¿Crees en el destino? ¿Alguna vez conociste a alguien que parecía tu alma gemela, esa persona que lo tenía todo para ser ideal pero que nunca pudiste tener? Esto es exactamente lo que le ocurrió a Alejandro… y cambió su vida para siempre.
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La maldición
La noche se cernía pesada y silenciosa mientras Alejandro y Luna regresaban a la cabaña donde habían dejado las pocas pertenencias que cargaban. Ninguno habló en todo el camino; el sacrificio de Isabel pesaba demasiado, como una sombra que se aferraba a su espíritu.
Cuando llegaron, la luna llena todavía brillaba en el cielo, pero algo era diferente. Las paredes de la cabaña crujían como si estuvieran vivas, y una brisa helada entraba por las rendijas, cargada de un aroma desconocido, casi dulce, pero inquietante.
—¿Lo sientes? —preguntó Luna, deteniéndose antes de entrar.
Alejandro asintió.
—Sí. Algo está aquí.
Al cruzar la puerta, la temperatura bajó repentinamente. Frente a ellos, en el centro de la sala, apareció una figura luminosa, etérea. Era un espíritu, pero no cualquiera; irradiaba un poder antiguo y aterrador.
—Los esperaba —dijo la figura, con una voz que parecía surgir desde el fondo de los tiempos.
El espíritu de la maldición
Luna retrocedió instintivamente, mientras Alejandro se adelantaba, intentando ocultar su miedo.
—¿Quién eres? —preguntó, su voz firme pero tensa.
—Soy la guardiana de la maldición que los ata —respondió el espíritu, observándolos con ojos que parecían ver más allá de la carne—. Hace siglos, su amor desató un caos que debía ser contenido. Para proteger el equilibrio, se impuso una maldición: ustedes jamás podrían consumar su amor sin provocar una catástrofe.
Luna sintió un nudo en el estómago.
—¿Por qué? ¿Qué hicimos para merecer esto?
La figura levantó una mano, y de repente, el espacio a su alrededor cambió. Ambos se encontraron de pie en un campo en llamas, rodeados de cuerpos y gritos de guerra.
—En otra vida, su amor provocó celos y traiciones que llevaron a la ruina de su pueblo —dijo el espíritu, señalando la escena—. Por amor, desafiaron a los dioses, y el precio fue alto.
Alejandro miró el campo de batalla con horror.
—No somos esas personas. No podemos ser castigados por algo que hicimos en otra vida.
El espíritu se giró hacia él, con una expresión que mezclaba compasión y firmeza.
—El alma es eterna, Alejandro. La energía que generaron entonces aún persiste, y mientras sigan juntos, el caos los seguirá.
La única solución
Luna se adelantó, enfrentando al espíritu.
—Entonces, ¿por qué estamos aquí? ¿Por qué recordar todo esto?
La figura hizo un gesto, y la escena desapareció. Volvieron a la cabaña, pero el aire seguía tenso.
—Porque el destino les ofrece una última oportunidad. Existe una forma de romper la maldición, pero el precio es alto.
—¿Cuál es? —preguntó Alejandro, su voz temblando ligeramente.
El espíritu se inclinó hacia ellos, su brillo aumentando.
—Deben renunciar a lo que más aman. Sólo sacrificando aquello que define su esencia podrán romper las cadenas que los atan al ciclo eterno de tragedia.
Luna lo miró con confusión.
—¿Qué significa eso?
El espíritu desapareció lentamente, dejando una última frase en el aire:
—Sólo ustedes pueden decidir. Pero recuerden: el sacrificio debe ser completo.
La decisión difícil
El silencio que siguió fue ensordecedor. Alejandro y Luna se miraron, intentando procesar lo que acababan de escuchar.
—Renunciar a lo que más amamos... —susurró Luna, abrazándose a sí misma—. ¿Qué significa eso para nosotros?
Alejandro se sentó en el suelo, apoyando la cabeza entre las manos.
—No lo sé. Pero si hay una forma de liberarnos de esto, debemos intentarlo.
Luna negó con la cabeza.
—¿Y si el precio es demasiado alto? ¿Y si al final nos quedamos sin nada?
El descubrimiento de la verdad
Durante los días siguientes, se dedicaron a buscar respuestas. Revisaron libros antiguos que encontraron en bibliotecas abandonadas, visitaron otros lugares que parecían conectados con su vida pasada, y consultaron a sabios y curanderos. Todo apuntaba a lo mismo: el sacrificio debía ser algo que definiera sus vidas, algo que amaran más que a nada en el mundo.
Finalmente, la respuesta llegó de manera inesperada. Una noche, mientras Luna revisaba un viejo diario que había encontrado en el altar, una página cayó al suelo. En ella, había una frase escrita en una lengua antigua que, inexplicablemente, ambos pudieron entender:
"La maldición se rompe cuando el amor trasciende el ego."
Luna lo leyó en voz alta, y ambos se quedaron en silencio.
—Significa que no es algo físico —dijo Alejandro, con una chispa de comprensión en sus ojos—. Debemos renunciar a nuestro amor.
Luna lo miró, horrorizada.
—Eso no puede ser. ¿Cómo renuncias a algo que está dentro de ti?
—No lo sé —respondió Alejandro, apretando los puños—. Pero si no lo hacemos, estaremos condenados a repetir este ciclo para siempre.
El enfrentamiento final
Decidieron regresar a la cueva del altar, donde todo había comenzado. La noche del eclipse estaba cerca, y sentían que el tiempo se acababa.
Cuando llegaron, encontraron al espíritu esperándolos, más imponente que nunca.
—¿Han tomado su decisión? —preguntó, su voz resonando como un trueno.
—Sí —dijo Alejandro, con determinación en su voz—. Renunciamos a nuestro amor.
El espíritu levantó una mano, y el altar comenzó a brillar.
—Demuestren su sacrificio.
Alejandro y Luna se miraron por última vez. Los recuerdos de todas sus vidas juntos pasaron ante sus ojos, pero ambos sabían que no había otra opción.
—Siempre te amaré —susurró Luna, con lágrimas en los ojos.
—Y yo a ti —respondió Alejandro, antes de dar un paso hacia el altar.
Colocaron sus manos juntas sobre la roca, y una energía intensa los envolvió. Sentían como si sus almas fueran separadas lentamente, como si un hilo invisible que los unía fuera arrancado de raíz.
El dolor era insoportable, pero sabían que era necesario.
Cuando todo terminó, cayeron al suelo, exhaustos. El altar había perdido su brillo, y el espíritu había desaparecido.
Un nuevo comienzo
Se levantaron lentamente, sintiendo un vacío en sus corazones. Se miraron, pero algo había cambiado. La conexión que los había unido durante tantas vidas ya no estaba.
—¿Estás bien? —preguntó Luna, con una tristeza profunda en su voz.
—Sí... creo que sí —respondió Alejandro, mirando el altar por última vez—. Pero ya no somos los mismos.
La maldición había sido rota, pero el precio fue alto. Mientras salían de la cueva, la luna eclipsada comenzaba a brillar nuevamente, iluminando un camino que ahora debían recorrer por separado.
El destino había sido reescrito, pero las cicatrices de su amor perdido permanecerían para siempre.