Una historia de amor paranormal entre dos licántropos, cuyo vínculo despierta al encontrase en el camino. el llamado de sus destinados es inevitable.
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Bajo Vigilancia
La mansión del alfa era más silenciosa de lo que Aelis imaginaba. A pesar de su tamaño, los pasos se perdían en los pasillos y el crujido de la madera apenas se escuchaba. Habían pasado solo un par de días desde que ella y su madre se mudaron allí, pero ya sentía el peso de estar bajo la mirada de todos, incluso si esas miradas no se veían.
Eirik no decía mucho, pero estaba presente. A veces, Aelis sentía su energía incluso antes de entrar en una habitación. Y aunque su madre parecía más tranquila —había comenzado a trabajar en la enfermería del territorio—, Aelis no lograba dejar de preguntarse por qué estaban realmente allí. ¿Quién la buscaba? ¿Por qué ahora?
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El regreso al colegio fue extraño. Algunos la miraban con curiosidad, otros con disimulado recelo. Sabían que vivía con el alfa, aunque nadie se atrevía a preguntar directamente. Caminó por los pasillos en silencio, como si algo en ella hubiera cambiado desde que se fue.
Durante el recreo, se sentó sola, como de costumbre. No tenía muchas ganas de hablar con nadie. El cielo estaba gris y el viento de la montaña le revolvía el cabello. Cerró los ojos por un momento, tratando de encontrar calma en el bullicio que la rodeaba.
—¿Te molesta si me siento aquí?
La voz era suave, segura, pero sin invadir.
Aelis abrió los ojos. Frente a ella, una chica de rostro sereno, con cabello largo recogido en una trenza suelta, le sonreía con amabilidad. Llevaba el uniforme con cierta elegancia natural.
—No —respondió Aelis, haciendo un pequeño gesto hacia el banco.
La chica se sentó con tranquilidad y sacó una manzana de su mochila.
—Soy Nina —dijo, mientras le daba un mordisco—. Mi hermano es el beta del alfa.
Aelis la miró de reojo, en guardia.
—Ah.
—No vine a interrogarte —añadió Nina, con una media sonrisa—. Solo pensé que quizás te vendría bien tener con quién hablar.
Aelis no respondió de inmediato. Había aprendido a desconfiar, a no abrirse tan fácilmente. Pero había algo en Nina… algo sincero en su tono, en su manera de no presionar.
—Soy Aelis —dijo al fin.
—Lo sé.
Aelis alzó una ceja.
—Tu nombre anda sonando mucho últimamente —explicó Nina—. Pero no te preocupes. No todo el mundo cree los rumores.
—¿Y tú?
—Yo prefiero conocer a la gente antes de opinar.
El silencio se acomodó entre ambas con naturalidad. Aelis jugaba con el cierre de su mochila mientras Nina seguía comiendo su manzana.
—¿Vives en el territorio también? —preguntó Aelis al fin.
—Desde siempre. Me gusta. Hay paz… a veces demasiada —bromeó—. Pero contigo por aquí, seguro que las cosas se van a poner más interesantes.
Aelis rió, por primera vez en días. Nina le devolvió la sonrisa, como si eso fuera justo lo que quería provocar.
—Bueno —dijo Nina, poniéndose de pie al sonar la campana—, si algún día quieres compañía, suelo almorzar bajo el roble cerca del invernadero. Sin presiones.
Y sin más, se fue caminando con paso firme. Aelis la observó alejarse, y por un instante sintió que, quizás, no estaba tan sola.
No sabía que Nina había recibido una conversación firme de su hermano la noche anterior.
—Cuidala. Sin que se note. Es más importante de lo que ella misma sabe.
Y Nina, leal hasta la médula, ya había decidido que lo haría. Pero a su manera.