Octavo libro de la saga colores.
Lady Pepper Jones terminará raptada por un misterio rufián de poca paciencia y expresión dura, prisionera y en manos del desconocido, no tendrá más remedio que ser la presa del lobo, mientras que Roquer, lidiará con su determinación de cumplir con su venganza y la flaqueza de tener a una hermosa señorita a su merced.
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9. Un acto despreciable
...ROQUER:...
Me detuve, necesitaba agua, tenía una cantimplora en la bolsa, solo eso, el resto tendría que conseguirlo en el poblado más cercano, robar más provisiones, no iba a gastar el dinero y las piedras preciosas en pequeñeces.
Escuché un jadeo detrás de mí.
La señorita se veía más débil y andrajosa, cada vez se quejaba más, era un dolor de cabeza.
No la capturé para ser un maldito niñero.
Observé hacia atrás.
Parecía costarle respirar, el rostro muy rojo.
— Siéntate, solo un minuto — Gruñí cansado de sus quejidos, indicando el tronco lleno de musgo cerca de nosotros.
Hizo lo que pedí.
Saqué la cantimplora y bebí.
Ella me evaluó, su garganta se agitó, sus labios se agrietaron.
Empezaba creer que si decía la verdad cuando dijo que tenía una condición. No me importaba en lo absoluto, pero no quería cargar con una debilucha, no pesaba nada, pero sería un estorbo y no la quería muerta, aún no.
Le dí la cantimplora.
La tomó desesperada, bebió.
Me recordó a Maude, cuando pasaba días sin encontrar comida en las calles lucíamos como muertos vivientes, los primeros días en los callejones fueron difíciles y más al tener que cuidar de ella.
No, esta noble pasó toda su vida en cuna de oro, solo por estar unos cuatro días durmiendo y comiendo mal, no nos hacía iguales.
— Ya, debemos racionar esto hasta llegar a uno de los pueblos.
— ¿Cuándo será eso? — Jadeó, sin dejar de respirar con fuerza — ¿A dónde vas a llevarme?
— Unos dos días más.
— ¿No lo sabes? — Su cabello estaba completamente suelto y despeinado, el flequillo de su frente se pegaba a la piel por el sudor.
Tenía restos de tierra y hojas pegadas en los mechones, también en la ropa. Ya no parecía una señorita de cuna noble, cualquiera la podría confundir con una mendiga.
— Por supuesto que lo sé.
Tenía una brújula y un mapa.
Cerré la cantimplora y la guardé.
Tiré de la cadena.
— No, necesito descansar más.
Mierda.
Solté una larga respiración de frustración.
Empezaba a arrepentirme de haber raptado a una señorita tan débil, pero luego recordaba al duque, lo bien que se había sentido darle esa paliza, su sufrimiento era mi único alivio.
— ¿Qué condición tienes? — Gruñí, al verla cada vez más agitada.
— Tengo esto desde antes de tener memoria, soy débil, si hago esfuerzos y recibo emociones fuertes, mi respiración se complica cada vez más, siento que me asfixio, incluso me he desmayado en ocasiones — Se llevó una mano al pecho.
— ¿No es un maldito truco?
— Lo juro, no lo es.
— Maldita sea — Protesté.
— Debiste preguntar antes de raptar.
— Eso no cambia el hecho de que te mantendré cautiva — Dije, elevando una ceja.
— Si no quieres que apeste más deberías dejarme ir a orinar, no tengo fuerzas para correr, no llegaría demasiado lejos antes de desplomarme.
Recordé las palabras de mi hermana, no debía ser un maldito déspota, pero es que al verla recordaba al duque, me llenaba de rabia, pero Maude también era mujer, no tan débil y flacucha como ella, pero si lo era.
Solo por esa razón, accedí a quitar el grillete en su muñeca.
— No te servirá de mucho escapar, terminarás perdida o en manos de otros rufianes peores que yo... Te conviene quedarte a mi lado.
— Tu eres el peor — Dijo y le lancé una mirada desdeñosa — Me trataste como una porquería, no me dejas descansar, me hiciste dormir en el suelo frío... Si sigo así voy a morir.
— No conoces el mundo que te rodea, lo que te hice no es nada con lo que puedes encontrar en estos alrededores... Hay hombres que no se contendrían en abusar de ti de mil formas para luego matarte y dejar tu cuerpo destrozado en este bosque, te harían sufrir tanto que pedirías la muerte a gritos — La liberé y se acarició la muñeca.
— Tú lo harías — Dijo, ya no había tanto temor en su mirada, solo rabia — Seguro que si nos topamos con sujetos de esa calaña, me entregarías a ellos.
— No soy esa clase de sujeto.
— ¿De qué clase eres? — Siseó, sus enormes ojos azules me observaban con odio.
Parecía un duendecillo, con el rostro tan delicado y tan delgada, el cabello rojo, como los de los cuentos de fantasía que me leía mi madre para dormir.
Mi madre.
Por ella hacía esto.
— De la clase que solo actúa por deseos y solo quiero venganza, no me sirves para otra cosa.
— Tienes a la persona equivocada — Se levantó con dificultad — Debiste raptar y torturar a mi padre, no a mí.
— Me encanta la idea, pero primero lo torturaré con la desaparición de su hija, pronto sabrá que está en manos de un ser sin escrúpulos y su sufrimiento aumentará.
Se alejó para ir orinar.
La seguí.
— Al menos dame derecho a la privacidad — Gruñó, colocándose detrás de un árbol.
Me detuve.
Escuché el ruido de la ropa y el sonido del arroyo.
Volvió después de un rato, acomodando el cinturón.
Volví a tomar el grillete.
— ¿Es necesario?
— No abuses de mi consideración.
— Si vamos a algún poblado llamarás mucha atención si me llevas encadenada.
— Aún no estamos en el poblado — Tomé su brazo y cerré el grillete alrededor de su muñeca.
Caminamos otro poco, con más lentitud.
Escuché un ruido, una voz que cantaba me hizo detenerme en seco. Alguien se acercaba.
— Ocultate detrás de mí.
— No... Yo...
— Si no haces lo que te pido, te cortaré los mechones de cabello que faltan.
Se ocultó detrás de mí.
Un cazador apareció, llevaba un hacha en la mano y también tenía un caballo con muchos troncos y ramas en su lomo.
Se detuvo al verme, dejó de cantar, oculté la cadena detrás de mí.
La señorita Pepper se pegó a mí.
El anciano fisgón se quedó observando hacia nosotros.
— ¡Buen día!
— ¿Cómo le va? — Fingí cortesía.
— La leña de este bosque es buena, por eso me gusta venir aquí — Dijo, sin dejar de observar — ¿Ustedes qué hacen aquí? Es muy extraño ver personas en este lugar — Intentó mirar por detrás de mí — ¿Quién es la joven?
— Somos viajeros, ella es mi esposa.
— Están lejos del camino.
— El bosque es un buen atajo — Dije, queriendo cortar el asunto de una vez.
Maldita sea.
— ¿A dónde se dirigen?
Coloqué la mano en la empuñadura de mi espada.
— No se preocupe, estamos bien.
— Mi casa está cerca, podrías invitarle alguna bebida caliente, parecen perdidos.
— No lo estamos, siga su camino — Advertí.
La señorita Pepper salió de detrás de mí.
— ¡Señor, ayúdeme, este sujeto me raptó, me tiene encadenada a él! — Gritó, tirando de la cadena — ¡Planea hacerme cosas malas!
Maldita desgraciada.
El sujeto se aproximó con el hacha, alerta.
— ¡Deja ir a la joven y no saldrás lastimado!
Saqué mi espada.
— Anciano, sigue tu camino.
— ¡Por favor, ayúdeme! — Suplicó la señorita.
Debí cubrirle la boca con un pañuelo.
— ¡Suéltala! — Me amenazó con el hacha.
— Se lo advierto, este asunto no le concierne — Mantuve la espada abajo.
La señorita Pepper lloró.
— Por favor... No me deje con este hombre...
— ¡No voy a permitir que lastimes a esta pobre señorita!
Resoplé — Largo.
Lanzó una ataque con el hacha, elevé la espalda, cortando el mango del hacha.
El sujeto retrocedió.
— Lo lamento, pero no puedo dejarte escapar.
Avancé, Pepper tiró de mí, negándose a avanzar.
— ¿Crees que puedes detenerme con eso? — Siseé.
El anciano me atacó, queriendo quitarme la espada, lo atravesé con un solo movimiento.
La señorita soltó un grito que hizo eco en el bosque.
Saqué mi espada y el cuerpo cayó al suelo.
— ¡Lo mataste, eres un maldito! — Golpeó mi pecho, derramando lágrimas — ¡Mataste a alguien inocente!
— No lo conocías, deja de asegurar que es inocente.
— ¡Estaba dispuesto a ayudarme! — Me dió otro golpe en el pecho — ¡Eres un ser despreciable!
— Tal vez solo estaba viendo la oportunidad de tener a una jovencita preciosa para desahogarse — La observé detenidamente, siguió llorando.
— No todas las personas son como tú.
— Gracias a mí ya no andarás a pie — Señalé el caballo.
— No es tuyo.
— Ya lo es — Caminé hacia el caballo, tirando de la cadena.
— Eres cruel e insensible, ese anciano seguramente tenía una familia — Jadeó, cohibida por lo sucedido — Tal vez ellos lo esperaban, ahora jamás llegará y no tendrán la fortuna de encontrar ni su cuerpo.
Apreté mi mandíbula.
— Nos vió, no podía dejarlo ir, iba a alertar a otros.
Las lágrimas seguían cayendo de sus mejillas.
— Eres un maldito.
— ¿Jamás habías visto a alguien morir?
— Eso no importa, lo que hiciste estuvo mal, te quejas de la crueldad de mi padre, pero eres peor.
— ¿Yo? ¿Peor qué ese desgraciado? — Me enfurecí — ¿Tienes una maldita idea de lo que ese infeliz hizo?
— Eres inhumano.
— Cuando tenía ocho años, ví como tu padre amenazaba a los míos de que iba a quemar el edificio donde vivíamos — Gruñí y se quedó observando — Esa misma noche su amenaza se cumplió, estaba durmiendo cuando el humo me despertó, mi padre entró corriendo y nos recogió a mi hermana y a mí, nos sacó por una ventana con una sábana, dijo que iría por nuestra madre, pero en ese instante se desplomó la estructura... Ellos murieron, aplastados y quemados... Terminamos en las calles, la gente nos cerró las puertas, a nosotros, dos niños desamparados, lo que viví en las calles no podrías ni imaginarlo...Así que no te atrevas a acusarme de ser un inhumano, tu padre me transformó en esto — Le enseñé la espada manchada con sangre — Así que él es peor que yo.
El hambre, la exposición, nada de eso se comparaba con lo que me sucedió a los catorce años.
No podía dejar de recordar eso.
Nos observamos por mucho tiempo, sus ojos cristalinos por las lágrimas me miraban como un ángel.
¿Cuántas pecas tenía? Recordé su cuerpo semi desnudo, había más en toda su piel.
Yo era el demonio.
Aparté mi mirada.
Quité la carga del caballo y cargué a la señorita.
Subí a la silla.
La coloqué adelante de mí, sentada de lado.
Tomé las riendas y guié el caballo.
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La señorita Pepper se quedó dormida, terminó apoyada contra mi pecho mientras el caballo seguía andando.
Lo lamentaba por el anciano, pero no escuchó mi advertencia.
Maude me había hecho jurar no matar personas inocentes, solo maleantes y enemigos. Lo había hecho después de verme estrellar una piedra una y otra vez contra la cabeza de otro niño cuando me metía en peleas de callejones.
Había roto dos juramentos.
No sé cuanto odio más podía albergar dentro de mí.
Ya no quedaba nada del niño que alguna vez fui, cuando era inocente y disfrutaba ayudar a mis padres en la boutique, cuando tenía sueños de ser un caballero, llevar una armadura y proteger a los reyes, luchar por lo justo.
Sir Roquer, ahora eso sonaba ridículo para mí.
La señorita Pepper soltó un suspiro.
Su mano libre se enterró en mi hombro, luego volvió a aflojarse.
Se le inclinó la cabeza hacia atrás.
Sus ojos estaban cerrados.
Seguía dormida.
Sostuve la rienda con una mano.
Toqué la piel de su cuello.
Muy suave, muy delicada, muy delgada, podía romper su cuello con solo un apretón.
Mis manos se deslizaron por su barbilla.
Rocé mi pulgar en su boca.
Mi miembro se endureció.
"Una florecita pura"
Siempre me revolqué con mujerzuelas, no había más opciones, o si las había, pero implicaba tomar mujeres a la fuerza y a eso jamás recurría.
Nunca probé una señorita virgen.
Imaginar las reacciones tímidas que tendría ante mi toque, de mostrarle lo que podía sentir en mis manos y de sumergirme en su interior puro.
Hacerla sentir mujer.
Mierda, no quería más ideas indebidas en mi cabeza, pero no podía negar que seguía rondando en mi mente el deseo de tomarla.
Podría servir como venganza, el golpe más bajo para un padre.
Sostuve su mandíbula.
No, esa señorita no iba a disfrutarlo, la haría sufrir si la tocaba.
Me odiaba y me temía.
No iba a forzarla.
Alejé mi mano.
Tendría que encontrar a otra para desahogarme.
La señorita volvió a despertar y se alejó de mí.
Detuve el caballo.
— ¿Qué es eso? — Preguntó, al ver una planicie.
Había un molino abandonado allí.
— Es un molino.
— Ah.
— ¿No habías salido del palacio?
— No mucho — Dijo observando hacia las elices que giraban.
Seguí andando hasta el anochecer.