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Enamorada En Las Venturas Del Magnate

Enamorada En Las Venturas Del Magnate

Status: En proceso
Genre:CEO / Aventura de una noche / Posesivo / Mafia / Maltrato Emocional / La mimada del jefe
Popularitas:454
Nilai: 5
nombre de autor: Damadeamores

Viajes, estafas, strippers. Carl Johnson solo conoce ese estilo de vida. Una ambición sin medida entre el brillo de los casinos y la adrenalina de golpes magistrales, desde el robo de diamantes hasta la infiltración en bóvedas de alta seguridad.

Eso es hasta que aparece una mujer de curvas tentadoras; pero de ojos que creen ciegamente en el amor. Una creencia tan pura que puede resultar peligrosa.

¿Cuánto tienes que matar y conocer para saber que el atraco más arriesgado y traicionero podría ser el de tu propio corazón?

OBRA ORIGINAL © Damadeamores
No es anime.

NovelToon tiene autorización de Damadeamores para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 9

Tenerla todo el tiempo en su cabeza no estaba en los planes. Se sentía impaciente. Era consciente de que tenía asuntos que resolver, pero la necesitaba a ella para poder cedarse. A Abby.

La mañana siguiente el mensaje de Zero lo despertó. Le había mandado foto con expediente e historial de vida de una agente inmobiliaria. La mejor, según su puntuación.

Carl no perdió tiempo y la llamó. La citó a unos metros de la casa de Millie y le entregó los papeles, guardando él la copia de los mismos en su portafolios.

Ese era un toque de poder que en los negocios siempre le funcionaba. Ah, y el dinero. Unos fajos de billete. Lo vio como una inversión que recuperaría al vender la casa.

Pactado todo, ella se fue a bajar del auto y los cierres de seguridad la bloquearon. Miró al mulato de traje negro a su lado. Él tenía una mirada frívola, viendo a lo lejos bajo los lentes oscuros.

— ¿Ahora cómo sé que no contarás nada?

— No diré nada, señor CJ. Lo prometo.

Él chistó impávido, friendo un huevo con sus labios. Una actitud que la dejó temerosa, aferrada a la manilla de la puerta.

— Verás, no creo en las promesas.

— No... No diré nada. —tembló de voz— "Llegó un señor llamado Kindon, me la entregó y se marchó. Nadie sabe más nada de él".

Repasó lo que él le dejó dicho y asintió. Vio necesario mostrarle una foto de sus hijos y ella, una reciente sacada de su celular hackeado.

— Si dices algo, tus niños van a terminar enterrados en el mar.

Desbloqueó el seguro de las puertas y disfrutó verla correr asustada. Fingió haberse tropezado en las aceras, sin levantar sospechas. Llegó hasta la otra esquina y tomó un taxi. Fue inteligente.

...***...

Confirmado su encuentro con Abby, él se arregló. Intentó no ser tan evidente en haberse perfumado, peinado y depilado. Se miró al espejo y se convenció de que lo hizo por él. Verse impecable estaba en su nueva clase social.

Desordenó un poco las sábanas de la cama. ¿Para que arreglar tanto las cosas? No era nada importante.

El timbre sonó y se vio una última vez frente al espejo. Vio la camisa muy reluciente para una noche en la suite así que se cambió de prisa. Unos shorts de rodilla y pulover casual hicieron la diferencia. Así ella no sospecharía que la estaba esperando con ansias.

Abrió la puerta y sonrió al verla. Llevaba capucha y gafas redondas, algo exageradas. Levantó las manos en broma, como si fuera a ser asaltado.

— No tengo nada valioso encima.

Ella lo apartó y allanó el lugar con desdén en sus palabras.

— Cállate que un niño en la calle me dijo que parecía Gothel.

Estalló en risitas y cerró la puerta con un pie, atrapándola por detrás y besando su cuello. Ella se volteó y lo tomó por las mejillas. Lo besó. Él la siguió y se abrió paso con lengua.

Se podía decir que era la única que logró besarlo sin ser rechazada, todo por su olor embriagador a vainilla.

Ella se separó para quitarle la camisa, él cogió chance y la tiró a la cama, rompiendo sus pantalones.

— ¡Carl! —ahogó el grito— ¡Es el único uniforme de trabajo que traje!

Él anuló sus palabras, recorrió sus piernas con deseo y repitió el procedimiento con su camisa blanca. No le dio tiempo de detenerlo cuando los botones saltaron por los alrededores. Ella se cubrió el rostro en diversión. De alguna forma su risita lo cautivó y la miró por detenidos segundos.

Ella lo tomó por los hombros, tirándolo sobre su cuerpo. Esta vez, los besos locos los inició él.

...***...

— Ahí... ahí...

Los suspiros de Carl la llenaron de ánimo. Estaba haciendo un buen trabajo como masajista. Llevó sus pulgares con presión en los trapecios de él, sentada en la zona lumbar del moreno.

— Oh, sí... —exhaló con el rostro sobre las almohadas— ¡Tan bueno!

Ella apreció cada detalle de su perfil, de su nariz de punta redondita y labios carnosos. Ladeó la cabeza, echando un vistazo a su postura sobre él en el reflejo del espejo. Era casi media noche, pero el sueño estaba de fiesta.

— Ya no estás tan tenso.

— Con tus masajes claro que no.

Una sonrisa viajó entre los labios de ambos. Inició de nuevo, desde casi el comienzo de su columna. Notó un color marrón oscurecido en su brazo derecho, en su bíceps. Se le asemejó a un grano; un lunar, quizás.

Lo tocó y él brincó.

— Au...

— ¿Qué tienes ahí?

— ¿Tengo algo? —habló con los ojos cerrados, estaba seguro de que se había sacado todas las espinas de la noche pasada.

— Parece ser... —se acercó, dejando caer sus cabellos sedosos sobre la espalda de él— Una espina...

Él se mantuvo sereno y ella volvió a hablar.

— Espera. Voy a por algo para sacarla.

Se bajó de él y la cama. La vio de reojo buscando algo en su bolso. Cuando ella se volteó, volvió a fingir estar medio dormido.

Ella agarró su pinza de cejas y se volvió a subir en él. Sentir el cuerpo y la piel sensible de su vulva sobre él le dibujó una sonrisa que la confundió, mas no preguntó.

Acercó su rostro a la zona a operar y se acomodó para atraparla de una sola vez.

— Puede que te duela un poco.

— Sácala sin miedo.

Y ella haló. Él apretó la mandíbula, casi mordiendo la funda de la almohada.

— Puedes gritar, si gustas. —ahogó la risa— Es normal que duela.

— Estoy bien... —contestó en un suspiró, sintiendo el dolor efímero irse por completo.

Ella vio bien la espina. Era muy larga para ser de uno de los cactus que tenía en la cocina. Lo miró a él, viendo cada movimiento de sus facciones para detectar cualquier mentira que estuviera a punto de decirle.

-- ¿Cómo llegó eso ahí, de todos modos? —inquirió, manteniendo la serenidad en sus palabras.

— No lo sé.

Su respuesta la decepcionó. Fue peor que todas las que pasaron por su mente. Decir que no sabía, ¿la tomaba por tonta? ¿Cómo no iba a saber ni sentirla?

— Oye. —habló cuando la sintió bajarse.

Se puso de pie y se fue a la cocina, dejando caer la espina en el cesto de la basura.

— ¿A dónde vas?

— Tengo sed.

Él se viró de lado, esperando a que ella se descubriera de detrás de las puertas corredizas de cristales blancos. Por primera vez, no se ocultó bajo ninguna ropa interior o sábana. Pero salió rabiosa de la cocina, yendo directo a su bolso.

— ¿Todo bien?

— Esa espina es del desierto.

A pesar de sentir la furia en sus palabras, las mejillas redondas de ella le restaron seriedad al asunto. Era hermosa hasta enojada.

— Como no nos vimos, me fui a aumentar cuenta. —explicó y ella lo miró, confundida. Entonces aclaró— Robar.

— No quiero saber de eso. —terminó de sacar la ropa que planeaba ponerse el día siguiente.

— Bueno, es a lo que me dedico. No estaría mal saberlo.

— No quiero detalles.

Él asintió, dejando caer la cabeza en las almohadas para cerrar los ojos.

— Está bien. Tampoco te los daría.

— ¡¿Qué?!

La vio a medio párpado, con la nariz por encima de su nivel visual.

— No te metería en esa mierda.

— ¿Que crees que soy fresita o qué?

— No creo. —cerró los ojos— Eres fresita y no quiero matarte con eso.

— He conocido a seres peores que tú.

Se cruzó de brazos aunque él no lo vio. Solo se encogió de hombros.

— Si tu lo dices.

Sin poder tragárselo, se acercó a él, cubriendo la luz de la luna en su rostro.

— ¿Por qué parece que todo te da igual?

— Porque solo escuchas lo que quieres escuchar para poder inculparme.

La risa irónica de ella no lo hizo verla.

— ¿Carl?

Esperó unos segundos su respuesta y él susurró.

— Se durmió.

— Pues despierta.

Le dio con suavidad por su hombro y él se volteó para verla en panorama completo. Ella volvió a hablar, tomando asiento a su lado, de frente a él.

— Yo también tengo una condición... si quieres que nos volvamos a ver.

Él se acomodó, apoyando su cabeza en su mano izquierda. La miró con deseo, con maravilla en sus pupilas.

— ¿Cuál?

Abby bajó la mirada, pero se atrevió a decirlo y terminar viéndolo a los ojos.

— Si te acuestas conmigo, es solamente conmigo y nadie más.

— Creí que te gustaba compartir.

— En ese aspecto no.

— Entonces... —analizó la situación anterior— ¿Ese enojo eran celos?

— No son celos.

— ¿No?

— No. —le advirtió con el índice.

— Para mí que sí.

— Es solo cuidarme. Y cuidarte a ti también. —le aclaró y él abrió los ojos en sobreactuación, asintiendo— Sí. Tal como escuchas. No me quiero contagiar de nada si te andas acostando con miles a la vez.

Él no pudo ocultar la risotada, tampoco quiso. Ser celado por ella no parecía ser tan tóxico como las otras chicas.

— ¿Vas a cumplirlo?

Se hizo el que lo pensó por unos momentos. No era un secreto para él mismo que de igual forma, pidiéndolo o no, no se iba a acostar con nadie más mientras la tuviera a ella cerca.

La castaña estaba lista para coger sus cosas e irse sin mirar atrás. Estaba asumiendo mentalmente que hasta ahí había llegado todo, cuando él habló.

— Lo hago si me acompañas a San Fierro.

Filtró su respuesta y contestó con su duda en transparencia.

— ¿San Fierro? ¿Por qué?

— Porque tengo que resolver unos negocios y pasaré más de una semana allá. ¿Vienes conmigo?

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