Dejo caer el cuchillo de plata de su mano y del bolsillo de su camisa, sacó aquel objeto que tantas noches de insomnio y tardes de incansable búsqueda le había costado. La piedra de la muerte, comenzó a flotar por encima de la palma de su mano, girando sobre sí misma.
–Crea el camino con la sangre derramada. Muerte, trae a quien pido ante mí, devuelve al hombre que me pertenece a este el mundo de los vivos. – Dijo Camelia con voz autoritaria. – Trae ante mí, lo que me has arrebatado. Aleja de tus manos el alma que apartaste de mi lado. Anubis, Hades, Plutón, Mors, Mictlancuhtli, Hela. Sé todos tus nombres y por todos te lo exijo. Dame a quien deseo o lo buscaré por mí misma en tu reino, lo que me pertenece, aunque deba ir por ti.
Siguió recitando los nombres por los cuales la muerte era conocida en diferentes culturas. Debía demostrarle que no le tenía miedo, que realmente iría al infierno a buscar al hombre que amaba, si no lo dejaba libre. La energía que la envolvía comenzó a concentrarse violentamente a su alrededor, brotando de su cuerpo con más vehemencia.
–Tengo en mi poder la llave de tu reino, ¡Abre tus puertas y déjalo venir!
Las velas que tenía encendidas por toda la habitación, se apagaron de golpe como si les hubieran soplado al unísono, Las esferas de luz explotaron desapareciendo. Una luz comenzó a brotar de la piscina inundando la sala. Camelia sintió una magia desconocida envolverla. Era oscura, densa, extraña... Sus músculos se entumecían, un hormigueo recorría todo su sistema nervioso y sin pensarlo, arrojo la piedra de la muerte a la piscina.
– ¡Sebastián Morton, vuelve al mundo de los vivos!
Una fuerza inmensa la golpeó arrojándola hacia atrás, como si su cuerpo fuera un proyectil, dando con sus huesos contra el duro suelo. Tenía la sensación de que la sala giraba sobre sí misma, no podía abrir los ojos, la luz era tan roja y brillante que dañaba sus retinas y parecía venir de todas partes.
–Sebastián Morton, vuelve conmigo, sigue el sonido de mi voz. – Grito con todas sus fuerzas, intentando levantarse. – Sebastián, ven a mi amor mío, sigue mi voz y vuelve a mi lado. Iré por ti Sebastián... ¡Vuelve o iré por ti!
Comenzó a gritar desesperadamente, tratando por todos los medios de levantarse para cumplir su promesa, no eran palabras vacías y no estábamos hablando de una misión cualquiera. La muerte tenía poderes que ella desconocía, bien podía retener a su amado o causarle daño mientras intentaba ir a su encuentro. Todo lo que le quedaba hacer era llamarlo y esperar que sus suposiciones sobre la muerte, fueran ciertas.
La magia que inundaba la habitación implosionó sobre sí misma y después de lo que pareció una eternidad, todo fue oscuridad y calma.
Camelia comenzó a abrir los ojos lentamente, estaba deslumbrada todavía y no podía ver con claridad, pero una voz que no era la suya se escuchó en el silencio de la sala.
–Camelia... ¿Eres tú?
Camelia sintió como su pecho dejaba de llevar aire a sus pulmones antes de comenzar a derramar lágrimas como si fuera aquella niña de dieciocho años nuevamente, un nudo en el estómago le impedía contestar a la voz que tanto tiempo tenía añorando escuchar.
Había funcionado, después de años investigando y estudiando. Lo que había pensado sería imposible, realmente había funcionado.
No se lo podía creer.
Sebastián Morton estaba saliendo de la Piscina de la muerte, estaba completamente desnudo, su piel era cremosa y clara justo como la recordaba. Aunque estaba muy delgado y demacrado. Parpadeaba desorientado, intentando ver todo a su alrededor.
– ¡Sebastián! – Grito Camelia al fin.
Sin importarle el dolor en sus huesos, Camelia se levantó lo más deprisa que pudo y corrió a la figura que había estado deseando por tantos años, Sebastián se había acercado hasta salir de la piscina y alejarse del borde, se tambaleó al sentir el frío de mármol contra su piel, su equilibrio no era tan bueno en estos momentos, apenas podía controlar su cuerpo, por lo cual Camelia, con esfuerzo debido al dolor, llego a tiempo para evitar que pudiera caerse.
Las lágrimas que ya habían comenzado a salir, aumentaron en intensidad al tener al hombre que amaba, por fin entre sus brazos.
–Camelia... Mi Camelia. – La voz de Sebastián era ronca como si no hubiera tomado agua en años, lo cual en cierta forma era cierto. – ¿Qué hago aquí? Yo... Recuerdo que yo...
–Shhh, todo está bien, no hables. No te agotes, debes guardar tus energías.
Camelia moría por abrazarle, besarle, mimarle, hablarle de todo cuanto había sucedido. Pero no era el momento, debían apresurarse.
Ya tendrían toda una vida para hacer lo que quisieran. Llena de felicidad, apoyo el cuerpo desnudo de él sobre su cuerpo, camino con dificultar, pero llegaron a donde estaba su mochila.
–Debo soltarte un momento amor, no te caigas.
–Camelia... –La voz de Sebastián era desorientada. – ¿Dónde estamos?
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