Su amado Sebastián tenía fascinación con la historia, solía hablar con ella muchas veces, largo y tendido de las veces en la historia, donde la muerte se mantenía activamente dentro de la sociedad elemental. Le había explicado que su intervención tendía a ayudar a mantener el control de la misma sociedad, recordaba esas pláticas con cariño.
Ella, a diferencia de los demás, no le temía a la muerte.
Su relación con la muerte había partido de la curiosidad y gracias a la ayuda de su amado, evoluciono hasta el interés... Al ver cómo le arrebataba a la persona que más amaba, había odiado a la muerte con todo lo que podía ofrecer su ser y ahora, de frente al portal que llevaba al mundo de los muertos, podía decir que no sentía nada más que lastima de aquel ser.
Se preguntaba si realmente deseaba llevarse a las vidas que abandonaban este mundo. ¿Acaso la muerte era indiferente de su tarea?
No lo sabía, pero tampoco lo averiguaría. No en este momento de todas formas.
Se acercó al borde, la piscina era completamente negra, rodeando la piscina como si se tratara de una fina lluvia, unas cortinas de humo fantasmal se movían al vaivén de una brisa inexistente. Hilos blancos nadaban en ella, eran todas las almas que vivían ahora en el mundo de los muertos, llegaba a sus oídos el sonido de susurros que ponían la carne de gallina. Almas que le pedía se uniera a ellos. Era un lugar usado para ejecutar la sentencia de muerte en los delitos graves que nadie deseaba se alargaran innecesariamente.
Y donde más de una vez algún pobre desafortunado había caído accidentalmente.
Camelia creó una bola de luz en su mano para poder ver mejor y se acercó ella misma a la piscina, se acercó con cuidado, lo más cerca que pudo del borde, aproximándose tan cerca que el velo de cortina fantasmal casi podía tocarla.
Podía oírlos con más claridad, la última vez que estuvo aquí había sido con su difunta amiga Emily, mientras se ocultaban de la vista de los elementales oscuros. No le había creído sobre las voces, pero ahora las escuchaba, eran susurros infernales, voces que la llamaban a entrar en las aguas, voces que la invitaban a cruzar al otro lado.
Temblaba de emoción y nerviosismo, notaba como el pulso se aceleraba al mismo ritmo de su corazón. Tenía demasiado tiempo esperando, estudiando, planeando y anhelando este instante. Soñando cada día con llegar a esta sala, con hacer realidad sus planes.
Ya había llegado el momento.
No estaba segura al cien por ciento de si funcionaría, pero no se rendiría tan fácil.
Camelia se quitó la mochila de los hombros y la coloco con cuidado en el suelo. Con sumo cuidado, saco todo lo que necesitaría de la mochila, tenía suerte de que la magia hiciera posible el llevar todo lo que uno deseara dentro de cualquier bolso. Casi siempre, tenía encima sus objetos más preciados.
Encendió varias bolas de luz y velas que hizo flotar por toda la habitación para eliminar la oscuridad que reinaba en el sitio. Aquello era más para ayudarla a ver bien donde se encontraba que para lanzar algún hechizo.
Ahora solo quedaba realizar la invocación.
Camelia destapó el pote que contenía sangre de hada, mojando sus dedos con la sangre que todavía había en el contenedor, comenzó a dibujar en el suelo del lugar. Con paciencia se tomaba su tiempo para no equivocarse.
Ya había dejado de temblar.
Miró satisfecha como estaban quedando los círculos de poder, había sacado aquel extraño conjuro de invocación del antiguo Egipto, una cultura obsesionada con la vida después de la muerte, sus enseñanzas eran bastante útiles, porque muchas tribus africanas lo usaban para hablar con los muertos.
Claro, ella había introducido una variante: Los africanos lo hacían en suelo arenoso y ella estaba usando sangre de hada, aquella era poderosa para revivir a personas al borde de la muerte. Pese a que matar a un hada por su sangre era atentar contra la misma naturaleza. Ella lo había incluido para potenciar el poder del círculo, ella no se conformaba con solo hablar con él.
Cuando termino el último trazo, se puso de pie, satisfecha. Le había quedado impecable, los trazos estaban bien definidos y había conseguido un círculo casi perfecto. En el centro, el corazón palpitante del mortal flotaba sin interferir con los jeroglíficos que podían leerse perfectamente, con la sangre sobrante embadurno el borde de la piscina, dándole un verdadero aspecto siniestro. Se despojó de sus botas y calcetines lanzándolos lejos. Un escalofrío recorrió su columna al sentir la frialdad del mármol contra su piel desnuda. Con una agilidad casi felina, salto al interior del círculo que había pintado en el suelo, necesitaba canalizar su energía mágica y no podía tener calzado al hacerlo, las suelas del calzado impedían que la energía fluyera libremente. Comenzó a murmurar el hechizo de invocación de los muertos, era como una canción. Sin que le temblara el pulso, alzo en su mano un cuchillo de plata y se hizo un corte profundo en una de las palmas de su mano.
Su sangre comenzó a brotar abundantemente de su herida, pero no dejo de cantar, dibujo con su sangre un hexagrama en el interior del círculo. Cuando termino de trazarlo, una fuerte energía se liberó del suelo, como si hubiera brotado un géiser de magia. Notó como esa magia la elevaba poco a poco, su cuerpo comenzó a levitar, desafiando las leyes de la física mortal. Ya casi no podía tocar el suelo con la punta de sus pies. Su cabello se agitaba frenético al son de un viento inexistente.
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