó a Edward contra la pared con tanta fuerza que se oyó un crujido. Edward cayó al suelo, inconsciente.
El general Valtia se volvió hacia los otros dos héroes, que lo miraban con horror.
La atmósfera se volvió pesada y sofocante. El guerrero desprendía una presión abrumadora que hacía temblar el suelo y el aire. Su mirada era fría y despiadada, como la de un depredador que juega con su presa. El pequeño estaba en un estado lamentable y solo fue producto de su llegada. Celadon estaba tirado en una esquina, inconsciente. Edward estaba apoyado contra la pared, jadeando y con el brazo roto. Solo quedaba Drakarus.
Drakarus se puso de pie con dificultad, ignorando el dolor que le recorría el cuerpo. Su capa de piel de lobo se deslizó de sus hombros y cayó al suelo. Sus ojos se llenaron de fuego y odio al ver al responsable de la masacre de su pueblo. Era él, el séptimo general Valtia. El mismo que había arrasado su aldea con fuego y acero, sin dejar a nadie con vida.
-¡Tú, monstruo, fuiste tú! -gritó Drakarus con voz ronca-. ¡Tú mataste a mi familia, a mis amigos, a mi gente!
Valtia lo miró con curiosidad y una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro.
-Vaya, vaya, así que eres uno de los perros salvajes que escaparon de mi cacería. Qué interesante -dijo con voz burlona-. Creo que no será tan aburrido después de todo.
Entonces, algo increíble ocurrió. El cuerpo de Drakarus empezó a transformarse ante los ojos del general. Su estatura y su masa muscular se incrementaron notablemente. Sus dientes se afilaron y sus uñas se convirtieron en garras. Su piel se cubrió de un pelaje gris oscuro que le daba un aspecto feroz. Su rostro se alargó y adquirió rasgos lupinos. Se había convertido en un hombre lobo bípedo, una criatura mitad hombre y mitad bestia.
Drakarus rugió con furia y se lanzó contra Valtia con todas sus fuerzas. Valtia desenvainó su espada y se preparó para el combate. La batalla entre el hombre lobo y el general había comenzado.
Drakarus se movía como un rayo, saltando y esquivando los ataques de Valtia. Su cuerpo de hombre lobo era una máquina de guerra, sus garras y dientes capaces de desgarrar la carne y el metal. Pero Valtia no se inmutaba ante la furia de su enemigo. Se mantenía firme y sereno, manejando su espada con maestría y elegancia. Sus movimientos eran fluidos y precisos, como los de un bailarín.
La batalla era un espectáculo de sangre y acero, de fuego y furia. Los golpes resonaban en el aire, haciendo temblar el suelo y las paredes. Las chispas volaban por doquier, iluminando la oscuridad. Drakarus atacaba con todo lo que tenía, pero Valtia se defendía con facilidad. El hombre lobo estaba perdiendo terreno, pero no se rendía. Su odio hacia el general era más fuerte que el dolor o el miedo.
Edward observaba la escena con horror. Estaba herido y débil, incapaz de intervenir. Veía cómo Drakarus luchaba con valentía, pero también con imprudencia. Sabía que el hombre lobo no podía ganar solo contra Valtia. El general era demasiado poderoso y experimentado. Edward deseaba poder ayudar a su amigo, pero no sabía cómo.
La lucha llegó a su punto culminante cuando Valtia lanzó una estocada rápida y certera hacia el pecho de Drakarus. El hombre lobo no pudo reaccionar a tiempo y sintió el filo de la espada atravesar su carne. Pero antes de que Valtia pudiera rematarlo, una figura se interpuso entre ellos. Era Celadon, que había recuperado la conciencia y había acudido en auxilio de Drakarus.
Celadon bloqueó el ataque de Valtia con su propia espada, haciendo retroceder al general con una fuerza sobrehumana. El impacto fue tan grande que abrió una grieta en el suelo, levantando una nube de polvo que cubrió la vista. Celadon miró a Drakarus con preocupación y le dijo:
-¡Este no es un enemigo con el que puedas luchar solo!
Las palabras de Celadon hicieron eco en la mente de Drakarus, sacándolo del trance en el que se encontraba. Por primera vez en la batalla, Drakarus dejó de actuar por instinto y empezó a pensar con claridad. Se dio cuenta de que Celadon tenía razón. No podía vencer a Valtia solo. Necesitaba la ayuda de su compañero.
Drakarus asintió con la cabeza y se puso al lado de Celadon. Los dos se miraron con determinación y comprensión. Eran un equipo, y juntos podían hacer frente a cualquier desafío. La tensión en el aire era palpable. Pero con la ayuda de su compañero, Drakarus comenzó a recuperar la confianza en sí mismo y en sus habilidades.
La batalla se había convertido en una guerra de desgaste, en la que cada golpe y cada movimiento contaban. Los dos combatientes se movían con una velocidad y una agilidad sobrenaturales, esquivando y bloqueando los ataques de su oponente. Pero ahora, no estaban solos. Celadon había llegado para ayudar a Drakarus, y juntos formaban un equipo formidable. Su coordinación y su sincronización eran perfectas, y se complementaban el uno al otro.
La intervención de Celadon había sido decisiva, pues trabajar juntos era la única forma de tener una oportunidad contra su enemigo. Así que Celadon y Drakarus cambiaron su mentalidad, y continuaron la lucha con renovada energía y determinación.
Pero la batalla no era fácil. Su enemigo era el séptimo general Valtia, uno de los guerreros más poderosos que se ayan encontrado. Su habilidad con la espada era incomparable, y su fuerza y resistencia eran asombrosas. No se dejaba intimidar por los ataques combinados de Drakarus y Celadon, y respondía con una ferocidad implacable.
La batalla había sido larga y agotadora para Drakarus y Celadon. Sus cuerpos estaban cubiertos de cortes y moretones, el sudor les caía por la frente, el aliento les faltaba. El cansancio se hacía cada vez más evidente en sus movimientos, que se volvían más lentos y torpes. Los dos héroes se enfrentaban a un enemigo formidable, y la lucha había sido intensa desde el principio.
El desgaste físico y mental comenzó a hacer mella en ambos héroes, quienes luchaban con todas sus fuerzas para mantenerse en pie. Las espadas chocaban con fuerza, haciendo saltar chispas. Los gruñidos y los gritos resonaban en el aire.
Fue entonces cuando Edward, que se encontraba muy mal herido, extendió sus manos y comenzó a conjurar un hechizo. A pesar de su estado, el joven mago quería ayudar a sus amigos de alguna manera. Concentró su poder en sus manos, creando una esfera de luz azulada.
Drakarus estaba muy cansado, pero no se rendía. Celadon se apoyó en su espada, tomó aliento, y se reincorporó a la pelea. A pesar del escenario desolador, Drakarus y Celadon se negaban a darse por vencidos. Su determinación y su coraje eran más fuertes que el dolor y el agotamiento. Seguían luchando, buscando cualquier oportunidad para vencer a su enemigo.
El sudor les caía por la frente, y sus cuerpos temblaban por el esfuerzo. Pero Drakarus y Celadon no se rendían, seguían avanzando con valentía y determinación. Entonces, sintieron una oleada de energía recorrer sus venas. Edward había usado sus últimas fuerzas para sanarlos antes de quedar inconsciente.
Pero Valtia los miró con desdén, aburrido de jugar con ellos. -Es hora de terminar esto -dijo con una sonrisa siniestra.
Con un movimiento rápido, lanzó un ataque devastador que envió a Drakarus y Celadon volando contra la pared. Los héroes cayeron al suelo, inconscientes y heridos. Valtia se acercó a ellos con una sonrisa triunfante, admirando su propia habilidad y fuerza.
-Insectos débiles -murmuró con desprecio, antes de tomar la daga y marcharse del lugar.
Los héroes yacían en el suelo, inconscientes y heridos, mientras Valtia se alejaba con la daga en la mano. Entonces, la lluvia comenzó a caer. Gotas frías y pesadas que empapaban sus cuerpos y sus ropas. La lluvia parecía simbolizar la tristeza y la derrota que sentían los aventureros en ese momento.
La imagen era deprimente y triste. Drakarus y Celadon habían luchado con todas sus fuerzas, pero no habían sido suficientes para vencer a Valtia. Habían perdido la batalla, y quizás también la guerra.
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❊Andy Munf
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2023-08-28
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