tres años han pasado desde que el Marqués Rafael y Elaiza sellaron un pacto de amor secreto. Cuatro años en los que su relación ha florecido en los rincones ocultos de la mansión, transformándose en una verdad inquebrantable que sostiene su hogar.
Pero con los hijos del marqués haciéndose mayores y la implacable sociedad aristocrática que ha comenzando a susurrar, el peligro de que su amor salga a la luz es más grande que nunca.
¿Podrá estás dos almas unidas en la intimidad sobrevivir al escrutinio del mundo? ¿osera el fin de su amor?
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el salón de baile
El piano sonaba en todo lo alto, llenando de música el salón. El sol de la mañana se colaba por las ventanas, iluminando el suelo de mármol pulido. La maestra de baile repetía el compás una y otra vez, corrigiendo la postura de sus jóvenes alumnas. El salón, que había estado vacío por meses, se había convertido en un hervidero de actividad para las jóvenes que se preparaban para su presentación en sociedad. Era el turno de las niñas de 14 años, quienes aún tenían dos años más para perfeccionar lo necesario, mientras las mayores, sentadas alrededor, aprovechaban para hablar de los últimos chismes de la alta sociedad.
Rosalba, vestida con un sencillo, pero hermoso vestido de algodón, observaba la escena con una mezcla de aburrimiento y resignación. Se sentía como un pez fuera del agua, y el brillo de los vestidos de sus compañeras le recordaba la superficialidad de su mundo.
"¿Qué te parece, Cecilia?", le preguntó a su compañera, que estaba de pie a su lado, con su simple vestido nuevo. "Todas parecen tan... perfectas. En cambio yo... No sé si algún día seré tan guapa como ellas."
Cecilia sonrió, su voz suave y tranquila. "Sí, Mancare. Parecen de porcellana, pero la porcellana es demasiado frágil y pronto se rompe. Mi madre dice que el corazón es lo más importante, y le aseguro que, entre todas ellas, usted tiene un corazón molto bellissimo."
Rosalba sonrió. Le gustaba la manera en que Cecilia veía el mundo, una manera simple y honesta que contrastaba con la complejidad de su propia vida.
Durante la clase, una joven llamada Diana, hija de un duque, con un vestido de seda rosa y una sonrisa maliciosa, se acercó a Rosalba.
"Rosalba, qué bueno que viniste", dijo en un tono que no era de bienvenida. "Qué guapa tu amiga, ¿de qué familia proviene?" preguntó con una clara intención de humillar. "Es la primera vez que la veo por aquí."
"Es mi dama de compañía, Diana", respondió Rosalba con voz firme, defendiendo a su amiga.
"Oh, ya veo", dijo Diana, y su sonrisa se volvió aún más maliciosa. "No sabía que había damas de compañía con esa pinta." Se rió observando el vestido nuevo de Cecilia. "Y menos que podían asistir a las clases de la alta sociedad como si fueran parte de la corte."
Rosalba sintió que el rostro se le enrojecía. La humillación le subió por la garganta. Pero antes de que pudiera responder, Cecilia, con la cabeza alta, recordó el día que cambió su vida.
...***...
La tarde había llegado, y el sol se filtraba por las ventanas de la mansión. Giuseppe y Anabella Bianchi, caminaban a paso rápido por el jardín, sus rostros una mezcla de pavor y de furia. Habían sido convocados por la señora Jenkins, y el solo hecho de que los hubieran llamado a la casa grande les llenaba de un presentimiento ominoso.
Al entrar en el pequeño salón, se encontraron con la señora Jenkins sentada en un sillón rojo de terciopelo, con el rostro serio. Detrás de ella, estaba Elaiza, con una expresión de calma y serenidad, y delante de ellas, estaba Cecilia, de pie, con la cabeza gacha, sus manos aferradas a su vestido.
Los padres, llenos de vergüenza, se arrodillaron.
"¡Cecilia Bianchi! Cosa hai fatto?", exclamó Anabella, su voz llena de angustia. "Ti avevo detto di stare attento! Di non metterti nei guai!" La muchacha no se movía; estaba petrificada. Ni ella sabía lo que habría hecho.
"¡Parla! Parla, bambina! ¡Dinos qué ha pasado! ¡Pídele perdón a las signore!" dijo Giuseppe con una mirada furiosa. "Díganos, señora Jenkins, ¿cuánto le debemos?"
Anabella se volteó a ver a la señora Jenkins, con los ojos llenos de lágrimas. "Lo siento, señora. Per favore, sé que mi hija es goffo e distratto, pero es una buena muchacha. Prometto."
La señora Jenkins, sin alterarse, los miró con un rostro inexpresivo. "No se preocupen, señores. No hay nada que perdonar. De hecho, ha ocurrido todo lo contrario."
Los padres se quedaron atónitos. Elaiza, con una voz suave y amable, comenzó a relatar lo sucedido, como Rosalba habia estado triste y la plática con Cecilia la había animado. "He hablado con el marqués y ha accedido a que Rosalba tenga una dama de compañía de su edad, alguien en quien pueda confiar. He visto que Cecilia es una buena muchacha, con un corazón puro y creemos que ella es la persona perfecta para el trabajo."
Giuseppe y Anabella seguían sin entender. La señora Jenkins, notando su confusión, se aclaró la garganta. "El marqués ha decidido que la señorita Cecilia será la dama de compañía de la señorita Rosalba. Ella seguirá trabajando en la casa, pero su carga de trabajo será reducida a las habitaciones de la señorita Rosalba y la biblioteca. Los beneficios son muchos. Un salario de siete reales de plata al mes, un descanso cada quince días, la oportunidad de aprender modales, etiqueta y otras materias, y con el tiempo, podría llegar a ser una institutriz, la dama de compañía de la señorita Rosalba cuando se case, o incluso su ama de llaves."
La señora Jenkins se detuvo. "Siete reales..." dijo Giuseppe, con la voz temblorosa. "¡Es una fortuna!"
"es el pago regular para el puesto, Sin embargo," continuó la señora Jenkins, "el trabajo será de entrada y salida, de siete de la mañana a ocho de la noche, y en caso de que la señorita tenga un compromiso por la noche, deberá quedarse a dormir, claro, con el resto de los sirvientes. Y el marqués también ha decidido que, para que la señorita Cecilia no desentone, se le mandará a hacer ropa con la modista Madame Bauchamp. El costo se le descontará de su sueldo, una cantidad mínima que será negociada con la modista, bueno claro si ustedes aceptan."
Los padres, con los ojos llenos de lágrimas, asintieron. Era un sueño hecho realidad. Una oportunidad para que su hija, que siempre había sido tan trabajadora y honesta, se convirtiera en algo más que una simple sirvienta que fregaba pisos.
"Gracias, dama. Grazie mille," dijo Anabella.
...***...
El recuerdo le dio a Cecilia la fuerza que necesitaba. Antes de que Rosalba pudiera responder, ella habló con una voz tranquila y respetuosa, pero con un firme orgullo que no había tenido antes
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"Con il tuo permesso, Mancare," dijo, con la cabeza en alto. "Me han pedido que ayude a la signorina Rosalba con sus clases. Solo estoy aquí para servirla y apoyarla en lo que requiera non ingraziarsi le persone ignoranti . Se non ti piace, non è un nostro problema." (Con su permiso, Mancare. Me pidieron que ayudara a la señorita Rosalba con sus clases. Solo estoy aquí para servirla y apoyarla en lo que necesite, no para congraciarme con personas ignorantes. Si le parece o no no es nuestro problema.)
Diana no entendió el italiano de Cecilia, pero la mirada de la joven le dejó claro que había sido ofendida. "Saben qué, no tengo tiempo que perder con personas sin estatus," dijo, dándose la vuelta con una mueca de desprecio.
Rosalba, con la cara atormentada por la vergüenza, se volteó a ver a Cecilia. "Lo siento, Cecilia. No debí traerte aquí, yo... yo solo..."
"Non si preoccupi, signorina," dijo Cecilia, su voz llena de calidez. "Mi padre me dice que en la vida hay dos tipos de personas: persone bene e persone stupide. Solo significa que tenemos que ser pacientes con los stupide."
Rosalba rio con esto último, y la tensión que se había apoderado del salón de baile se disipó. Al terminar la clase, las dos jóvenes se fueron, y Rosalba, que aún se sentía apenada por lo ocurrido, llevó a Cecilia a comer su primer helado, como compensación al mal rato.
esa tarde El sol iluminaba con sus últimos rayos el pequeño salón de la mansion, y Rosalba, con una sonrisa en el rostro, tomó las manos de Cecilia y ambas comenzaron a bailar.
Rosalba dirigía y Cecilia, quien con una sonrisa en la cara, intentaba seguirla. Pero pronto, los tropiezos y las risas se apoderaron del salón. Los pies de Cecilia se enredaban en los de Rosalba, y las dos caían, agotadas, en el suelo de mármol.
"¡Oh, Cecilia!", exclamó Rosalba, su voz llena de risas. "Eres un disastro".
"se lo dije, Mancare", respondió Cecilia, su rostro enrojecido. "Soy un disastro".
Las dos se sentaron en el suelo hasta la hora de la cena riendo y charlando amenamente, con el pelo desordenado y las mejillas enrojecidas por el ejercicio. Por un momento, Rosalba se olvidó del mundo exterior. No había baile, ni presentación real, ni chismes de la corte. La amistad de Cecilia se había convertido en un refugio de la soledad que la había estado consumiendo. Ya ni siquiera pensaba tanto en Marcello. Solo había una muchacha, un vals y una amiga.
Estaría bueno que tuviera alguna conducta inapropiada con alguna jovencita, no quiero que sea Rosalba, y lo reten a duelo para que así muestre la piltrafa de la cual está hecho.
¡La princesa está enamorada de Rafael!
Eso no me lo esperaba.
🤔🤔🤔