CAPÍTULO 13

De camino a la discoteca, Sara se da cuenta de que estoy callado y pregunta:

¿Qué pasa, amigo?

Andrea: Estaba pensando aquí, tengo 19 años, nunca he salido, nunca he tenido citas, he vivido mi vida cumpliendo los deseos y necesidades de mi familia que solo me han humillado. No me malinterpretes amiga, estoy muy agradecida por todo lo que mi tío ha hecho por mí, pero no puedo creer que no viera todo lo que pasé a manos de mi tía y mis primos y él simplemente no hizo nada y yo lo acepté todo callada, no tuve el valor de reaccionar, me siento una cobarde inútil.

Una lágrima recorre la mejilla de Andrea y en ese momento Sara detiene el coche en el arcén.

Sara: ¡Andrea, mírame! No te sientas culpable porque no es culpa tuya, eres un ser humano maravilloso con un corazón enorme, nunca pierdas tu esencia. La familia es para cuidar y proteger. Piensa que ahora no tendrás que volver a pasar por esto, es una nueva vida. Iremos a esa discoteca y nos divertiremos como nunca, encontrarás un chico, os besaréis mucho y quién sabe qué más.

Andréa mira a Sara con asombro.

Sara: No me mires así, amigo. Ya es hora de que experimentes los placeres de la vida.

Andrea: ¡Eres tú, Sara!

Los dos se echan a reír, Sara arranca el coche y vuelven a la carretera.

Llegamos a la esperada discoteca y Sara le da las llaves del coche al aparcacoches, miro a mi alrededor y veo una cola enorme y pienso que no podremos entrar hasta el amanecer.

Vamos, amigo.

Andrea: ¿No vamos a coger esta cola?

¡Amigo! No es como si no me conocieras. Nos reservé en la zona VIP hace semanas.

Sara siempre ha sido muy organizada y cuidadosa con todo, desde que iba al colegio.

Cuando entramos en la discoteca, di gracias a Dios por que Sara me hubiera comprado este traje; allí sólo había mujeres guapas y bien vestidas, y me habría sentido realmente incómodo. Sara fue directa a la barra y pidió tres chupitos de tequila, uno para mí y dos para ella. Yo no bebo y Sara lo sabe.

Sara: Como no estás acostumbrada a beber, sólo tomarás una dosis por ahora.

Andrea: No sé cómo me bebí eso, Sara.

Sara: Solo imítame

Coge la sal y se la pone en el dorso de la mano, sostiene la lima en la otra, se mete la sal en la boca, chupa la lima y se bebe el chupito de tequila.

Sara: Ahora es tu turno.

Repito sus movimientos y cuando el tequila pasa por mi garganta lo quema todo y mi cuerpo se calienta al instante. Sara bebe su segundo trago mientras yo toso por el primero.

Ahora estamos listos para bailar.

Me arrastra a la pista de baile y empieza a bailar. Muevo el cuerpo tímidamente. De repente se pone detrás de mí, me agarra de la cintura y me dice:

Sara: Relájate, amigo, sigue mis movimientos.

Empecé a moverme con ella y pronto todo el mundo en la pista de baile nos miraba. Confieso que, para ser alguien que nunca ha bailado, me sentía muy cómodo, quizá por el tequila que había bebido.

Mientras tanto, en la zona VIP de la discoteca.

Fabrício: - Estoy en el palco inclinado sobre la barandilla con mi vaso de whisky en la mano observando el movimiento cuando miro a la pista de baile y veo a una chica con el pelo rubio que me resulta familiar - estaba bailando con otra chica, un baile muy sensual por cierto. Cambie mi campo de visión, pero extrañamente estaba intrigado por la rubia en la pista de baile.

Fabrício: Pepi, voy a echar un vistazo al bar y vuelvo enseguida.

Pepi: Blz compañero, te espero aquí.

Pasé junto a ella en la pista de baile y se me aceleró el corazón. Era ella, mi pequeña Andréa. Al pasar junto a ella, se dio la vuelta como si buscara algo. Me acerqué a la barra, tomé otro whisky y me quedé mirándola. Estaba preciosa y aquel vestido realzaba las curvas de su cuerpo. Sus movimientos sensuales me estaban volviendo loco, no sólo a mí, sino también a todos los hombres del salón. Sentí una punzada de celos al ver a aquellos hombres babeando por mi pequeña.

Pepi: ¡Bajó a ver qué pasaba en el pub y no volvió!

Salgo de mis pensamientos con la presencia de Pepi.

Fabrício: La vista desde aquí era interesante.

Pepi: ¿Qué es tan interesante?

Fabrício: No te importa, vamos a subir.

Observaba desde arriba a mi pequeña, estaba obsesionado, seguía cada uno de sus movimientos. Deduje que la mujer que estaba con ella solo podía ser Sara Montessori.

Vuelven al bar y piden una copa. Veo que el camarero trae otra copa y señala a un hombre en el otro lado del bar. Este, a su vez, levanta su vaso en señal de saludo. Sara le habla al oído y ambas se acercan al hombre. Sara besa al hombre en la mejilla y luego Andrea hace lo mismo. Siento un nerviosismo apoderarse de mí, estoy cegado de rabia y pienso en bajar para ir tras ellas.

Pepi: No te vuelvas loco, solo es un hombre que le pagó una bebida.

Miro a Pepi incrédulo, ¿cuándo se dio cuenta de todo esto y cómo es posible que me conozca tan bien?

Pepi: ¿Crees que no me di cuenta? Te descubrí desde que me mandaste a investigarla. Hoy, cuando entramos a la oficina, reconocí a Andrea por las cámaras de seguridad, pero no quise decir nada. Pensé que era mejor divertirme un poco a costa tuya. Sabía que esto te iba a hacer explotar de rabia, eres muy posesivo, necesitas relajarte un poco.

Pepi me suelta todo esto en la cara y se ríe.

Pepi: Y además, si no estuvieras cegado por la rabia, habrías notado que ese hombre es Guilherme, nuestro empleado.

Vuelvo a mirar al hombre y examino su rostro, de hecho, me resulta muy familiar. Pepi toma su celular y hace una llamada.

Llamada activa.

Pepi: Guilherme, ¿dónde estás?

Miro al bar y veo al hombre hablando por teléfono.

Guilherme: Buenas noches, Pepi. Estoy en el bar del jefe, hoy es mi día libre.

Pepi: Ya no lo es. Quiero que refuerces la entrega de hoy.

Guilherme: Sí, señor. Voy para allá enseguida.

El hombre cuelga el teléfono, dice algo a las chicas y se va.

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