Lyra, una joven de origen humilde, jamás imaginó que su vida daría un vuelco tan radical. A bordo del lujoso crucero llamado Temple, un mundo de opulencia y glamour se abrió ante ella. Entre camarotes dorados y fiestas deslumbrantes, Lyra se encontró trabajando como camarera, lejos de su sencilla existencia. Allí, cruzó su mirada con la del enigmático capitán, Kael. Un hombre de belleza imponente y carácter indómito, cuya mirada helaba hasta los huesos de los más osados. Sin embargo, Lyra, con su inocencia y espíritu indomable, logró derretir poco a poco el frío hielo que rodeaba a Kael, descubriendo un alma atormentada bajo esa fachada de dureza.
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El regalo de la Anciana
El barco finalmente atracó en el puerto de Róterdam, una colmena de actividad con sus grúas de acero moviéndose con precisión y sus barcos de colores. Lyra y Amelia, con la emoción a flor de piel, desembarcaron del Temple y se adentraron en la ciudad. El ambiente era vibrante, lleno de aromas a café, flores frescas y el murmullo de cientos de idiomas.
Las calles de Róterdam, con sus edificios modernos y sus canales, eran una mezcla de tradición y modernidad. En un café con terraza, lleno de gente, Lyra y Amelia se tomaron un respiro para disfrutar de un delicioso café con leche y unos deliciosos cruasanes.
Amelia, siempre inquieta, decidió explorar los puestos de mercado. Lyra la acompañó, con la esperanza de encontrar una prenda de seda que le hiciera sentir como una princesa. Pero un aroma inusual las desvió de su camino.
Un olor dulce y especiado flotaba en el aire, atrayéndolas a un callejón estrecho y oscuro. En el fondo, una anciana sentada en un taburete de madera, rodeada de frascos con líquidos de colores, les ofrecía hierbas y especias exóticas.
La anciana, con una sonrisa que insinuaba un secreto que solo ella conocía, les ofreció una muestra de una infusión de jengibre y canela. El aroma era intenso, y Lyra, con un poco de desconfianza, aceptó una taza.
La anciana les explicó que esas especias eran traídas de lugares lejanos, con propiedades medicinales que podían aliviar los males del cuerpo y del alma. Lyra, intrigada por las palabras de la anciana, se interesó en conocer más sobre esas especias. La anciana, con una sonrisa compasiva, le habló de las propiedades del jengibre para calmar el dolor de estómago, y de la canela para combatir el frío.
Amelia, mientras tanto, se deleitaba con una muestra de cardamomo, con su aroma intenso y dulce.
Mientras charlaban con la anciana, Lyra y Amelia descubrieron que no solo vendía especias, sino que también era una experta en el arte de tejer. La anciana les mostró con orgullo un pañuelo de seda que había tejido con sus propias manos, con intrincados diseños que representaban las diferentes culturas del mundo.
Lyra, fascinada, le preguntó a la anciana si podía enseñarle a tejer. La anciana, con una mirada de satisfacción, aceptó la invitación. Le explicó que tejer era una actividad que se transmitía de generación en generación, un arte que podía unir a las personas a través de la paciencia y la creatividad.
Lyra, con una sonrisa de emoción, aceptó la invitación. Amelia, con su espíritu aventurero, no podía quedarse atrás. Y así, las dos amigas, con la ayuda de la anciana, se embarcaron en una aventura que las llevó a descubrir un mundo de colores, texturas y aromas que las cautivó.
La anciana, con su experiencia y sabiduría, les enseñó a tejer con hilos de seda, lana y algodón. Les mostró los diferentes puntos y técnicas que se usaban para crear diseños únicos. Lyra, con su habilidad para las manualidades, aprendió rápidamente y pronto se convirtió en una hábil tejedora. Amelia, con su entusiasmo, aprendió a disfrutar del proceso de creación, sin importar si la lana se le enredaba o si el punto se le salía.
Con el paso de los días, Lyra y Amelia comenzaron a tejer juntas, compartiendo historias y risas. La anciana, con su sabiduría, les contó historias de su vida, de las diferentes culturas que había conocido y de las personas que la habían inspirado.
Lyra, con su talento para la creatividad, se inspiró en las historias de la anciana para crear diseños propios. Amelia, con su espíritu inquieto, comenzó a buscar nuevas técnicas de tejido en los libros que la anciana tenía en su taller.
Cada día, Lyra y Amelia encontraban nuevas razones para seguir tejiendo. Tejer les permitía conectar con su lado creativo, expresar sus emociones y crear algo único con sus propias manos.
Con el tiempo, Lyra y Amelia se convirtieron en tejedoras expertas. La anciana, orgullosa de sus alumnas, les regaló una caja llena de hilos de seda, lana y algodón, para que pudieran seguir tejiendo sus sueños.
Lyra y Amelia, con el corazón lleno de agradecimiento, se despidieron de la anciana y se prometieron que seguirían tejiendo juntas, con el espíritu de la anciana como guía.
Después de su aventura en Róterdam, Lyra y Amelia regresaron al crucero con nuevas experiencias y un tesoro de historias para compartir. Cada una llevaba consigo un pañuelo tejido con sus propias manos, un recordatorio tangible de las tardes llenas de colores y risas en el taller de la anciana. Amelia, siempre inquieta por la vida, no podía esperar a mostrar su nuevo pañuelo a sus compañeros de viaje. En la cubierta del crucero, mientras disfrutaban de la brisa marina, Amelia describió con entusiasmo cada detalle del pañuelo: la suavidad de la seda, la textura de los hilos y el color intenso que evocaba el cielo nocturno. Lyra, con una sonrisa tímida, se limitó a observar a Amelia. Ella aún guardaba consigo un sentimiento de incertidumbre, una sensación de que su vida había dado un giro inesperado. Las palabras de la anciana resonaban en su mente: “Te veo buscando algo, niña. ¿Qué te trae hasta aquí?”. En los días siguientes, Lyra no podía dejar de pensar en las palabras de la anciana. Sentía que había descubierto un nuevo camino, un camino que la llevaba a explorar su lado creativo y a encontrar su lugar en el mundo. Sin embargo, también sentía un poco de miedo, un miedo a dejar atrás su vida anterior y a enfrentarse a lo desconocido. Una tarde, mientras miraba el mar desde la cubierta del crucero, Lyra se encontró con una compañera de viaje, una mujer mayor con una mirada sabia y tranquila. La mujer, al notar la tristeza en los ojos de Lyra, se acercó a ella y le preguntó qué le pasaba. Lyra, sin saber por qué, le confió sus dudas y sus miedos a la mujer. La mujer, con una sonrisa reconfortante, le dijo: “La vida es como un tejido, Lyra. Cada hilo tiene su propio color y su propia textura, y juntos forman un tapiz único. No tengas miedo de explorar nuevos caminos, de experimentar y de crear tu propio destino. Tu viaje recién comienza”. Las palabras de la mujer resonaron en el corazón de Lyra. Ella comprendió que su viaje en el crucero no era solo un viaje físico, sino también un viaje interior, un viaje hacia el autodescubrimiento. Y en ese viaje, ella había encontrado su pasión, su creatividad y su propia voz. Lyra decidió que no dejaría que el miedo la paralizara. Se propuso seguir tejiendo, no solo con hilos y agujas, sino también con su imaginación y su corazón. Ella quería crear un tapiz con su propia historia, un tapiz lleno de colores, texturas y emociones que reflejaran la belleza de su vida. A partir de ese momento, Lyra se dedicó a tejer con una pasión renovada. En cada punto, en cada nudo, ella tejía sus sueños, sus esperanzas y sus miedos. Y en cada pañuelo, en cada bufanda, ella encontraba una nueva forma de expresar su creatividad y de conectar con el mundo. Amelia, con su espíritu alegre y aventurero, siguió siendo su compañera de viaje. Juntas, crearon un pequeño taller de tejido en la cubierta del crucero, donde enseñaban a otros pasajeros las técnicas que habían aprendido en Róterdam. Lyra, con su talento natural, se convirtió en una inspiradora para los demás. Las personas que la conocían, podían sentir la pasión que ella transmitía a través de su trabajo. Y las mujeres que se acercaban a su taller, salían con un nuevo pañuelo tejido a mano, un pañuelo que no solo les protegía del frío, sino que también les recordaba la importancia de seguir sus sueños. La aventura de Lyra y Amelia en el crucero seguía adelante. El barco se deslizaba por las aguas del mar, dirigiéndose al homenaje del jefe difunto de las Tres Anclas Ethan Storm. Pero en cada puerto, en cada viaje, Lyra y Amelia siempre llevaban consigo el recuerdo de su aventura en Róterdam, una aventura que las había transformado para siempre.