Aksel Klutzberg no es el típico alfa de cuento. Es delgado, su forma de lobo es más pequeña que la de cualquier otro líder, y su vida está lejos del lujo o la admiración. Se convirtió en alfa siendo apenas un adolescente, cuando sus padres lo abandonaron para ir en busca de sus mates, dejándole solo una nota y una manada al borde del colapso.
Hoy, Aksel vive en la casa principal de la manada, pero prefiere usar los pocos recursos que le quedan para reparar los hogares de los demás, pagar estudios, cubrir gastos médicos y mantener unida a su gente antes que comprarse un par de pantalones nuevos. Trabaja en la única ferretería que lograron salvar, sobrevive a base de esfuerzo y sarcasmo, y no ha tenido tiempo —ni espacio— para enamorarse.
Lo último que espera es encontrar a su mate. No está listo para el amor, ni para compartir una vida que a duras penas sostiene.
Pero el destino no espera a que estés preparado.
Y Aksel está a punto de enredarse más de lo que nunca imaginó.
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Enredo a primera vista
Los tres salieron de la tienda con las bolsas, y yo me quedé ahí, en silencio, mirando a Zafiro hasta que desapareció de mi vista. Solo entonces respiré hondo y volví a enfocarme en el mostrador. Otro cliente esperaba para pagar. Me forcé a sonreír y continuar como si no acabara de ver mi vida patas arriba.
Pero entonces, la puerta se volvió a abrir y la campanita sonó.
Zafiro entró de nuevo.
Mi estómago se encogió.
Se acercó directo a mí con paso seguro y una sonrisa suave. Me habló.
—¡Hey, Aksel! ¿Tienes un minuto?
Me congelé. ¿Me estaba hablando a mí? ¿Cómo sabía mi nombre?
—¿Yo? —balbuceé, como un idiota.
—Sí, tú. Necesito preguntarte algo.
—Cla...ro —respondí entrecortado. Estaba demasiado cerca.
—Verás, Aksel —dijo con una voz dulce que me hizo olvidar cómo respirar—. Estamos haciendo unas reparaciones en la casa y necesitamos ayuda. Yo puedo encargarme de la mayoría de cosas, no me asusta romperme una uña —sonrió de lado—, pero mi hermano no sabe ni clavar un clavo. ¿Conoces a alguien bueno con herramientas?
¿Me estaba pidiendo ayuda? ¿O solo quería una recomendación? ¿Por qué me temblaban las manos? ¿Qué se suponía que debía responder?
Antes de que pudiera abrir la boca, Mattheo se materializó a mi lado con su sonrisa pícara habitual.
—Claro que conoce a alguien —intervino—. Aksel es un genio en reparaciones. Y además no cobra caro. Él puede ayudarte con lo que necesites. ¿Verdad, Aksel?
Zafiro pareció aliviada y contenta. Sus ojos brillaron.
—¿En serio? —me miró directo—. ¿Podrías ayudarme, Aksel? Me harías un enorme favor.
Mi cerebro gritaba que sí. River en mi cabeza daba vueltas de la emoción. Pero yo apenas pude asentir como un idiota, con la boca medio abierta y las palabras atoradas en la garganta.
Entonces, Zafiro tomó mi mano y, con un bolígrafo que sacó de su bolso, escribió su número en mi palma. Su caligrafía era bonita, como ella.
—Llámame cuando puedas, ¿vale? Te espero.
Me sonrió una vez más y, antes de que pudiera reaccionar, me besó la mejilla, soltó mi mano y salió corriendo.
Me quedé quieto. Estático. Con la mano en la cara. Con el corazón galopando. ¿Qué demonios acababa de pasar?
Miré mi palma. Su número estaba ahí, en tinta azul. Azul como sus ojos. Me sentí como un niño al que le habían dado el mejor regalo de su vida.
—¡Eh, Aksel! —la voz de Mattheo me sacó de mi trance—. ¡Por fin! ¡Una chica te dio su número! ¡Ya era hora!
—¿Qué? No... no es así... —intenté negar, pero no tenía ni fuerzas.
—Vamos, no te hagas. Tenías cara de cachorro en celo. ¿Cómo es que se llama?
—Zafiro —respondí en voz baja. Solo decir su nombre me daba cosquillas en el pecho.
Mattheo me dio una palmada en la espalda.
—No seas tonto, Aksel. Llámala. Es tu oportunidad. No la dejes escapar.
Entré a mi oficina y me puse a dar vueltas como un loco. No sabía si debía o no llamar a Zafiro. Y si lo hacía, ¿qué le decía? ¿Qué tal si le caía mal? ¿Qué tal si me rechazaba? ¿Qué tal si se enteraba de que soy un lobo y salía corriendo?
No sé cuánto rato pasó, pero en eso entraron Liam y Mattheo. Los dos me conocen muy bien y se dieron cuenta de que algo me pasaba.
—¿Qué te pasa, Aksel? —preguntó Liam, frunciendo el ceño—. Estás pálido. ¿Te sientes bien?
—¿Es por la chica? —dijo Mattheo, divertido—. ¿Ya la llamaste?
—No... no la he llamado —confesé, bajando la mirada—. Es que... es que...
—¿Qué?
—Encontré a mi mate.
Ambos se quedaron helados.
—¿Qué? —repitieron al unísono.
—Encontré a mi mate.
—¿Estás seguro? —preguntó Liam, incrédulo.
—Lo estoy. No hay duda. Es ella.
—¿Zafiro? —preguntó Mattheo, abriendo mucho los ojos—. ¿La chica de hoy?
—Sí.
—¿La que te besó la mejilla y te dejó medio ido?
—Esa misma.
—¡Madres! —Mattheo silbó entre dientes—. Y encima te coqueteó.
—No me coqueteó. Solo fue amable.
—Por el amor de la Luna, Aksel —intervino Liam—. ¿Qué más necesitas? Te sonreía, te tocaba, te besó, te dio su número. Está interesada, idiota.
—No... No creo —dije bajito.
Ambos se miraron y luego me miraron con lástima.
—Ella... se nota que tiene dinero, estilo, una vida... real. Yo no tengo nada que ofrecerle. Me remiendo los pantalones para no gastar el dinero de la manada. ¿Qué voy a darle?
—Tú le darías algo que ningún otro tiene —dijo Liam, en tono serio—. Le darías lealtad. Un corazón completo. Y la paz de saber que nadie jamás la abandonará.
—¡Ay, Aksel! Eres un caso perdido —me dijo Mattheo, sacudiendo la cabeza—. Tienes que llamarla y quedar con ella. No puedes dejar pasar esta oportunidad. Ella es tu mate, Aksel. Tu mate.
—Ya lo sé, ya lo sé. Pero no es tan fácil. No sé qué decirle. No sé cómo quedar con ella.
—Pues díselo con naturalidad —intervino Liam.
—Pero si me cuelga o, peor, si no...
—¡Aksel! —me gritaron los dos, hartos de mi terquedad.
Los dejé ahí, riendo en mi oficina, y decidí salir un rato para aclarar mis pensamientos. Me fui a caminar por la calle, tratando de ordenar mis ideas. Zafiro era genial y sería una excelente luna. Era muy linda y adorable. Tenía un bonito cuerpo.
Estuve a punto de fantasear con ella, pero me interrumpí a mí mismo. También se notaba que era rica. ¿Qué le podía ofrecer yo? Si a duras penas tenía para apoyar a la manada. Y no solo eso. Había lobos —sin necesidad de ser alfas— que eran más fuertes y grandes que yo. Que la podrían proteger mejor. Que la podrían hacer más feliz.
—Nuestra mate es taaaaan bonita —intervino River, feliz en mi mente—. Y huele tan rico...
—Sí... huele a canela y manzana —repetí en voz baja.
—¡Y es nuestra! ¡Encontramos a nuestra mate! —siguió River, emocionado como un cachorro en la nieve—. ¡Quiero marcarla yaaaa!
—Yo también quiero, River —pensé, dejando que su alegría me empapara un poco—. Pero no puedo. No soy suficiente para ella.
—¡Sí lo eres! ¡Sí lo eres! —repetía él, dando vueltas de alegría.
Yo solo quería creerle.
Me perdí en la conversación con River, caminando por la acera, cuando de pronto choqué contra un poste.
—¡Auch! —me quejé, sobándome la frente.
River se rió como loco.
—¡Nuestra mate va a pensar que somos tontos!
—Porque lo somos...
Suspiré.
me encantó la personalidad de este alfa