El Despertar De Los Titanes
El señor Fernández llegó a las instalaciones de la CEO4 para realizar la misma rutina de todos los días, pasaba la estricta seguridad y revisión de la entrada, siempre se preguntaba si en verdad eran necesarios tantos procedimientos y más cuando él era trabajador allí desde hacía 20 años. Luego de ser revisado de pies a cabeza y de que su auto fuera requisado como si sospecharan que llevaba toneladas de drogas, lo dejaron seguir.
El garaje ya estaba atestado de autos y motos del resto del personal, aparcó su auto y se dirigió a la entrada principal donde nuevamente fue revisado por dos guardias de mal talante, cuando por fin lo dejaron en paz ingresó al vestíbulo donde siempre quedaba impactado ante el monumento que le daba la bienvenida; en el centro del lugar se alzaba imponente la estatua de un hombre que llevaba una bata de doctor y en sus manos poseía la esfera que representaba el planeta tierra, no hacía falta inscripciones ni detalles, el significado estaba claro: La ciencia sostenía el mundo.
El CEO4 era actualmente la compañía científica más grande del mundo, allí se investigaban las nuevas enfermedades y se inventaban curas para las ya conocidas, diariamente en el lugar trabajaban cientos de médicos de distintas nacionalidades, entre sus filas estaban los mejores científicos del mundo, varios de los cuales habían sido ganadores del premio nobel de medicina. El señor Fernández era el encargado de mantener los laboratorios limpios, sin ninguna mancha, adecuados para ser utilizados en el momento que sea. El CEO4 nunca había estado en alguna polémica, o al menos no que el señor Fernández lo supiera.
Atravesó el largo pasillo que lo separaba de su pequeña oficina, al girar en una esquina se encontró con el retrato en la pared del actual presidente de la compañía, un hombre ya entrado en años con una expresión dura en el rostro, todo el personal le tenía gran respeto, su nombre era el Doctor Gabriel Otálvaro. Solo en pocas veces el señor Fernández lo había visto salir de su oficina ubicada en lo más alto del edificio, una estructura inmensa ubicada entre Estados Unidos y Canadá.
El señor Fernández llegó a su lugar, allí se puso el traje especial de su oficio, no sin antes haberse duchado, el traje blanco impecable llevaba en el pecho las letras CEO4, con guantes en mano agarró los desinfectantes necesarios y salió para iniciar su trabajo, debía pasar por todos los laboratorios, limpiar pisos, paredes y mesas, si el laboratorio estaba ocupado volvía después. Inició su trabajo, recorrió pasillos, limpio laboratorios, otros los dejo para después, desinfectó, organizó, limpio, Luego de varias horas el trabajo estaba casi listo, solo le faltaba el laboratorio subterráneo, según decían el más importante de todos, ya que era el más grande, y tenía lo último en tecnología, era el único laboratorio al que el Presidente Gabriel entraba en ocasiones.
El señor Fernández bajo en el ascensor, miró su reloj, ya casi era su hora de almuerzo, pero algo más llamó su atención aparte del girar de las manecillas del reloj, en el suelo había gotas de sangre aún frescas, reparó en algo que no había notado, en las paredes del ascensor había más sangre, por su cabeza solo pasó algo: “Alguien estaba herido o aquí hubo una pelea”. El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron, el corazón de Fernández palpitó al borde del infarto al ver el enorme rastro de sangre que salía del ascensor y atravesaba el pasillo hasta la entrada del laboratorio, parecía que hubieran pasado arrastrando un cadáver que se iba desangrando.
El señor Fernández con sus piernas temblando atravesó el pasillo, pegado a la pared para no pisar aquel camino de sangre que brillaba por la luz del techo. Llegó a la puerta del laboratorio y vio como el teclado numérico de contraseña también estaba manchado de sangre, con un dedo tembloroso marcó la contraseña, la línea numérica que ya se sabía de memoria, con un chasquido la puerta se abrió y él entró en el amplio lugar, aparentemente nada malo pasaba, todo estaba en su sitio, todo normal salvo el rastro de sangre en el suelo.
Fernández se sentía al borde del colapso mientras seguía la sangre que fue a parar en un extremo del laboratorio, un grito sordo se clavó en su boca al levantar la mirada y ver aquel hombre colgando boca abajo del techo, totalmente desnudo, amarrado de pies y la cuerda colgaba del techo, amarrado de manos que colgaban sobre su cabeza, en su pecho aparecían cuatro letras al rojo vivo de la sangre, escritas al parecer con un afilado cuchillo: JSLP. Le habían abierto la garganta y cosido la boca. Fernández corrió y apretó el botón de emergencia y al instante una sirena se oyó por todo el lugar.
Diez minutos después, el laboratorio estaba lleno de guardias y demás científicos que quedaban en shock al ver su colega en tan macabra situación. El señor Fernández respondió preguntas de un guardia, pero se quedó en silencio al ver entrar al presidente Gabriel con su expresión de severidad como siempre, Gabriel se acercó al guardia que interrogaba a Fernández y hablaron en susurros, era de suponer que le contaba lo que había pasado, Gabriel fue hasta el cuerpo que había sido bajado de su postura y yacía en el suelo, lo miró por largo rato y sin decir ni hacer nada salió de allí no sin antes mirar a Fernández, Gabriel abandonó el laboratorio seguido de su secretario, Fernández había entendido la mirada de Gabriel, no habían hecho falta palabras para entenderlo claramente, en su mirada se leía: “Ni una palabra a nadie”
...***...
Gabriel entró en su oficina seguido de Héctor, su secretario personal, la gran oficina era bañada por la luz del sol que entraba por los ventanales por donde se veía un hermoso paisaje, Gabriel se sirvió un poco de Whisky y se lo bebió de un trago, Héctor esperó un momento y preguntó:
- Señor ¿Qué pasó allá abajo?
- ¿Viste las iniciales que había en su pecho? - Respondió Gabriel quien por primera vez en sus 70 años de vida parecía distraído
- Si señor, las vi - dijo Héctor que miró en un papel donde había anotado y leyó- JSLP. ¿Qué significan?
- Significan que estamos en peligro. El CEO4 está en grave peligro.
Héctor trató de entender bien aquello, pero no llegaba a ninguna conclusión, Gabriel abrió un cajón de su escritorio y sacó cuatro papeles y los puso sobre la mesa, Héctor se acercó y vio que eran cuatro fotografías, Gabriel las miraba y dijo:
- No pensé que llegaría el día en que debía ponerme en contacto con ellos, pero son nuestra única solución.
Héctor tomó las fotos, cada una mostraba a una persona diferente, dos hombres y dos mujeres, las fotos parecían tomadas desde lejos, como si las personas no supieran que eran vigiladas y fotografiadas, Héctor preguntó:
- ¿Quiénes son estas personas? ¿Por qué las vigilaba?
Gabriel no respondió nada, solo sonrió, pero Héctor no supo distinguir si esa sonrisa era de tranquilidad o era una sonrisa de nervios y miedo.
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Kendra Carolina
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2023-08-25
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