“Mi niña. Una guerrera. Renaciendo.”
Esta no es solo una novela.
Es un grito ahogado convertido en palabras.
Es la historia de una mujer que fue rota…
Charrill no es solo un personaje.
Es cada mujer que ha callado.
Que ha llorado en silencio.
Que ha sentido que no vale nada…
Que ha perdido las esperanzas…
Esta historia duele.
Esta historia también sana.
Es para ti, que alguna vez pensaste rendirte.
Es para ti, que aún luchas por levantarte.
Acompáñame en este renacer.
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9. Completamente mía.
POV Martín.
Desciendo del avión. París. La ciudad del amor… y la moda.
"Yo no vengo por amor. Vengo por algo mucho más grande: poder, control… y dinero."
No pude viajar en el mismo avión que Charrill. No había pasajes disponibles. Llegué casi veinticuatro horas después. Ella no sabe que estoy aquí. No sospecha nada.
Mejor así. Las presas confiadas son las que caen más duro.
Primero me doy el lujo de disfrutar. Dos días de excesos: francesitas hermosas, apuestas fáciles, copas llenas, camas ajenas. París me recibe como si supiera quién soy y lo que vengo a buscar.
Pero el juego real empieza ahora.
He salido a buscarla.
A mi novia.
Mi propiedad.
Mi inversión.
Las calles están llenas de desfiles espontáneos, cuerpos relucientes y luces que ciegan. Todo el mundo quiere mostrarse, pero yo solo quiero encontrarla a ella.
Intenté entrar a los eventos de élite, pero no basta con dinero, necesitas un nombre... Uno fuerte.
Tranquilos, ya llegará mi momento. París sabrá quién soy.
Me planto frente al Palacio de Chaillot. Llevó casi seis horas esperando.
Y entonces aparece.
Radiante. Riendo. Acompañada de un grupo de hombres que la miran como si tuvieran derecho. Como si no supieran que tiene dueño. Que tiene amo.
"¿Quién se cree esa perra?"
Cada sonrisa que reparte, cada gesto coqueto, cada contacto visual con esos idiotas… me hierve la sangre.
Ella es mía. Y va a recordarlo.
Mi mandíbula está tensa. Los dientes apretados. Mi sangre se calienta con cada paso que doy hacia ella.
No se trata solo de celos. Esto es traición. Es una burla a todo lo que le he dado.
Los sigo. Discreto al principio, pero la ira me vuelve imprudente. Se detienen en una terraza privada. Ríen, beben.
Ella no. Charrill siempre ha sido medida, precavida… y eso me da una idea.
Necesito destruirla. Tengo que convertir su imagen en cenizas.
Que el mundo vea lo que es.
Que su madre, su familia, todos los que la admiran, sepan que no es más que una muñeca barata.
Una puta desesperada por una buena cogida… una que solo yo puedo darle.
Es eso o que este dispuesta a pagar el precio de su secreto.
Me acerco al barman. Le paso un billete y una indicación.
—Un cóctel especial para la señorita de vestido azul. Nada fuerte… agrégale esto para que la relaje. Que la haga sonreír un poco más —le digo señalándola.
El hombre asiente.
No pregunta.
El dinero manda.
Ella al principio se niega.
Él insiste.
Ella acepta.
Siempre le ha gustado sentirse en control.
No sabe que acaba de perderlo.
Con solo un par de sorbos, comienza a sudar. Se levanta, va al tocador.
La sigo, sin entrar.
Espero que este ella sola.
Cuando sale, me interpongo en su camino. Ella se detiene, sorprendida.
—¿Buscas diversión, guapo? —pregunta.
Sonrío. Está donde la quiero, pero no puede ser aquí.
—Vine a recordarte quién eres —le digo con una sonrisa seca y fría.
Ella parpadea, insegura.
Hoy tendré lo que tanto me ha negado. Será mía. Le voy a penetrar hasta el alma y de paso se la voy arrancar.
—Ven nena, vamos a divertirnos —la tomo de la mano y la llevo a uno de los privados.
Ella está muy mareada y fogosa. No deja de tocarme e insinuarse.
Pongo música suave, cierro las cortinas. Finjo calma. Pongo mi teléfono a grabar sobre la mesa. A esta altura, la droga ha hecho efecto y ella ni siquiera se percata del dispositivo.
—Baila para mí. Quiero que te desnudes.
No necesito forzarla. Ella lo hace sola.
Me sostiene la mirada mientras se mueve.
Desafiante.
Hermosa.
No necesita desnudarse para seducir. Lo sabe.
Pero lo hace igual.
Cada prenda que cae al suelo.
Está bailando bajo mi ritmo.
Me deleito viéndola.
Cada curva.
Cada gesto.
Cada sombra que se dibuja sobre su piel.
Es un espectáculo íntimo, privado, venenoso.
Ya nuestros cuerpos no aguantan el calor, ni la tentación. Me acerco, la beso, ella corresponde con lujuria con pasión.
Enreda sus piernas alrededor de mis caderas. Y comienza a quitarme la camisa.
En cuestión de minutos mi ropa desaparece y nuestros cuerpos se funden, salvajemente sin consideración
Sé que es su primera vez y quiero dejar en su piel la huella de la traición. Que al volver a la lucidez se arrepienta durante toda su existencia de este día.
Disfruto hasta el cansancio de su piel. De su cuerpo. Ella es tan bella… y solo es mía.
Le pido al barman que se acerque a su lado, sin sacar fotos de su rostro, solo capturando poses comprometedoras. Como si estuviera dispuesta. Como si disfrutara. Como si fuera su elección.
El dinero es el rey y manda. El maldito bastardo lo hace sin chistar.
Le envío las imágenes a un amigo y le pido que le agregué hombres a su alrededor. Que cambie mi figura por otra. Él hace una obra de arte.
Le timbro a mi tío contándole el plan. Él no solo me escucha, lo aprueba y me envía una buena recompensa. Sabe que esto apenas comienza. Que París va a temblar.
Al día siguiente, estoy allí. Sentado junto a ella. Esperando que despierte.
Listo para interpretar mi papel.
El de novio sufrido.
El de traicionado.
El de víctima perfecta.
Ella despierta lentamente. Sus párpados pesan como si llevaran años cerrados. Mira a su alrededor, confundida.
La habitación está llena de luz; huele a alcohol.
Sudor.
Sexo y derrota.
Su cuerpo... adolorido, marcado, exhausto.
Cada músculo le duele... lo sé. Me aseguré de ello.
Cada movimiento es una confesión involuntaria.
Sabe, sin entender del todo, que algo no está bien.
—Martín… amor… ¿Dónde estoy? —pregunta asustada, su voz débil llena de pánico.
Sonrío.
No con ternura.
No con compasión.
Sonrío con esa malicia retorcida que solo tienen los depredadores cuando saben que su presa ya no tiene escapatoria.
Con el placer sádico del cazador que ya no necesita correr. Solo mirar. Solo disfrutar.
—¿Me preguntas eso a mí? —respondo con voz áspera, gélida, impregnada de desprecio—. ¿A mí? Que me endeudé hasta el cuello solo por seguirte… por estar contigo… por creer en ti.
Mis palabras son cuchillas. Y aún no empiezo a cortar de verdad.
—Y me encuentro con que mi dulce, recatada novia… resultó ser la puta principal de una orgía.
Finjo estar fuera de control. Pero cada movimiento está medido. Preciso. Letal.
Recuerdo cada clase de actuación, cada maldito ejercicio frente al espejo.
Tenso la mandíbula. Contengo la respiración.
Dejo que los músculos del rostro tiemblen, que parezca que estoy por estallar.
Porque eso es lo que ella espera ver.
Un hombre roto.
Traicionado.
Desbordado.
No el verdugo que realmente soy.
No parpadeo.
Mis ojos son una sentencia.
Una amenaza.
Un pozo sin fondo.
Ella niega con la cabeza. Temblorosa. Débil. Patética.
Pero su cuerpo dice la verdad. Está desnuda. Cubierta de marcas. Tiritando como una hoja. El dolor sobre su piel le grita lo que su mente aún intenta negar.
Intenta hablar, apenas balbucea algo. Pero no le doy tregua.
Saco las fotos. Las arrojo sobre la cama como si fueran evidencia criminal.
Luego le clavo el teléfono en la cara.
El video empieza a correr.
No hay pausa.
No hay filtro.
Solo ella, gemidos, manos, sombras, piel, sonidos. Su voz entre jadeos que no recuerda, carcajadas que no reconoce como suyas.
Se cubre el rostro.
Llora.
Gime como una niña perdida.
Y yo disfruto cada segundo. Cada gesto de horror. Cada lágrima. Cada grieta nueva en su alma.
Empiezo a insultarla. Escupo en su vergüenza. Le doy una bofetada en seco, brutal. Luego otra, más medida.
Estratégica. No quiero romperla. No aún…
Ella no se defiende.
No habla.
No grita.
Solo baja la cabeza.
Y en ese silencio, en ese instante exacto donde no queda rastro de orgullo, lo sé.
La tengo.
Está bajo mi poder.
Su vergüenza ya la quebró.
El miedo le ató una cadena invisible alrededor del cuello…
Y yo sostengo la correa.
Firme. Inquebrantable.
Yo soy su amo.
Su Dios.
Su verdugo…
Con apariencia de víctima.
Porque lo que verán todos si ella intenta hablar será:
No una víctima.
No una mujer rota.
Verán a la novia que engañó de la peor manera.
La que se desnudó, gemía, reía… y fue usada una y otra vez.
Una cualquiera.
Una vergüenza.
Y yo…
Yo seré el mártir. El hombre que dejó todo por amor.
El que se endeudó, el que cruzó ciudades por ella, el que solo quería un futuro juntos.
El que lo sacrificó todo.
Y ahora…
Ahora es mía.
Mía en cuerpo.
Mía en mente.
Mía por su sentimiento de culpa.
Completamente mía.
(…)
¿Cuántas mujeres caen a diario en las garras de un monstruo? Los sentimientos de culpa y el miedo son sus peores consejeros.
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