Ellos nunca preguntaron, jamás se les ocurrió pensar que se había enamorado del hombre y no del profesor. De la forma en como su ceño se fruncía al leer un párrafo interesante en algún libro. De cómo disfrutaba los clásicos del mundo mortal como El retrato de Dorian Grey. Nunca en todos esos años le preguntaron cómo comenzó todo.
Nunca les intereso.
Y ella no lo habría ocultado, les habría dicho con gusto que su primer encuentro había sido en la biblioteca de la Academia, les habría contado con lágrimas en los ojos y una sonrisa que él se había ofrecido para ayudarle con los libros que cargaba en ese momento, que pese a su carácter odioso y tosco. Había un hombre cortes y considerado lleno de modales y virtudes que ella poco a poco fue descubriendo, les diría como por accidente lo había visto llegar en la noche herido de gravedad y como ella había ido inmediatamente a su auxilio preocupada por ayudarlo. Les habría dicho todo, sin guardarse nada, porque ella deseaba que lo vieran de una manera menos dura de la cual lo hacían.
Porque él estaba muerto y la única dulzura que conservaba en su memoria para soportar los amargos momentos de la vida, era los momentos que había pasado a su lado, siendo amada por ese hombre de aspecto de ángel demoniaco.
El único hombre que amo cada centímetro de su cuerpo con pasión y que nutrió su mente ávida de conocimiento. El único que realmente supo llenar su alma con su toque y su cariño.
El único que la había cuidado como si fuera el más precioso de los regalos.
Sebastián Morton, había dejado este mundo llevándose por completo el alma de Camelia.
El único que parecía no juzgarla, que verdaderamente se quedaba con ella a consolarla y tratar de ayudarla, era Gabriel. Él había sido el único que se había convertido en su verdadero amigo y único confidente.
Era quien le ayudaba a vivir esa condena que era su vida y quien la motivaba a salir a conocer gente nueva. No le encontraba sentido, pero todos los fines de semana se vestía para asistir a algún lugar con Gabriel donde beberían unos tragos y aceptaría charlar diez minutos con algún desconocido para tratar de cumplir la promesa que le hizo al hombre que amaba.
Y no era por aferrarse a su recuerdo, no lo hacía. Vivía por el dolor y la pena, el vacío en su pecho la obligaba a despertarse en medio de la noche y ella misma había decidido automedicarse a los meses de su muerte con pastillas mortales por la ineficacia de las pociones mágicas. Su núcleo estaba descontrolado y sin algo que pudiera estabilizar su desborde mágico era una amenaza andante para cualquiera cerca de ella. Ningún médico pudo ayudarla correctamente y ella los había tachado de ineptos y estúpidos.
En su desesperación por un alivio había terminado viendo a una maga persa, amiga de sus padres que se especializaba en magia antigua, había sido un chequeo de rutina, pero la respuesta que le habían dado no la esperaba.
Estaba sufriendo la pérdida de su coniuges eternam.
"Mi niña, no hay nada que pueda darte para aliviar tu dolor. Tu núcleo mágico está descontrolado por haber perdido a la persona destinada. Somos seres mágicos que nos guiamos por la magia elemental de la naturaleza, en Persia entendemos que nuestro núcleo gira en torno de nuestro centro y este lo encontramos con nuestro coniuges eternam. No es usual encontrar a tu pareja en este mundo, la vida puede hacer que esta persona nazca mil años antes que tú o que esté a punto de morir cuando naces, muy pocos logran coincidir con sus compañeros... Y si lo pierden, es como vivir muerto en vida, es conocido como tacet mortem."
La muerte silenciosa.
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