Marta trabaja en un rincón oscuro de la oficina, porque no quiere ser vista. Pero el Presidente Joel del Castillo decide sacarla a la luz, como su mujer.
El es un playboy y ella un ratón de biblioteca. Ninguno de los dos cree en el amor, pero por cuestiones prácticas el necesita esposa y ella... ella no necesita nada de él, ¡pero no consigue quitárselo de encima!
Y así, entre tiras y aflojas, se pasan la vida. Es de suponer que es la clásica historia en la que terminarán juntos pero... ¿y si no?
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Ponerla a salvo
Capítulo 8
-Te puedes quedar en mi casa
-Mejor llévame a un hotel
-¿Crees que no te van a encontrar? Marta no seas ilusa. En cuanto vean que no llegas lo primero que van a hacer es buscar es hotel por hotel y créeme, te encontrarán. Ese es su terreno nena, no los subestimes
-¿Cómo sabes todo eso?
-Desde pequeño he tenido que vivir así, lamentablemente
-¿Entonces qué hago?. No me siento cómoda metiéndome en casa de alguien y encima tú no eres santo de mi devoción precisamente
-Puedes ir a casa de una amiga. Pero es probable que también te busquen ahí, entre tu círculo de amistades. Puedes meterlos en problemas, sin desearlo
-¡Ay, Dios! - resopló desesperada. Él tenía razón y lo menos que quería era meter a las chicas en problemas. Sabía que Olga y Dácil le darían refugio, pero se arriesgaba a causarles un daño.
-Lo sé, son como aves de rapiña
-¿Y has vivido así siempre?. Debe ser terrible
-Te acostumbras. Ya no me molesta
-¿Y dónde vives? ¿Hay alguien más ahí aparte de ti?
-La servidumbre y los hombres de la seguridad. Esa es la ventaja que tiene mi casa. Aunque te buscaran allí, no van a poder acercarse de ninguna manera
-Estoy… esto me está superando, francamente. No sé qué hacer. Yo soy un alma tranquila y no soporto ser el centro de atención, mucho menos en algo como esto
Marta por fin se rompió y se le salieron las lágrimas de agobio y frustración. Habló con voz muy bajita, revelando que ya no tenía fuerzas para luchar. A él le dio un poco de pena. Aunque le gustaba la situación y quería sacar ventaja con ella, no pretendía que lo pasara mal y lo lamentaba por ese lado. Fue totalmente involuntario de su parte meterla en semejante berenjenal. Le tocó la mano suavemente sin invadirla y sin brusquedad.
-Está bien, Marta, haré todo lo que pueda para ayudarte y protegerte. Te lo prometo. No dejaré que nadie se te acerque o te invada de ninguna manera. Solo dame tiempo para solucionarlo, ¿si?
Ella lo miró por un segundo a los ojos. Para empezar él era el culpable de todo. Pero también sabía que la protegería igual que había hecho en la acera cuando la sostuvo contra su cuerpo, impidiendo que ninguno de los periodistas la tocara o la acosara de ninguna manera, y la sacó de allí rápidamente. La protegió. Debía confiar en él, aun cuando una alarma le decía que no podía fiarse del todo. ¿Pero qué otra opción le quedaba? De momento, esconderse le pareció lo mejor. Dentro de una semana seguramente ya todos se habrían olvidado del asunto y ella podría retornar a su trabajo nuevo y a su vida tranquila y anónima. Eso esperaba. En eso tenía puesta la fe.
......................
La casa de Joel era una mansión rodeada de terrenos ajardinados y también de bosque y no era para nada lo que esperaba ella cuando le dijo de ir a su casa. Pensaba que él vivía en algún apartamento lujoso de soltero. Pero esto parecía más preparado para vivir con una familia de muchos hijos. Él la miró con una sonrisa como si entendiera lo que pensaba. En realidad él tenía un apartamento como residencia habitual, pero no podía tenerla tan protegida como aquí.
A la mansión venía casi todos los fines de semana a desconectarse caminando por los jardines, paseando por el bosque que rodeaba la trasera de la vivienda y trabajando en su invernadero, donde criaba rosas. Era su forma de relajarse.
Aún mirándolo, Marta se acomodó las gafas en la carita lo que la hizo ver frágil y tierna. Joel se relamió porque la mujer era la cosa más apetecible que había visto en mucho tiempo. Y eso que ella no se comportaba como si lo supiera. Seguramente no. Joel había tenido demasiadas mujeres en su vida. Sobre todo de esas que creen que tener mucho pecho y caderas e irlo enseñando como si su cuerpo fuera algún trofeo que ganar, es sexy. Y no. Lo sexy no es necesariamente algo físico. Tiene que ver con la actitud.
Hay mujeres y hombres que simplemente saben usar su energía de seducción con gestos sutiles, movimientos elegantes y sensuales, un andar felino, una mirada a tiempo, una sonrisa desprovista de decoro pero dirigida a la persona adecuada, el objeto de deseo. Quien quiera que supiera usar sus armas, no necesitaba tener un cuerpo de infarto. A Joel le gustaban más las almas de infarto. Las mentes follables. Esas que sabían lo que decir para inducirte a pensar que estar con esa persona iba a descubrirte un nuevo universo.
Lo físico, lo bello, sin ese acompañamiento de la inteligencia emocional, es una cáscara de huevo vacía. Eso había aprendido él, después de tiempo conociendo mujeres bellas, atractivas, sexys, sensuales, inteligentes, tontas, codiciosas, generosas, sencillas, complicadas, malvadas, inocentes… Cada una le había aportado alguna cosa, y muchas buenas y no tan buenas experiencias.
Lo que le gustaba de Marta y lo que le aportaba de nuevo y refrescante, era esa forma de ser ácida, firme, tímida y bastante inocentona. Su manera de ser independiente y el hecho de no necesitar nada de los demás, también le resultaban rasgos atractivos. Lo peor que le podía pasar era que alguien se le acercara "necesitado".
Cómo la chica que le presentó su madre, necesitada de atención y afecto, de una manera que resultaba agobiante. A Joel le gustaba su libertad y no quería dependencias emocionales de nadie. Ni de él hacia otro ni de otra persona hacia él. Eso era lo más sano. Tampoco quería enamorarse, después del palo que se llevó con el supuesto amor de su vida. Reconocía que había sido un chico bastante inmaduro y crédulo en esa época y permitió que aquella mujer lo usara a su antojo, pero le dio una gran lección que no iba a olvidar. Sufrió tanto en ese entonces que se le quitaron las ganas de amar.
Pero no de tener a una mujer. Esas no se le quitaron, al contrario. Con los años cada vez sentía más ganas de tener a alguien como la conejita que estaba a su lado, debajo de él, sobre él, abrazada a él, sentada sobre él… y como quiera que quisiera estar. Su corazón no se lo daría, pero todo lo que le pidiera aparte de eso, sería de ella.
De momento ya la tenía en casa a su merced. Estaba tan contento que cuando bajó de la limusina y entró en la casa acompañado de la chica, la servidumbre se quedó pasmada. Joel había llegado sonriendo y casi saltando, mirando feliz la mujercita que llevaba casi abrazada. Y eso no había pasado nunca en esa casa. Ni que llevara a una mujer, ni que entrara sonriendo. Esa señorita tenía brujería, pensó el ama de llaves, porque no había otra explicación. Llevaba trabajando allí la friolera de diez años y esto fue lo nunca visto. No se persignó porque no quería que el señor la mirara raro, pero difícilmente se contuvo.
La chica parecía aturdida y Joel casi tuvo que empujarla para que se adentrara en la vivienda.
-Pasa por favor. Bienvenida a mi casa. Esta es la señora Thompson, el ama de llaves. Cualquier cosa que necesites se lo puedes pedir a ella. Ven conmigo
-Encantada, señora
Siguió a Joel por las escaleras. El interior de la casa no era como esperaba. Toda la construcción era de estilo moderno, entre industrial y minimalista. Paneles de madera recubrían muchas de las paredes combinando con grandes espacios pintados en blancos y grises, y todo rematado con estructuras de acero negro. Era impresionante a pesar de lo sobrio.
La gran sala y el comedor, que se fundían en los espacios abiertos, estaban salpicados con algunos detalles de color, que contrastaban en el ambiente y aportaban un aire alegre y cálido. A pesar de la enormidad de la casa, tenía sabor de hogar. Subieron a la segunda planta y Joel la llevó hasta una habitación, sencilla y luminosa, que seguía la misma temática del resto de la casa, con revestimientos de madera clara y grandes ventanales de acero. El paisaje fuera, era impresionante y tan verde que por un momento parecía estar en medio de una campiña inglesa.
-Gracias. Por todo
-No hay de qué. Me siento mejor ayudándote para paliar las consecuencias de algo que sin querer provoqué. No quería hacerte ningún mal
-Lo sé. No es culpa tuya. A veces en la vida pasan cosas, solo eso
-Bueno, te dejo por ahora. Descansa y luego te llamo a cenar. Pediré que te consigan algo de ropa para los días que estés aquí, al menos. En tu apartamento no se puede entrar
-No sé como pagarte
-Dejemos eso… Te lo debo - Él se encaminaba a la puerta cuando lo llamó.
-Joel…
-Dime… - Por un momento se miraron profundamente a los ojos. Marta sintió algo raro dentro de sí. Por primera vez no lo miró de mala manera. Seguramente porque estaba demasiado cansada como para andar guerrera.
-Intentaré no molestarte el tiempo que esté en tu casa. Lo prometo
Joel se detuvo en la puerta. En ese momento parecía tan agotada que él quiso hacerla sentir bien. Volvió sobre sus pasos y con cuidado la abrazó y le besó la coronilla. Ella se quedó un poco rígida, pero no se apartó y hasta se sintió reconfortada como si lo hubiera hecho su mejor amiga.
-Nunca me molestas. Descansa
Se marchó después de eso y Marta se quedó un rato de pie mirando a la puerta y alucinado con el poder que él tenía sobre ella. Se sentía como un tigre al que el domador convertía en gatito. Y se sintió bien con eso. Se estaba volviendo costumbre que él la abrazara y la besara. En dos días apenas, había tenido más roce con él que con ninguna otra persona en los últimos ocho años. No sabía si esto era bueno o malo. Se tumbó a dormir. Ya no podía más con su cuerpo. Al despertar pensaría en todo con la cabeza más fría. Eso creía ella.
Joel bajo la escalera hacia el despacho, aún con la fragancia de ella en la nariz. Tenía emociones encontradas pues, por una parte, quería aún darle una lección por el rechazo de ella y por otra, quería cuidarla y protegerla del mundo entero.
“Dichosa mujer”, pensó. Y volvió a sonreír. El ama de llaves que lo observaba desde abajo, volvió a hacerse cruces. Definitivamente, el señor estaba poseído. Pondría una vela a San Cucufato para que el joven amo recuperase la cordura. Eso siempre funcionaba.