María Elena Collazo trata de hacer hasta lo imposible por libararse de las garras de su suegra y de su alcohólico esposo. ¿Hasta qué punto podrá soportar ese infierno? Esta historia es totalmente ficticia. Todos los personajes y vivencias fueron creados por la mente de su servidora. Cualquier semejanza con la vida real es mera coincidencia.
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Amor enfermizo
Maria Elena no dejaba de pensar en lo que había pasado, no entendía por qué su esposo la había golpeado. Pero muy a su pesar tuvo que denunciarlo; un hombre que golpea una vez lo vuelve a hacer, no una sino muchas veces más.
Aun así, Elena lo amaba, ella siempre había sido fuerte, y no permitiría que su esposo le volviera a poner una mano encima. Solamente si era para acariciar.
También le dolió que su suegra no hubiera intervenido, como si disfrutara cada golpe que le diera Moisés.
¿Retirar los cargos?, aún no sabía si debía hacerlo o no.
Le dolían más los golpes del alma que cualquier otra cosa. No concebía la idea de que su esposo le hubiera puesto una brutal golpiza.
Vicky decidió irse, ya que Elena no quería hablar con nadie.
Al día siguiente, se presentó a trabajar, los albañiles esperaban las instrucciones.
Vicky se encargó de todo, mientras Elena se recuperaba de los golpes.
La señora Aranza la visitó en el hospital.
¿Otra vez usted?, dijo Elena sin ocultar su disgusto.
Por favor, retira los cargos.
¿Usted me está pidiendo que retire los cargos?, ¿acaso no le importa que me haya dejado como Santo Cristo?
Elena, yo sé que mi hijo se equivocó, pero está muy arrepentido.
¿Dice usted que está muy arrepentido?, ¿y los golpes quién me los quita?
Por favor, Elena te prometo que nunca más volverá a pasar y yo me encargaré de eso.
Elena no alcanzó a contestar porque en eso entró el doctor.
Bueno, bueno, ¿pero qué tenemos aquí?, ¿cómo se siente, señora Elena?
Pues ya me siento mejor, doctor.
Si sigue así, en unos días la daremos de alta.
Luego reparó en Aranza.
¿Se va a quedar aquí toda la noche?, le preguntó el doctor.
No, quiero decir, no me es posible.
Comprendo, pero no se preocupe, en este hospital hay muchas enfermeras.
Bueno, entonces me retiro, con permiso, doctor.
Luego se acercó a Elena y le dio un beso en la mejilla diciéndole al oído; por favor, piensa en lo que hablamos.
Elena volteó la cabeza al otro lado no tenía deseos de hablar ni de ver a Aranza.
Aranza salió sin decir más.
Elena se puso a llorar en cuanto quedó sola.
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En los próximos días Elena se iba recuperando, mismos en los que Moisés estaba encerrado en la cárcel.
Aranza no había logrado convencer a Elena de retirar los cargos.
Vicky la visitaba todos los días. Le llevaba los informes de todo lo que pasaba durante su ausencia.
Gracias, Vicky, no sabría qué hacer sin ti.
No digas eso, tú eres el pilar de la empresa, yo solo hago lo que tú me indicas.
En eso, el doctor entró llevando unos papeles en la mano.
Bueno, hoy mismo se va.
Gracias, doctor, dijo Elena de muy buen humor.
Vicky la ayudó a vestirse y más tarde ambas mujeres salían del hospital.
Al salir, Aranza ya las estaba esperando.
Vamos a casa, Elena, dijo.
¿A cuál casa, a la suya o a la mía que ya vendí?
Mi casa es tu casa, eres la esposa de mi hijo.
Lo siento, señora, pero como comprenderá yo no puedo aceptar volver ahí.
Buscaré una casa de renta en lo que consigo algo donde vivir, pero yo a esa casa no regreso y en cuanto mi esposo salga de la cárcel le pediré el divorcio.
Amiga, no tienes que buscar vente a vivir conmigo tengo un cuarto de sobra.
¿De verdad no te importaría que me fuera a vivir contigo?
Alguna vez tú me diste la mano cuando yo estaba en tu misma situación, ahora no veo por qué no he de devolverte el favor. Para eso somos las amigas ¿que no?
Ignorando a Aranza las dos mujeres se subieron al coche de Vicky.
Aranza solo se quedó viéndolas partir.
"Maldita estúpida, pero ya veremos si no regresas", se dijo para sí misma.
Dos días después de que Elena saliera del hospital, Moisés se presentó en su empresa.
Vicky lo vio y le hizo la seña a Elena.
Mira, ahí viene tu esposo.
¡Oh, Dios!, ¿cómo logró salir?
Sé que te preguntarás cómo salí de la cárcel, pues resulta que mi madre logró conseguir para la fianza y aquí estoy.
Pues ya puedes irte, aquí no tienes nada que hacer.
Elena, te pido perdón por haberte golpeado, te amo, por favor regresa conmigo.
No pienso regresar. Quiero el divorcio.
No estarás hablando en serio, ¿verdad? Yo no quiero separarme de ti.
Entiende, Moisés, yo no quiero vivir el resto de mi vida con un hombre violento.
No volverá a pasar, te lo juro.
Ya vete.
Moisés optó por irse, ya tendría tiempo para convencerla.
Los días que siguieron, la empresa mostraba un gran avance, mientras que la de Moisés caía cada día más.
Hubo la necesidad de vender, ya que era imposible levantarla. El dinero de la venta apenas alcanzó para pagarles a los trabajadores.
Aranza estaba que no la calentaba ni el sol.
Ahora más que nunca debes de convencer a Elena de que se regrese a la casa.
Mamá, ella me ha pedido el divorcio.
No debes de aceptar.
Mamá, yo la amo.
Déjate de babosadas, el amor no entra aquí, solo la despojaremos de todo y luego la echas a la calle.
Yo no puedo hacer eso.
Claro que puedes, no eres nadie para desobedecerme.
Moisés agachó la cabeza. Sí, mamá.
Desde niño, Moisés estaba acostumbrado a obedecer a su madre sin chistar.
Cuando alguna vez se le ocurrió rebelarse su madre le dio una santa golpiza que casi lo mata. El DIF estuvo anpunto de quitarle al niño, pero ella lloró tanto que conmovieron a las trabajadoras sociales, y decidieron dejarle a su hijo con la condición de que se presentara cada mes para informar del avance de Moisés.
Y este con tal de que no lo separaran de su madre mentía.
No hubo un solo día que no fuera maltratado por ella, pero Moisés estaba tan acostumbrado a ella que callaba.
Por esa razón, Moisés se vengaba en las mujeres que compartían su cama.
Elena era una más.
Solo que a esta sí la amaba. Pero su madre no permitía que su amor creciera. Al contrario, hacía lo posible porque las mujeres lo odiaran.
Era un amor enfermizo el que sentía Aranza por él. Aunque, eso no era motivo para que no le pegara y maltratara.
Un día en que Moisés se estaba bañando después de haber agarrado la borrachera un día antes, sorprendió a su madre viéndolo.
De inmediato tomó la toalla y se cubrió.
¿Qué haces, madre?
Nada, eres mi hijo, te conozco todo, no debes sentir vergüenza.
Eso era cuando era apenas un niño, ahora soy un hombre.
Ya, no te sulfures.
