Mis Tres Vidas

Los días pasaron y casi no coincidíamos en el la casa. Resulta que él fue enviado a la ciudad para gestionar unas ventas de café, ya que la cosecha estaba próxima a terminar y necesitaban más compradores, había sido próspera. Me limité hacer mi trabajo, los patrones estaban contentos con mi servicio, decían que hacía tiempo no probaban una comida tan deliciosa como la mía.

Set elogiada por mis dueños con tan poco tiempo allí provocó la envidia en las demás esclavas, ya que yo estaba siendo favorecida a pesar de ser la última en llegar. También debido a mi belleza, el color de mis ojos grises había capturado la atención de todos los hombres del lugar, incluido el capataz de la hacienda que no dejaba de intentar ligar conmigo, solo no me forzaba por la preferencia de mis dueños hacia mí y de pasarme algo seguro habría consecuencias graves hacia él.

Luego de un mes en el lugar y pasar por el rechazo de las demás esclavas, las cuales me hacían la vida imposible allí intentando sabotear mis platillos, me colocaban sal de más, a veces azúcar, debía estar bien atenta para que todo saliese bien, hasta que al fin llegó. Sentí su presencia al instante en que ingresó en la casa. Fue su sirvienta principal quién me ordenó que preparara una comida rápida para él confirmando que era real lo que presentía, él estaba muerto de hambre con el viaje.

Con gran esmero le serví unos tamales que tenía terminados y masa de cerdo frita. Me había adaptado a su manera de comer y costumbres rápidamente, todo gracias a la negra Tomasa, la anterior cocinera con quién había entablado una gran amistad, siendo ella la única aliada en el lugar. Ella había sido sustituida por su edad avanzada, pero en cuanto ingresé al lugar me mostró todo.

La sirvienta le llevo la comida a su habitación, luego de unos minutos me mandaron a buscar. Subí con mucho temor de que algo hubiese estado mal con los alimentos y más aún que cuando ingresé en su habitación ya que él mandó a dejarnos solos.

- Nos conocemos de algún lugar anterior a que vivieras con nosotros, preguntó él.

- No, mentí.

- Tu rostro me parece conocido, desde el día en que te vi sentí que ya te había visto en otro lugar. Me explicó. ¿Cómo te llamas? Preguntó, luego.

- Elizabeth, contesté.

- Es un placer, dijo, ya puedes marchar, perdón por interrumpir tu rutina.

Hice una reverencia y fui rumbo a la cocina, tenía una mezcla de alegría y gozo, ya que al menos creía conocerme y eso era bueno, me daba ánimo para creer que superaría está prueba y que me amaría. Lo malo era ver cómo podría superar la barrera de mi escala social con relación a la suya.

Yo estaba en la cocina la mayor parte del día. También era una esclava, no tenía permitido andar por la casa a mi antojo, mucho menos pasar rato con mis dueños sin que me lo ordenaran. Debía confiar en que él me buscara, no estaba en condiciones de forzar nada y terminar en el cepo, o vendida a otro patrón, lo que me llevaría a estar alejada de él y mi propósito.

Esa tarde el regresó a la cocina en busca de agua con el pretexto de que se le había terminado en la habitación. Su sirvienta le pidió perdón y le dijo que ella se encargaba pero el se negó y vino a mi en busca del preciado líquido. Nuevamente nuestros ojos se miraron fijamente y sentí la chispa de nuestro amor, mezclado con la insertidumbre de su mente, el olvido de quién era. Pero lo bueno era que estábamos allí.