En un remoto pueblo donde la niebla nunca se disipa, se encuentran vestigios de un antiguo secreto que atormenta a sus habitantes. Cuando Clara, una joven periodista, llega en busca de respuestas sobre la misteriosa desaparición de su hermana, descubre que cada residente guarda un oscuro pasado.
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Capítulo 9: Un Murmullo en la Oscuridad
Las cosas habían vuelto a una aparente normalidad en San Everardo, y Clara se había acostumbrado a la nueva vida del pueblo. Los días transcurrían tranquilos, y aunque el dolor por la pérdida de Sofía no desaparecía, se había convertido en una melancolía más llevadera, un recuerdo que le daba fuerza. Sin embargo, la rutina del pueblo y su propio proceso de sanación fueron sacudidos por un suceso inesperado.
Una tarde, mientras Clara trabajaba en la biblioteca del pueblo, ayudando a catalogar algunos documentos antiguos, llegó el alcalde con una expresión tensa. Era un hombre mayor, de rostro severo, pero en ese momento parecía más asustado de lo que Clara jamás lo había visto. Traía consigo un viejo cuaderno, con las páginas amarillentas y la portada descolorida por el paso del tiempo.
—Clara, creo que deberías ver esto —dijo, depositando el cuaderno sobre la mesa de trabajo. Clara notó que su mano temblaba ligeramente.
Intrigada, Clara abrió el cuaderno con cuidado. Las primeras páginas estaban llenas de notas y observaciones sobre el bosque, escritas con una caligrafía temblorosa que apenas podía descifrar. Parecía ser el diario de alguien que había vivido en San Everardo muchos años atrás, alguien que había estudiado la naturaleza de la maldición que había envuelto al pueblo. A medida que avanzaba, las anotaciones se volvían más frenéticas, con frases tachadas y diagramas complejos sobre lo que parecía ser el ciclo que ella misma había roto.
Pero fue una página en particular la que hizo que el corazón de Clara se detuviera. Era un dibujo rudimentario del símbolo del amuleto roto, el mismo que había encontrado en la casa de la anciana y que había utilizado para enfrentar a la sombra. Junto al dibujo, una nota en tinta desvaída decía:
*"El ciclo puede romperse, pero la oscuridad siempre busca un nuevo recipiente. La sombra nunca desaparece del todo... solo cambia de forma."*
Clara sintió un escalofrío recorrerle la columna. ¿Podría ser posible que la sombra que creía haber derrotado no se hubiera desvanecido por completo? ¿Que algo aún permaneciera latente, esperando una nueva oportunidad para regresar? La idea le revolvió el estómago, pero intentó calmarse. Quizás el autor del diario solo había sido alguien más atrapado en el miedo, incapaz de imaginar un mundo sin la amenaza de la sombra.
—¿Dónde encontraste esto? —preguntó, esforzándose por mantener la calma.
El alcalde la miró con preocupación.
—Estaba en la casa de la anciana, entre un montón de libros viejos. Cuando falleció hace unos días, fuimos a organizar sus pertenencias. No sé por qué, pero algo me dijo que debías verlo tú.
La noticia de la muerte de la anciana le golpeó como un mazazo. No sabía que había estado enferma, y la tristeza la invadió por perder a alguien que había sido una guía en su lucha contra la sombra. Pero ahora, con el diario frente a ella, el dolor se mezclaba con una sensación de inquietud que no lograba entender del todo.
—¿Crees que tiene algún significado? —preguntó el alcalde, bajando la voz como si temiera que alguien más pudiera escucharlos—. Desde que se rompió la maldición, todos hemos sentido que algo ha cambiado, pero... algunos han comenzado a decir que hay algo diferente en el bosque. Unos cazadores dicen haber visto sombras que se mueven entre los árboles al caer la noche, y hay quienes han escuchado voces, susurros que vienen desde el claro.
Clara se quedó en silencio, recordando las noches en las que despertaba con la sensación de que alguien la llamaba. ¿Y si no era la memoria de Sofía, sino algo más? Algo que ella había liberado sin saberlo. Una sensación de terror antiguo se apoderó de ella, pero la apartó de inmediato. Necesitaba saber más, entender qué era lo que estaba ocurriendo antes de dejarse llevar por el miedo.
—Déjame quedarme con este diario —le dijo al alcalde—. Voy a investigar más sobre esto, y si hay algo que no sabemos... lo descubriré.
El alcalde asintió, y aunque parecía aliviado de pasarle la carga de la situación, sus ojos seguían mostrando un temor profundo.
Esa noche, Clara regresó al claro, llevándose el diario con ella. El bosque, que había empezado a resultarle reconfortante, parecía haber recobrado un matiz amenazante. El viento soplaba con un tono distinto, como si transportara voces que se arremolinaban entre las ramas. Mientras avanzaba por el sendero, Clara no podía evitar mirar a los lados, esperando ver alguna sombra furtiva entre los árboles.
Al llegar al claro, encendió una linterna y se sentó junto al árbol donde había sentido la presencia de Sofía por última vez. Abrió el diario y lo examinó a la luz parpadeante, buscando cualquier pista que le ayudara a entender lo que había encontrado. Pasó página tras página hasta llegar a una anotación que nunca antes había visto.
*"El amuleto no era solo un escudo. Era un candado. Quien lo rompa libera lo que permanece atrapado. La sombra es astuta y puede tomar otras formas, fundirse con los vivos. Se oculta en los corazones de los que han conocido el dolor y la pérdida, esperando su oportunidad para renacer."*
La linterna parpadeó, y un frío gélido se instaló en el claro. Clara sintió que el aire se volvía denso, como si algo invisible la rodeara. De repente, escuchó un crujido de ramas detrás de ella, y se giró bruscamente. Una figura oscura se deslizaba entre los árboles, moviéndose con una rapidez antinatural.
—¿Quién está ahí? —gritó Clara, alzando la linterna. Pero la luz solo mostró árboles y la negrura del bosque.
El eco de su voz se desvaneció, y Clara se quedó paralizada, su respiración agitada. De pronto, sintió un murmullo a su espalda, una voz que parecía la de Sofía, pero con un tono distorsionado, como si se filtrara a través de un velo espeso:
*"Clara... me liberaste, pero no soy quien tú crees..."*
El murmullo se desvaneció en el viento, y Clara sintió una presencia fría deslizándose sobre su piel, como una sombra que no podía ver. Sin pensarlo, se levantó de un salto y corrió de regreso al pueblo, sintiendo que algo la seguía de cerca, siempre al borde de su visión, sin llegar a mostrarse del todo.
Al llegar a la plaza principal, se detuvo, jadeante, y miró hacia el sendero por donde había huido. Todo estaba en silencio, como si el bosque se hubiera tragado la oscuridad que la perseguía. Pero en su interior, una certeza comenzó a crecer: la sombra no se había desvanecido del todo. Se había transformado, adaptado, y ahora acechaba desde un lugar que ella no comprendía.
Clara sabía que tendría que enfrentarse a ese nuevo misterio, y esta vez, la amenaza era más sutil, más peligrosa. Algo en el bosque seguía observando, esperando... y quizás esta vez, no solo buscaba su alma, sino las de todos en San Everardo.
Sin más opciones, decidió que debía regresar a la casa de la anciana, buscar más pistas sobre lo que había liberado realmente. Y en el fondo de su mente, una idea aterradora comenzaba a tomar forma: ¿podría la sombra haber encontrado una manera de infiltrarse en el propio pueblo, escondida detrás de rostros familiares, o incluso... dentro de ella misma?