NovelToon NovelToon
Yo Te Elegí.

Yo Te Elegí.

Status: En proceso
Genre:Amor a primera vista
Popularitas:3.9k
Nilai: 5
nombre de autor: Mel G.

Romina, una chica que no conoce el significado de amistad y familia, empieza a conocerlo a través de algunas personas que llegan a su vida. Pero cuando todo realmente cambia, es cuando conoce a Víctor, al hermano de la chica que comienza a ser su amiga, pero lo conoce, en un secuestrado, dirigido por el.

NovelToon tiene autorización de Mel G. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

ENGAÑO.

...Victor:...

Subí por el elevador principal sin anunciarme. Sabía que ella estaría ahí. No en casa, no en una cafetería… sino trabajando, como siempre.

La empresa —ahora temporalmente bajo la presidencia de Santos Bianco— seguía llena de movimiento. Pero lo único que realmente me importaba estaba detrás de una puerta de cristal, junto al estudio de diseño.

La encontré como la recordaba: concentrada, elegante, con esa calma natural que siempre la había hecho parecer más fuerte de lo que realmente era. Sentada frente a una mesa llena de planos y telas, con una bebé dormida sobre su pecho, envuelta en un fular blanco.

No dije nada.

Ella lo supo igual.

—¿Vas a quedarte ahí espiando o vas a entrar de una vez?

Sonreí apenas.

—A veces pienso que tienes ojos en la nuca.

—No. Solo te conozco demasiado bien.

Me acerqué. La miré a ella, y luego a la pequeña.

—Vine a verte.

Elena giró con suavidad, cuidando no despertar a la bebé.

—¿Y esta vez cuánto piensas quedarte?

—Esta vez… vine para quedarme. Todo terminó, Elena.

Se le humedecieron los ojos.

Me abrazó con un brazo, mientras con el otro sostenía el cuerpecito dormido. Yo la rodeé también. Por un momento, ya no éramos adultos. Éramos los mismos niños que se prometieron nunca soltarse.

—Estás justo a tiempo —murmuró ella con una sonrisa rota de emoción—. En unas semanas será mi boda con Elliot. Y quiero que tú me lleves al altar.

Mi corazón dio un vuelco.

—¿De verdad?

—Siempre fuiste mi mitad más difícil… pero también la más leal. Sí, de verdad. Bueno puedes ayudarle a papá con su silla.

Reí un poco.

—Entonces ahí estaré.

—¿Quieres cargarla?

La miré.

—¿Puedo?

Asintió, y con un cuidado casi ceremonial, me colocó a su hija en los brazos.

Era tan pequeña… sentí que si respiraba muy fuerte, podía romperla.

—¿Cómo se llama? —pregunté, aunque no estaba preparado para la respuesta.

—Irina —dijo Elena, con suavidad.

Y el mundo se detuvo.

Tragué saliva. Mi vista se nubló por un segundo, pero no dije nada. Solo apreté a la bebé contra mí con más cuidado, más fuerza.

Irina.

Ese nombre.

El de nuestra madre.

—Pensé que te enojarías… —dijo Elena en voz baja—. Pero… yo la necesitaba cerca. Y tú también. Pensé que así… de algún modo…

—No. No me enojo —interrumpí, con la voz rota, baja—. Solo… no me lo esperaba.

Ella asintió. Silencio.

Después de unos segundos, me animé a hablar.

—¿Y Paolo? ¿Danna?

—Bien. Danna… está embarazada —dije, sin más detalles.

Elena sonrió, sorprendida.

—¿En serio? Bueno, parece que la familia crece.

—Sí —murmuré, sin soltar a Irina—. Aunque esta… será difícil de superar.

Justo entonces, la puerta se abrió.

Romina Corjan entró, con su andar elegante y el teléfono en una mano.

Se detuvo al verme, con una ceja arqueada.

—¿Otra vez tú?

—Vengo a ver a mi hermana, no a ti.

—Lástima, porque yo sí soy divertida —respondió, y se acercó con un informe que dejó sobre el escritorio de Elena—. Te recuerdo que esa clienta rusa quiere ver el diseño final hoy, y no acepta excusas ni bebés.

—Lo sé. Pero se va a aguantar —dijo Elena sin perder la sonrisa.

Romina resopló, cruzando los brazos.

—Bueno, yo ya cumplí. No se me duerman los tíos —y con eso, se marchó.

La puerta se cerró.

Volví a mirar a Elena.

—¿Sabes? No pensé que iba a vivir para ver esto.

—¿Y qué piensas ahora?

Miré a Irina. A su naricita parecida a la de Elena, a sus manitas cerradas como si sujetara el universo entero.

—Que no pienso perderme ni un solo día más.

Elena recostó su cabeza sobre mi hombro. Su voz fue un susurro.

—Entonces quédate, Víctor. Esta vez, quédate de verdad.

Y … supe que lo haría.

...****************...

...Romina:...

La puerta se cerró detrás de mí y, por un instante, me detuve.

Necesitaba respirar.

El aire de la oficina no era pesado, pero sentía como si algo se hubiese quedado pegado a mi piel. Tal vez era la risa suave de Elena. O los ojos enormes y brillantes de esa bebé que sostenía en brazos, como si fuera el tesoro más preciado del universo.

Irina.

Hasta el nombre sonaba como un recordatorio. Delicado. Familiar. Cargado de historia.

La había visto muchas veces desde que nació, pero hoy… Hoy me dolió más.

La forma en que Elena la llevaba con ella a todas partes, sin importarle si era una reunión de trabajo, un almuerzo con proveedores, o una simple visita a la oficina de Santos. A nadie parecía importarle que hubiese una bebé ahí, aunque lo lógico —lo profesional— sería que no la llevara. Pero claro, era Elena. La adoraban. Y nadie se atrevía a decirle nada.

Y tampoco era solo eso.

Era la manera en que la miraban. Con esa ternura inmensa que yo nunca sentí. Ni siquiera cuando era una niña, cuando más necesitaba esos ojos que te digan: eres lo mejor que me ha pasado. Irina tenía apenas dos meses en este mundo y ya lo tenía todo. Amor. Cuidado. Un padre, una madre, un tío que le sonreía como si ella le hubiese devuelto algo perdido.

Y yo… yo tenía mi agenda, mis trajes, mis metas.

Y a Nelsi.

Porque fue ella quien me cuidó, quien me hacía pasteles los días que nadie recordaba mi cumpleaños, quien me contaba cuentos cuando el silencio de la casa me asustaba. La única que me abrazaba sin que se lo pidiera. Cuando murió, hace cuatro años, me quedé sola de verdad.

Y ahora estoy aquí. Viendo desde la distancia a esa bebé con una madre que no la suelta ni para respirar.

—Ridículo… —murmuré para mí, sacudiendo la cabeza.

Era ridículo sentir celos de una bebé. Lo sabía. No tenía ningún sentido.

Pero igual los sentía.

No era solo por Irina. Era por Elena, por Reachel, por esa facilidad con la que se entregaban a las emociones, al amor, al dolor. Por cómo el mundo las rodeaba, las tocaba, las protegía.

Yo era la que se había entrenado para no necesitar a nadie. Y sin embargo, me estaba deshaciendo por dentro por la forma en que Víctor había sonreído al cargar a la pequeña. Como si le doliera. Como si la amara. Como si en esa criatura hubiera algo que lo sanaba.

Apreté los puños, molesta conmigo misma.

No era envidia. O sí. Pero no hacia Elena.

Era hacia lo que nunca tuve. Hacia lo que no sabía cómo se pedía.

Y lo que más me desconcertaba… era que, por primera vez en años, no quería estar sola.

...****************...

Estaba revisando los informes del restaurante adaptado, pensando en cómo mejorarlo aún más, cuando mi asistente llamó con nerviosismo.

—Señorita Corjan… sus padres están aquí. Quieren verla.

La pluma se me quedó suspendida en el aire.

—¿Mis padres? —Mi tono fue seco, incrédulo.

—Sí… Están… ya vienen subiendo. No esperaron a que los anunciara.

La puerta se abrió sin que yo diera permiso.

Entraron. Como si su ausencia de años no contara. Como si aún fueran dueños de todo lo que tocan.

Mi madre, impecable como siempre. Mi padre, con esa arrogancia invencible, como si el mundo se inclinara ante él por naturaleza. Apenas entraron, mi oficina pareció encogerse.

—Romina —dijo mi madre con tono neutro, examinando cada rincón del lugar como si lo estuviera evaluando para una subasta.

No me levanté de mi asiento. Me limité a responder con una mueca seca.

—Qué raro verlos por aquí. Supuse que aún estaban recorriendo Europa, huyendo de la carga emocional que implica tener una hija.

Se sentaron sin esperar invitación. Lo hacían todo como si aún tuvieran autoridad sobre mí. Como si aún me importara.

—No empieces, Romina —dijo mi padre, molesto—. Venimos a hablar en serio.

—¿Y cuándo no lo hacen? Lo suyo nunca fue el afecto.

—Nos enteramos de tu ruptura con Elliot —soltó mi madre como quien comenta el clima.

Reí por lo bajo, incrédula.

—¿En serio? ¿Eso? Eso fue hace un año. Un año. Llegan tarde, como siempre.

Mi padre me observó fijamente.

—No es tarde para corregir el rumbo. Elliot no era suficiente para ti. Tú necesitas un futuro a la altura del apellido Corjan.

—Qué conveniente —musité, cruzándome de brazos—. No dijeron eso cuando lo invitaron a formar parte de la mesa directiva. Cuando les convenía, claro.

—Mira —interrumpió él, sacando una carpeta de cuero—. Hemos hecho contactos. Negociaciones. Este es un buen partido. Tiene presencia política, empresas familiares, una reputación intachable. Y está interesado.

—¿Interesado en qué? ¿En mí o en lo que ustedes prometieron que traigo bajo el brazo? —espeté sin tocar la carpeta—. Porque si soy solo una dote disfrazada de ejecutiva, al menos díganmelo sin rodeos.

—No seas vulgar —dijo mi madre con disgusto.

—¿Y qué quieren que sea? ¿La esposa decorativa de un político aburrido que solo busca una fachada para figurar?

Mi padre se inclinó hacia mí, serio.

—Con este matrimonio podrías ser presidenta de tu propia empresa. Dejarías de estar a la sombra de otros.

—¿Dejar de estar a la sombra… o dejar de incomodarlos con mi autonomía? —respondí con una sonrisa tensa—. Porque si vamos a hablar de lo que he logrado, recuerden algo: las acciones que tengo en esta empresa no vinieron de ustedes. Me las cedió el hermano de mamá. Él creyó en mí cuando ustedes me ignoraban. Yo construí lo que soy. Yo trabajé por cada espacio que ocupo.

—Eres vicepresidenta, Romina. No confundas eso con ser indispensable —replicó mi madre con frialdad.

—Vicepresidenta, sí —respondí alzando la voz—. Y no por caridad, sino porque tengo el conocimiento suficiente, las capacidades necesarias y más experiencia que la mayoría de los que se sientan en esta mesa. No necesito un matrimonio para ser reconocida. Yo ya soy alguien, aunque les duela.

¿En verdad lo era?

El silencio fue espeso. Mi padre respiró hondo, conteniéndose.

—Podemos desheredarte, Romina.

—¡Háganlo! —me levanté de golpe, señalándolos—. Métanse esa herencia por donde les quepa. ¿De qué me ha servido hasta ahora? ¿Para tener una niñez sola? ¿Para verlos ausentes en cada entrega de premios, en cada competencia? ¿Para pasar mis cumpleaños con Nelsi, la única persona que me celebraba como si yo importara?

Mi voz se quebró, pero mi furia la sostuvo.

—Ella era más familia para mí que ustedes. ¿Saben por qué me gustaba venir aquí cuando era niña? Porque creía que este lugar me haría importante ante ustedes. Que si aprendía a hablar como ustedes, vestir como ustedes, pensar como ustedes, algún día me mirarían con orgullo. Pero no. Nunca fue suficiente.

Mi madre intentó hablar, pero levanté la mano.

—No. No lo hagan. No intente fingir. Yo les importo cuando conviene. Cuando les sirve. Ahora que no estoy con Elliot, quieren arreglar mi vida como si fuera una acción que puede perder valor. Pues no. Yo no estoy en venta.

Tomé mi bolso, mi celular. Caminé hasta la puerta. Me giré para mirarlos una última vez.

—Y no vuelvan a irrumpir en mi oficina sin avisar. No vuelvan a irrumpir en mi vida como si aún tuvieran algún derecho sobre ella.

Y con la cabeza en alto, salí, dejando atrás el peso que siempre había llevado en silencio. El pasillo era largo, pero por primera vez sentí que cada paso me alejaba de un legado que no necesitaba.

Salí de la oficina con la rabia empapándome el cuerpo. Cada paso sonaba como un golpe seco en el mármol del pasillo. Mi corazón latía a mil por hora y tenía la garganta cerrada de coraje, de impotencia, de esa vieja herida que mis padres sabían abrir con precisión quirúrgica.

Y claro, como buenos espectros de mi pasado, vinieron detrás de mí.

—¡Romina, no puedes salir así! —gritó mi padre, sin preocuparse por la gente que ya comenzaba a asomar la cabeza desde sus oficinas.

—Romina, esto no ha terminado —añadió mi madre, caminando detrás, impecable como siempre, como si su peinado fuera más importante que el daño que acababan de hacer.

Lo vi.

A lo lejos, con su traje negro, su andar firme, el cabello rojo impecable. Víctor.

¿Por qué tenía que aparecer justo ahora? No lo sé. Pero verlo fue como un rayo de electricidad corriendo por mis venas. El recuerdo de sus ojos duros, su forma de observarme como si pudiera leer lo que ni yo entendía de mí misma. Su presencia me desconcertaba, me molestaba, me arrastraba.

Y en ese instante, una idea loca y brillante cruzó mi mente.

Mis padres se acercaban.

Yo no pensaba darles el gusto de verme débil. No otra vez. Si querían una promesa, les daría una. Si querían un prometido… se los fabricaría en ese segundo.

—Tú —le dije a Víctor, acelerando mis pasos hacia él—. Finge.

—¿Qué? —frunció el ceño, sin entender.

—Finge que eres mi prometido. Ya.

Y sin dejarle tiempo a responder, me lancé a sus labios rodeando su cuello.

Y fue como prender fuego a un barril de pólvora.

Mis labios chocaron con los suyos, duros, firmes, sorprendidos. Su boca era cálida, con un dejo amargo y desafío. Lo besé con todo el veneno, la rabia y la furia de los años que había pasado tratando de agradar a quienes nunca me quisieron. Lo besé como si fuera una guerra que pensaba ganar.

Y entonces él respondió.

Dios. Él respondió.

Su mano se apoyó en mi cintura, me atrajo con fuerza, y su boca se abrió apenas para encajar perfectamente con la mía. Un calor salvaje me recorrió entera, desde el cuello hasta los muslos. Me sentí viva. Irónicamente viva. Como si en ese beso se liberara todo lo que siempre había reprimido.

No era ternura.

Era guerra. Era caos. Era una advertencia al mundo.

Nos separamos lentamente. Nuestros rostros seguían tan cerca que podía sentir su respiración mezclándose con la mía. Su mirada era un abismo oscuro donde algo… algo brillaba.

Lo abracé como si fuese lo más natural del mundo.

—Ahí están —susurré contra su oído—. Mis padres. No te muevas. Y por Dios, pon cara de que me amas.

Víctor apenas alzó la mirada. Con esa calma suya que me desarma, pasó su brazo por mi cintura como si siempre hubiera estado allí. Como si de verdad fuéramos algo. Como si de verdad… fuera mío.

Lo odié por lo bien que lo hacía. Por lo bien que se sentía.

—¿Qué significa esto? —espetó mi padre, deteniéndose en seco a unos metros.

—¿Quién es este hombre? —exigió saber mi madre, fulminándonos con la mirada.

Me giré lentamente, manteniendo el brazo de Víctor sobre mi cintura, mi espalda bien recta, y la sonrisa más dulce y venenosa que tenía.

—Oh, lo siento. No alcancé a presentárselos. Él es Víctor —giré un poco para mirarlo a los ojos, fingiendo ternura—. Mi prometido.

—¿Qué? —Mi padre dio un paso al frente—. ¿Desde cuándo?

—Desde hace meses —mentí sin pestañear—. Lo mantuvimos en secreto para evitar… bueno, justamente esto.

Víctor, contra todo pronóstico, se acomodó mejor a mi lado, bajó la cabeza ligeramente y tomó mi mano con fuerza. Un papel perfecto. Casi parecía divertido.

—Señor Corjan —saludó con esa voz profunda, helada, pero educada—. Señora. Es un honor.

Mis padres estaban paralizados.

Yo no.

—Y ahora, si me disculpan —añadí con tono cortante—, tengo cosas que hacer. No tengo tiempo para cenas de compromiso ni agendas matrimoniales como si estuviéramos en la Edad Media.

—Romina, esto no es un juego —dijo mi madre con un temblor en la voz.

—No. Es mi vida —respondí—. Y créanme, por fin la estoy viviendo como quiero.

Me giré hacia Víctor.

—¿Nos vamos?

Él asintió con una leve inclinación, sin dejar de observarme, como si no entendiera del todo en qué acababa de involucrarse. Y mientras caminábamos alejándonos de ellos, sentí el corazón golpearme dentro del pecho.

Y aunque todo fue una locura improvisada… ese beso todavía ardía en mi boca.

Me juré que solo fue una estrategia.

Solo una.

Pero entonces, ¿por qué lo estaba deseando otra vez?

1
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play