Amor Infinito

El sol comenzaba a asomarse tímidamente entre las nubes, despidiendo a la tormenta de la noche anterior. El príncipe Klaus, ahora libre del veneno que lo había atormentado, observó a Miryam con una gratitud inmensa, y algo más profundo que él mismo apenas comenzaba a reconocer: un amor sincero, algo que ninguna de las jóvenes nobles que su padre le presentara había logrado despertar.

Klaus se incorporó con cuidado, aún algo débil, y sin dejar de mirarla, tomó suavemente las manos de Miryam entre las suyas.

—Miryam, te debo más de lo que puedes imaginar —dijo con voz suave—. Me salvaste, pero también me has mostrado algo que ni siquiera sabía que buscaba.

Miryam bajó la mirada, con el corazón latiéndole con fuerza, sin poder creer lo que estaba escuchando. ¿Podría este príncipe, de un linaje tan noble y lejano, estar enamorado de alguien como ella? Su mente dudaba, pero su corazón, acelerado, le decía que aquellos sentimientos eran verdaderos.

—No quiero que te vayas sola, Miryam. Permíteme acompañarte al pueblo vecino, y recoger juntos las flores. Quizá, al llegar, podría hablar con tu madre… —Klaus vaciló un instante, pero continuó con firmeza—, algo muy importante.

Los ojos de Miryam se abrieron de par en par, sorprendidos ante su propuesta. Ella jamás habría imaginado que el príncipe quisiera acompañarla en una tarea tan humilde y cotidiana, y menos aún, que deseara hablar con su madre. El brillo en los ojos de Klaus era sincero, y ella, sin saber exactamente qué responder, asintió.

—Si es tu deseo, príncipe Klaus… —respondió con un susurro.

El joven, aliviado y lleno de júbilo, ordenó a sus súbditos que prepararan un carruaje para ella, con la suavidad y elegancia digna de una princesa. Las flores, el cielo azul despejado y la suave brisa que los acompañaban en su camino crearon el ambiente perfecto. Klaus estaba decidido a protegerla, y durante ese viaje, trató a Miryam con la devoción y el cuidado que solo guardaba para aquello que consideraba un verdadero tesoro.

Días de Amor y Esperanza

La travesía al pueblo vecino fue lenta pero llena de pequeños momentos que ambos atesorarían. Klaus, sin poder contenerse, le hizo pequeños regalos: una bufanda tejida, un broche de plata en forma de flor, y un anillo sencillo, aunque de profundo significado, que él mismo llevaba consigo desde niño.

—Este anillo… —dijo Klaus, mientras se lo ofrecía—, representa el compromiso de una vida, de un amor que desafía toda barrera. Guárdalo, Miryam, como un recordatorio de lo que sientes hoy.

Miryam aceptó el anillo, sin atreverse a decir mucho, pero con los ojos llenos de lágrimas de gratitud. En esos días de viaje juntos, se sintió tan amada y respetada como nunca antes. Por primera vez en su vida, sentía que alguien realmente la veía por lo que era, y no solo por su apariencia o su condición humilde.

Mientras cabalgaban por los vastos campos de Edelhärd, cubiertos de un tapiz verde de hierba y salpicados de flores silvestres de todos los colores, Klaus la miraba con asombro. Sabía que Miryam era más que una simple florista; era una mujer con un corazón puro y una fe inquebrantable, una fe que incluso le había dado la fortaleza para ayudarlo cuando más la necesitaba.

Esa misma noche, acamparon cerca de un río de aguas cristalinas que reflejaban el cielo estrellado. Klaus, sin perder la oportunidad, se sentó junto a ella en la hierba, mirando cómo el agua fluía serenamente, y tomando su mano le habló con una sinceridad y ternura que hicieron que el tiempo pareciera detenerse.

—Miryam, nunca he sido tan feliz como estos días que he pasado a tu lado. Quisiera pedirte que permitas que esto no sea solo un recuerdo pasajero… sino el principio de algo infinito—dijo Klaus, mirándola con un amor tan profundo que ella no pudo contener una lágrima de felicidad.

—Yo… también siento lo mismo, Klaus —respondió Miryam en un susurro—. Pero… ¿qué dirán los demás? ¿Qué dirá tu padre, el Rey Henrik?

Klaus la tranquilizó, asegurándole que no permitiría que nadie, ni siquiera su familia, se interpusiera entre ellos. Le prometió que él la protegería, que su amor era lo suficientemente fuerte para enfrentar cualquier obstáculo. Los súbditos del príncipe, conmovidos por el amor que veían florecer ante ellos, decidieron guardar silencio, esperando el momento en que su príncipe anunciaría públicamente su compromiso con la joven de corazón noble.

Regreso a Rivendel

Tras varios días de viaje, llegaron finalmente a Rivendel, donde la modesta casita de Miryam los esperaba. Ella, algo nerviosa y emocionada, se despidió del príncipe, quien insistió en que ella descansara mientras él hablaba con su madre, Sarah.

Al ver a su hija llegar acompañada de un príncipe, Sarah quedó boquiabierta, y sin ocultar su emoción, la abrazó fuertemente.

—Miryam, mi niña, jamás te había visto tan feliz. ¿Es él… la razón de tu sonrisa?

Miryam, aún con las mejillas ruborizadas y el corazón acelerado, asintió suavemente. No podía ocultar el amor que ya habitaba en su corazón, y aunque tenía dudas sobre lo que el futuro les depararía, estaba dispuesta a enfrentar cualquier dificultad si eso significaba estar al lado de Klaus.

Dentro de la casa, Klaus tomó la mano de Sarah y, con profundo respeto, le explicó su deseo de cortejar a su hija. Sarah, aunque conmovida, tenía sus reservas; conocía bien las diferencias de clase y temía que su hija sufriera por un amor que, en sus ojos, parecía imposible. Sin embargo, al ver la sinceridad y el amor en la mirada de Klaus, aceptó darle una oportunidad, confiando en que Dios guiaría los pasos de los dos jóvenes.

Antes de irse, Klaus le pidió a Miryam que guardara los recuerdos de esos días en su corazón, pues él regresaría para pedir su mano formalmente, sin importar los obstáculos que debieran enfrentar.

Un Nuevo Reto

Tras despedirse de Miryam y de su familia, Klaus regresó al castillo de Edelhärd, decidido a enfrentar a su padre, el Rey Henrik. Sabía que le aguardaba una batalla, no en el campo de guerra, sino en los salones del palacio, donde los consejos de los nobles y las expectativas del linaje real pesaban sobre sus hombros.

Sin embargo, los días que pasó junto a Miryam lo habían fortalecido, y estaba seguro de que, aunque el camino sería arduo, no renunciaría a ella.

En el horizonte, una tormenta de intrigas y desafíos se cernía sobre ellos, y Klaus, con el recuerdo de los días compartidos con Miryam, estaba dispuesto a enfrentar cualquier prueba para mantener la promesa que le había hecho.