El esposo de un famoso ingeniero de robótica se suicida un día de repente y él al no soportarlo decide revivirlo con partes de robot, pero no todo será de color rosa como él lo pensó.
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Capítulo 9: Ojos verdes desafiantes.
Miré a Edwy suspirando y dejé la ropa que estaba aprontando para ponerme sobre la cama.
—Oye, sal, —dije y él escuchando esto salió de inmediato cerrando la puerta.
Después de vestirme abrí la puerta y lo miré parado frente a mí. Lo observé detenidamente y luego él agitó su mano saludándome.
—Ya no tengo olor a cigarrillo, lo he dejado.
—¿Lo dejaste? —pregunté dudando.
—Sí, ya no volveré a fumar. —El se notó entusiasmado contándome eso mientras sonreía.
Alcé mis cejas y las bajé en señal de que había entendido. Por supuesto que no le creía ni una sola palabra, no podía ser que de un día para el otro lo dejara, así que me cruce de su lado y lo miré de reojo.
—Báñate y cámbiate de ropa, recuerda la cena familiar, —dije despidiéndome de él y marchando a la cocina a ver cómo se manejaban los chefs y de paso, aprender algunas recetas.
No pasó mucho y ya me había perdido con los ingredientes que ellos usaban, momentos después una muchacha me llamó desde mi espalda.
—Disculpe. No debería estar aquí, —dijo ella nerviosa al mirar mí rostro confundido, luego continúo—: ha llegado Dave, el primo del señor Edwy.
—Sé quién es, muchísimas gracias por avisar. —Salí de la cocina viendo su sonrisa de despedida y me acerqué al comedor, ahí estaba Dave sentado a la derecha de la punta de la mesa leyendo un libro con un rostro pacífico.
Me senté frente a él y miré la decoración en la mesa, había floreros decorados en el centro de la mesa con unas rosas llamativas de un color tan vivo, a su lado había una botella de vino y una copa con el alcohol. Dave me miró cerrando el libro y se inclinó, apoyó sus codos en la mesa y con una mano sostuvo su cabeza desde su barbilla.
—Tanto tiempo, querido primo. —Sonrió él soltando esas palabras mientras sus ojos verdes iguales a los de Edwy se clavaban en los míos.
—Sí. Ha sido un largo tiempo, pero ha sido el mejor, —contesté sin dejarme intimidar, para que él lo supiera no aparté mi vista de sus ojos desafiante, al final él miró hacia la derecha fingiendo una sonrisa.
Aparté mi mirada de él y observé a Edwy que llegaba a sentarse en la punta de la mesa a mi derecha. Se había puesto un pantalón negro de vestir y una camisa blanca con unas decoraciones de bordados en el pecho. Él me sonrió y puso la tela de servilleta que se encontraba doblada sobre la mesa en sus piernas.
Al momento una voz femenina resonó en el lugar, ya había llegado. La señora Sodsich, mi suegra. Ella se sacó su cartera negra de cuero cara y se la entregó a una empleada que estaba al servicio. En todo este tiempo no apartaba su mirada de mi, como empezaba a odiar los ojos de color verde.
—Hola suegra, —dije rompiendo todo silencio incómodo que ella estaba creando.
—Creí que moriste.
—Así fue.
—¿Por qué estás aquí entonces? —dijo ella con toda frialdad como siempre.
—¡Mamá! Hoy vamos a comer en paz, sin peleas. Por favor.
—Ojalá te hubieras quedado así como tus padres, en silencio y lejos de mi familia, —dijo la mujer agregando la gota que rebalsó la copa.