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Cuando Me Miras Así

Cuando Me Miras Así

Status: En proceso
Genre:Diferencia de edad / Mujeriego enamorado / Malentendidos / Dejar escapar al amor / Amor-odio / Autosuperación
Popularitas:2.4k
Nilai: 5
nombre de autor: F10r

Emma ha pasado casi toda su vida encerrada en un orfanato, convencida de que nadie jamás la querría. Insegura, tímida y acostumbrada a vivir sola, no esperaba que su destino cambiara de la noche a la mañana…
Un investigador aparece para darle la noticia de que no fue abandonada: es la hija biológica de una influyente y amorosa pareja londinense, que lleva años buscándola.

El mundo de lujos y cariño que ahora la rodea le resulta desconocido y abrumador, pero lo más difícil no son las puertas de la enorme mansión ni las miradas orgullosas de sus padres… sino la forma en que Alexander la mira.
El ahijado de la familia, un joven arrogante y encantador, parece decidido a hacerla sentir como si no perteneciera allí. Pero a pesar de sus palabras frías y su desconfianza, hay algo en sus ojos que Emma no entiende… y que él tampoco sabe cómo controlar.

Porque a veces, las miradas dicen lo que las palabras no se atreven.
Y cuando él la mira así, el mundo entero parece detenerse.

NovelToon tiene autorización de F10r para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

capitulo 7

Narra Alexander

—¡Bro, si esa tipa no te escribe en diez minutos, la bloqueas y listo! —dije entre risas, dándole una palmada a Esteban, que estaba con cara de mártir revisando su celular por décima vez.

Estábamos en la cafetería de la universidad, mis amigos y yo, matando el rato entre clases. Todos se quejaban del profesor de finanzas, menos yo, que me divertía viendo cómo intentaban disimular su mediocridad.

—Siempre tan sabio, Alex —ironizó uno de ellos—. ¿Qué haríamos sin ti y tu filosofía de vida?

—Nada. Serían infelices y pobres, como hasta ahora —respondí con una sonrisa canalla, dándole un trago a mi café.

No es por presumir —bueno, sí—, pero tengo la vida bastante bien resuelta. A mis 21 años tengo coche nuevo, ropa de diseñador, una mochila que vale más que la matrícula de media facultad y un futuro asegurado en la empresa de mi padrino. No lo pedí así… simplemente pasó.

Mis padres murieron cuando yo tenía quince, en un accidente de auto. Fue una de esas cosas que no te esperas y que te cambian para siempre. Yo… bueno, no quiero ponerme melancólico, pero me dolió mucho aún no puedo superarlo del todo creo que es algo que dolera para toda la vida. Y ahí fue cuando Silvia y Felipe, mis padrinos, me recogieron y me dieron absolutamente todo. Todo. Nunca me dejaron sentirme solo.

Y yo los quiero, claro que sí. Aunque soy un idiota a veces, para ellos siempre seré “su niño” y yo no me quejo. Ellos me consienten, me enseñan y me dan la oportunidad de aprender para manejar sus negocios en el futuro. ¿Qué más puedo pedir?

Pero desde que apareció ella, la “princesa perdida”, algo no me cuadra.

No es que me sienta menos. Para nada. Ni ellos me tratan distinto, ni yo dejo que me afecte. Pero no me creo ese cuento de que sea tan… tan perfecta, tan buena, tan ingenua como parece. Nadie es así. Nadie. Algo oculta, y yo no voy a dejar que le vea la cara a mi familia.

Cuando termino las clases, salgo de la universidad con mis lentes de sol puestos, saludando a medio mundo y con un par de chicas que se me quedan mirando. Me encanta que me miren, no lo voy a negar.

Me subo a mi coche, el que me regaló mi madrina por mi cumpleaños, y pongo la música a todo volumen. El trayecto a la mansión es rápido. Llego a casa con esa sensación de alivio que me da ver las enormes rejas abrirse para mí.

Al entrar, saludo a los empleados con una sonrisa rápida y subo a dejar mis cosas. Luego bajo directo al despacho, como todos los días. Ahí está Felipe, revisando unos papeles con el ceño fruncido.

—¿Llegas tarde, eh? —me dice, sin levantar la vista.

—Bah, no tanto. El tráfico —respondo, dejando mi mochila en un rincón y sentándome frente a él—. ¿En qué te ayudo hoy?

Felipe me mira por encima de las gafas y esboza una pequeña sonrisa.

—Eso me gusta, Alex. Ganas de aprender.

—O ganas de mantener el puesto asegurado —digo con descaro, y él suelta una carcajada.

Me pasa algunos documentos, me explica cifras, me muestra balances, y yo me concentro. Porque aquí no se juega. Aquí tengo que ser serio, y lo soy. Por algo él confía en mí.

Pero en cuanto escucho pasos en el pasillo, sé que es ella. Esa chica siempre camina como si tuviera miedo de romper el suelo. Por reflejo, levanto la vista justo cuando pasa por la puerta. Lleva un vestido sencillo, el cabello suelto y esa expresión tímida que a todos les parece adorable.

A todos menos a mí.

Yo no le devuelvo la mirada, solo sigo con lo mío. No pienso fingir lo que no siento.

Felipe, en cambio, la llama con un tono cálido.

—Emma, ven, hija.

Ella se asoma con esa sonrisita nerviosa, como si le diera vergüenza existir.

—Hola… —murmura.

—Ven, acércate. Mira, Alexander está ayudándome con unos balances.

Ella me lanza una mirada rápida y luego baja los ojos, como siempre.

—Hola —dice, apenas audible.

Yo asiento con la cabeza y nada más. No soy grosero. Solo soy… realista.

Felipe le sonríe y le acaricia el cabello como si fuera un tesoro, y yo reprimo un suspiro. Porque claro, para él lo es.

Pero yo… yo no me trago su cuento. Por más dulce que parezca, algo oculta. Nadie sobrevive en un orfanato y sale siendo tan pura y tan buena como ella pretende.

Así que la observo de reojo mientras ella se despide rápido y se va. Mis padrinos la miran con un orgullo que me duele de tan grande, pero yo solo pienso: “Si crees que me vas a engañar, estás equivocada, princesa”.

Porque no lo va a hacer.

No mientras yo esté aquí.

[...]

—Alexander, cariño, nos vamos un rato. Quédate pendiente de Emma, por favor —dijo Silvia desde la puerta, mientras Felipe le ajustaba el abrigo.

Yo levanté la vista desde el sofá, donde estaba cómodamente estirado con el teléfono en la mano, y sonreí con una ironía imposible de ocultar.

—¿Cómo no? Niñero de la princesa. Con mucho gusto.

—No hables así —advirtió Felipe, entrecerrando los ojos, aunque yo pude notar que estaba aguantándose la risa—. Ella todavía se está adaptando, y queremos que se sienta segura aquí.

Asentí con una falsa solemnidad, levantando las manos.

—Sí, sí. A su majestad no le faltará nada. Lo juro.

Silvia me lanzó una mirada, esa mirada de “sé que eres un insolente pero te amo igual” y finalmente ambos salieron. Escuché la puerta principal cerrarse y el rugido del motor de su coche alejarse.

Suspiré y me levanté, subiendo a mi habitación. La mansión estaba llena de empleados, cámaras y cerraduras electrónicas. Si pasaba algo, lo sabría antes que yo. Pero por alguna razón tenían que dejarme a mí de niñero. Por supuesto.

“Con miles de empleados… yo. Claro. ¿Quién más para cuidar a la chica que se sonroja si uno respira fuerte cerca? Qué honor”, pensé mientras me dejaba caer en mi cama.

Esto debe ser una burla.

Encendí el televisor y, con un par de clics en el control remoto, activé las cámaras de seguridad. La casa entera estaba cubierta… excepto por las habitaciones y los baños, claro. Eso lo había modificado yo hace meses, cuando me tomé la libertad de hackear el sistema para —digamos— “curiosidades juveniles” con algunas empleadas. Pero eso es otro cuento.

Ahora solo me servía para ver a la princesa sin tener que moverme.

Conecté la consola y empecé a jugar un par de partidas online. Gané, como siempre. Luego me puse con una tarea aburrida de economía, redacté un par de correos para mi proyecto en la universidad, y finalmente bajé a la cocina a por algo de picar.

Nada de porquerías, por supuesto. Abrí la nevera, saqué unas zanahorias baby y volví a mi cuarto masticando con tranquilidad. Me gustaba comer limpio, saludable. Con este cuerpo y esta cara, no había que dejar nada al azar.

Justo cuando estaba revisando los correos en mi laptop, algo en una de las cámaras llamó mi atención.

Allí estaba ella.

Emma, saliendo de su cuarto, con una hoja en las manos, caminando por el pasillo como si fuera una ladrona en plena misión. Se detuvo en una esquina, miró hacia ambos lados y luego continuó.

Fruncí el ceño, curioso.

Dejé las zanahorias a un lado y le di clic a la cámara más cercana para seguirla. Avanzó hasta las escaleras, bajó y caminó por el vestíbulo, siempre con esa torpeza que me desespera.

—¿Qué diablos…? —murmuré, activando el micrófono para escuchar cuando llegó a la cocina.

Las cocineras la recibieron con sonrisas y ella les devolvió una tímida, extendiéndoles la hoja que llevaba en las manos.

—Quisiera… quisiera hacerle un pastel a mis padres… —dijo, apenas audible, como siempre—. Escuché que a papá le gusta el de fresas… y… bueno, quería intentarlo.

Las cocineras intercambiaron una mirada divertida y empezaron a sacar ingredientes mientras ella se remangaba con seriedad.

Ahí no pude evitar soltar una carcajada.

—Pero qué tonta es… —murmuré para mí, volviendo a morder una zanahoria.

En la pantalla la vi insistir en hacerlo ella sola. Medía mal la harina, tiraba huevos, se manchó la nariz de azúcar, batió con demasiada fuerza y terminó con gotas de masa en el cabello. Las cocineras trataban de ayudarla, pero ella negaba con la cabeza, sonrojada, decidida a hacerlo todo sola.

Para cuando metió la masa en el horno, parecía un desastre humano. Tenía harina hasta en los párpados, la blusa toda manchada y las manos pegajosas.

Yo seguía masticando mi zanahoria, mirando la pantalla como si estuviera viendo una comedia romántica.

Desde aquí… hasta parezco un acosador.

Reí para mí mismo ante el pensamiento y negué con la cabeza.

Ella se giró a las cocineras y sonrió con un orgullo infantil que me desarmó un poquito. Y ahí supe que por mucho que me esforzara en no creer en su cuento de hada buena… esa chica no dejaba de intrigarme.

No confiaba en ella. No podía. Pero tampoco podía dejar de mirar.

Ahí estaba yo, todavía con el control en la mano, cuando escuché a una de las cocineras decirle a la princesa:

—Mi niña, ya lo hiciste precioso. Déjanos nosotras lo terminamos, anda. Vete a darte un baño y a cambiarte, no podemos dejar que tus papás te vean así.

—¿Así…? —preguntó ella con esa vocecita de ratón, mirando sus manos pegajosas y el desastre de su ropa.

—Así de… hecha un cupcake andante —rió la otra—. Anda, corre.

Y ahí fue cuando ella asintió, con su torpeza habitual, y salió corriendo como si se le estuviera quemando el alma.

Yo estaba a punto de seguirla con las cámaras, a ver a dónde iba y si lograba no matarse por las escaleras, cuando escuché algo que me hizo detenerme.

Las cocineras se quedaron solas y empezaron a reírse entre ellas, pero no con burla. Era una risa… tierna.

—Ay, Dios, esta niña es un amor —dijo una, limpiándose las manos en el delantal—. Mírala nada más… toda contenta por hacer un pastel espantoso.

—Sí… tan dulce, pobrecita… si supiera —contestó la otra mientras abría la nevera y sacaba un pastel perfecto ya hecho, cubierto de una capa de crema y fresas.

Yo arqueé una ceja, curioso.

—Ajá… ¿y eso? —murmuré para mí, dándole volumen al micrófono.

Ellas comenzaron a cortar más fresas, a derretir chocolate y a preparar un betún reluciente mientras sacaban el intento de pastel que Emma había metido al horno.

Lo colocaron en la encimera y una de ellas pinchó un trozo con el tenedor. Lo probó.

Su cara fue… sublime.

Torció los labios, cerró los ojos y murmuró:

—¡Ay, pero esto está horrible!

La otra, por supuesto, no pudo evitar probar también y acabó casi igual. Se tapó la boca y rio.

—¡Sabe a masa cruda con azúcar y humo!

—No, no, no… esto no lo puede probar ella. Nos parte el corazón —dijo la primera—. Mejor le damos el nuestro y le decimos que es el suyo. Mira qué bonito quedó este.

Yo… me atraganté con una carcajada.

—No puede ser… —reí para mí, apoyando los codos en el escritorio mientras las miraba en la pantalla—. Van a hacerle creer que es una chef estrella cuando en realidad es un peligro público.

El pobre intento de pastel terminó en el zafacón sin ceremonia, mientras ellas se apresuraban a decorar el perfecto.

—“Para que no se sienta mal” —decía una, con un suspiro—. Es que… ¿cómo le decimos la verdad a esa carita de ángel?

Yo me reía solo frente a la pantalla.

—Pero… por favor… —murmuré entre carcajadas—. Qué tonta. ¿Y qué tan ingenua tienes que ser para tragarte que esa cosa es comestible?

Negué con la cabeza, riéndome más fuerte todavía mientras me metía otra zanahoria a la boca.

—Esto ya no es una serie, esto es una comedia.

Me recosté en la silla y seguí mirando, divertido, mientras las cocineras ponían con cuidado las fresas en el pastel perfecto y lo metían en la nevera, comentando entre ellas lo adorable que era la “niña” y lo mucho que querían verla feliz.

“Sí, sí, adorable… pero un peligro en la cocina”, pensé, todavía con una sonrisa torcida.

Y por un momento, no pude evitar preguntarme si alguien más en este mundo sería tan fácil de engañar como esa muchacha.

1
Arie1
Alexander se va volver loco🤭
Arie1
Oigan y ¿porque no? Alexander esta loco o no quiere verla en su cabeza como una mujer
Arie1
🤣🤣🤣😭🤣😂
Arie1
Hasta que por fin te enteraste mijo
Arie1
Jack siemore esta en sus piernas
Arie1
Alexander deja el delirio mijo que te pasa , ya quiero leer su version🤭
Arie1
yi ni quirii milistirlos- muchacha y si te hubieras morido
Arie1
Pobres de los padres apenas la tienen y casi se le desvive
Arie1
🤣🤣🤣 siento que Alexander me va caer bien
Arie1
Eres tu mi ser amado?
Arie1
El le dice a su esposa que este tranquila pero el no puede estarlo (llora en recuentro de padre e hija😭)
Lorena Espinoza
Está muy interesante la historia 😍
F10r: Me alegra que te este pareciendo interesante☺
total 1 replies
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