Mi Pasado Bajo 7 Llaves

Llevaba toda su vida sola y la soledad de su habitación no era nada nuevo. Lo más inusitado fue cuando, al despertarse, separaró las cortinas importadas. Pudo ver el inmenso jardín lateral, el tejado de la cochera y el cielo infinito... Y lo vio sin barrotes en medio.

A las mujeres que vivían en la casa de la señora Hilda les habían dicho que esos barrotes de hierro eran por su seguridad, que los hombres de un estado en progreso harían casi cualquier cosa por conseguir una mujer. Sin embargo esos barrotes en general habían disuadido a las chicas de querer marecharse.

Grace miró la casa vecina con la fachada pintada y los tejados de las demás casas cercanas.

El día anterior, un hombre contó que se habían hecho muchas mejoras en las calles y edificios con la esperanza de que se eligiera a un gobernador de Sonora. Los lugareños esperaban que hubiera una asamblea comarcal y, con el tiempo, estatal. Levantó la ventana al oír unos pasos y el ruido de los coches. Eran vistas y sonidos de libertad. Por primera vez, se dio cuenta de lo que le había proporcionado el matrimonio con Bruno Valverde. La libertad de ir a donde quisiera, de poder comprar con la cabeza muy alta. La libertad de disfrutar de la vida sin opresión ni críticas. Quiso convertirse en la mujer que Bruno creía que era. Lo haría. Tenía la ocasión. Se integraría en esa comunidad y se convertiría en su bien más valioso.

Se bañó rápidamente, se peinó y se puso un vestido verde. Agradeció que su vestuario lo hubiese elaborado la experimentada costurera francesa que la señora Hilda tenía entre su personal. Una costurera que viajaba al menos una vez al año al extranjero para mantenerse al día de la moda y para comprar telas.

Sin que nadie se lo hubiese dicho, Grace había entendido que se esperaba que estuviese a la altura de la esposa de un gobernador tanto en el aspecto externo como en su conducta. Se puso un collar de perlas y un broche de Jade apropiados.

El vestíbulo del piso superior estaba silencioso, pero podía oír la actividad del piso inferior.

Bajó al comedor y se encontró con Bruno sentado a la cabecera de una mesa enorme y sus hijos alrededor. Él se levantó y le separó una silla.

¿Has dormido bien?

Sí, gracias, le dijo ella.

Los niños la miraron en silencio.

Buen día, los saludó ella.

Se fijó en que había otro sitio preparado y preguntó quién faltaría. La señora Carla Ruiz apareció por una puerta con una jarra con leche. Sirvió a los niños y se sentó en el sitio vacío.

Se oyeron unos pasos y una mujer rolliza salió de la cocina con una fuente humeante con jamón cortado y un plato con huevos fritos. Entregó la fuente a Bruno y dejó el plato a su alcance.

Grace, te presento a Viviana, él sirvió a Chris, se sirvió a sí mismo y pasó la comida a Grace, Viviana, te presento a mi esposa.

Encantada, señorita Valverde, le saludó la mujer con una sonrisa afable que a Grace le pareció como falsa.

Un placer, señorita Viviana.

Viviana, le corrigió a la mujer.

Grace se sirvió y pasó los platos a la señora Carla, quien sirvió a los otros dos niños y les cortó el jamón en trozos pequeños.

Viviana es una buena cocinera, comentó Bruno. Está todas las mañanas y todas las noches. El domingo, después del desayuno deja el almuerzo en el horno.

Paquito se hundió en su silla y empezó a hacer pucheros.

¿Qué pasa Paquito?, le preguntó su padre.

Quiero puré de manzanas.

¿Tenemos puré de manzanas?, le pregunto a Bruno a la cocinera.

La mujer asintió con la cabeza. Grace cruzó las manos sobre el regazo y bajó la mirada para no presenciarlo. Nunca se había sentado a una mesa con una familia. Sí Bruno estaba preparándose para reprender al niño, no quería verlo. Según su experiencia, los niños comían lo que les ponían delante sin rechistar.

Ahora vuelvo, dijo Bruno levantándose y dejándose la servilleta en la silla.

A Grace se le aceleró el corazón en consonancia con lo incómoda que se sentía. Paquito seguía hundido en la silla y con los pies colgando debajo de la mesa. La señora Ruiz, indiferente, se sirvió los huevos y agarró el tenedor.

Bruno volvió y Paquito se incorporó con una sonrisa.

También comerás el huevo le dijo Bruno mientras le dejaba una cucharada de puré de manzana en el plato.

El niño asintió con la cabeza, agarró la cuchara y empezó a comer. Bruno volvió a sentarse y miró el plato de Grace.

¿Le pasa algo a la comida?, le preguntó.

No, nada en absoluto.

Grace extendió una cucharada de mermelada en una tostada.

Tampoco había mermelada en el colegio donde estabas?, le preguntó él.

No, solo tostada y té, contestó ella.

No parece la comida ideal para unas niñas en edad de crecer.

Ella dio un mordisco y descubrió el delicioso sabor de la frambuesa. Su vida no había tenido nada de normal, pero tampoco sabía lo que era normal.

¿Este es un desayuno normal para ustedes o es una ocasión especial?

El primer día que pasas con nosotros es una ocasión especial, pero es el desayuno habitual. Cuando Viviana necesita el día libre hacemos lo que podemos. La señora Ruiz no es mala cocinera. Carla Ruiz habló por primera vez y se dirigió a Grace.

El señor hace unos buenos copos de avena.

La señora Ruiz me ha pedido un día libre a la semana ahora que estás tú, le dijo Bruno.

¿Podré cuidar a los niños ese día?, preguntó Grace.

Confiaba en que lo hicieras, contestó él con una sonrisa.

Me gustaría hacer todo lo que pueda, ayudaré a recoger cuando hayamos desayunado.

No creo que hoy tenga mucho tiempo, replicó la señora Ruiz.

¿Por qué?, preguntó ella.

Te has olvidado, intervino Bruno, es domingo y el hijo de la señora Ruiz vendrá a buscarla para pasar el día y Viviana recogerá. Nosotros iremos a la iglesia dentro de..., Bruno sacó el reloj de bolsillo y abrió la tapa..., unos 25 minutos.

Claro, es verdad.