Adrien Marlow siempre consideró a Kai Min-Fletcher un completo patán cuya actitud y personalidad dejaban mucho que desear. Era bruto, arrogante y un imbécil que a veces disfrutaba despreciar a los demás, justo el tipo de persona que Adrien detestaba. Por ello creyó que nunca se relacionarían. Pero entonces, en una noche de lluvia, descubrió algo inesperado: ¿Kai estaba llorando? Antes de que pudiera pensar con claridad, los dedos de su mano presionaron el botón de su cámara. Cuando el sonido alertó a Kai, Adrien no era consciente de que, en ese momento, su vida estaba a punto de cambiar… y que, quizá, también cambiaría la vida de alguien inesperado.
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Aguardando en un sillón muy cómodo, Adrien observa a las personas que ingresan al lujoso vestíbulo. La mayoría comparte tres características: llevan ropa de marca, exhiben accesorios costosos y, como si fuera lo normal, miran por encima del hombro al personal. Es una vista interesante. La iluminación, el piso marmoleado perfectamente pulido, la glamurosa decoración… no hay rincón que no llame la atención. Sin embargo, para Adrien, este sitio tan ostentoso no le provoca ningún tipo de emoción.
El lugar en el que se encuentra es el hotel Eternal, el cual es parte de una cadena internacional que comenzó a hacerse popular hace menos de una década. Aunque la compañía es relativamente nueva en la industria hotelera, ha ganado renombre y no tiene nada que envidiarle a las marcas más consolidadas. Sus principales clientes pertenecen a la clase alta, aunque también colaboran con agencias que destinan habitaciones a un público más general.
Actualmente, la cadena tiene sucursales en varios países de Europa, Asia y América. Además, sus planes de expansión continúan; podría decirse que su éxito no hará más que aumentar. Por si fuera poco, hace tres años comenzaron a patrocinar a personas con talento, impulsándolas a abrirse paso en actividades propias de la alta sociedad, con el objetivo de fortalecer el prestigio de la marca dentro de la élite.
La razón por la que Adrien está en el hotel Eternal es para encontrarse con su hermano, uno de los pocos afortunados que consiguió ser patrocinado por la cadena. Se suponía que debían verse en el restaurante del hotel, pero el anfitrión no lo dejó pasar cuando no pudo mostrar el código de reservación. Como su celular está descompuesto, no le fue posible revisar si su hermano le envió el pase de entrada.
Sin otra opción, Adrien le dio al anfitrión el nombre de su hermano para que le avisara de su llegada. Al principio, el hombre lo miró como si se tratara de una broma, pero finalmente accedió y le pidió que esperara en el vestíbulo. Desde entonces, lleva esperando alrededor de media hora. Si no hubiera pasado lo de ayer con Kai, su teléfono estaría en buen estado y se habría ahorrado esta espera innecesaria. Lo único positivo es la comodidad del sillón donde está sentado.
Kai... ¿cómo estará ahora? La inesperada impresión que tuvo el día anterior sigue repitiéndose una y otra vez en su mente. Por eso, no ha podido sacárselo de la cabeza. ¿Hizo bien en no preguntarle por qué estaba llorando? Es cierto que no le simpatiza, pero tal vez en ese momento debió ser más empático. Incluso ahora, todavía puede percibir un leve eco de ese latido que sintió al verlo en un estado tan vulnerable. Fue como si la imagen que tenía de él se hubiera quebrado.
Aunque algo le dice que, si hubiera preguntado, seguramente Kai se habría molestado… o burlado.
—¡¿Cómo puede ser?! ¿Qué haces ahí? —Adrien voltea al oír la voz de su hermano, quien lleva puesto su traje de chef; lo más seguro es que haya salido apurado de la cocina—. Desgraciados, recién me avisaron que estabas aquí.
—Alan —saluda con una pequeña sonrisa.
—Esto no se va a quedar así.
Enojado, Alan se dirige directamente hacia el anfitrión. Por lo general, su hermano tiene un carácter apacible, pero este suele cambiar bajo dos circunstancias especiales: una de ellas es cuando se trata de defenderlo. Siempre ha sido así desde que eran niños.
Adrien se levanta del sillón para seguirlo de cerca; tiene que detenerlo antes de que cause una escena.
—¡Oye! —Alan encara al anfitrión sin importarle la presencia de otros clientes—. Para que lo sepas, al que le negaste la entrada es a mi querido hermanito, así que grábate bien su cara. ¿Me oíste? Si lo vuelves a dejar fuera, haré que te despidan. ¡Jamás volverás a poner un pie en este lugar!
—P-perdóneme, yo no creí que... —el anfitrión, arrepentido, intenta disculparse. Sabe que no se trata de una amenaza vacía, sobre todo si viene del chef Marlow—. No volverá a ocurrir.
—Hermano, estás incomodando a los comensales —dice Adrien, depositando una mano en el hombro de Alan—. Vamos, no es para tanto.
Los gritos de Alan resonaron por todo el restaurante, por lo que inevitablemente atrajeron la atención de varios clientes. Por fortuna, todo terminó en paz cuando el anfitrión también ofreció una disculpa a Adrien por su error, aunque, en realidad, a él no le molestó tener que esperar. Al igual que su hermano, su carácter es tranquilo… salvo cuando se trata de sus preciadas cámaras.
Como el descontento de Alan persistía, rechazó la idea de que Adrien se quedara en el restaurante y decidió llevarlo con él a las cocinas. Al entrar, varios de los trabajadores se quedaron quietos, extrañados por la presencia de Adrien.
—Esta es la tarjeta de acceso del bar que está en el penúltimo piso. Ahora no se está usando, así que espérame allí mientras termino —explica Alan, mientras le entrega a Adrien una bandeja con aperitivos junto a la tarjeta—. Come esto mientras tanto. Si gustas, también puedes servirte una copa del licor que quieras. Usa el elevador de servicio.
Alan actúa como si fuera el dueño del hotel, haciendo que Adrien se sienta un poco apenado por recibir tanta atención. Siempre que se encuentra con su hermano, es igual.
—¡¿Qué tanto miran?! ¡A trabajar! —exclama Alan, dando una palmada que hace que todos regresen de inmediato a sus labores.
Esa es la otra circunstancia especial en la que el carácter de Alan cambia; mientras que para Adrien se trata de la fotografía, para Alan, es la cocina.
Después de subir por el ascensor y entrar al bar que le indicó su hermano, Adrien se sorprende al ver, a través de los amplios ventanales, la grandiosa vista de la ciudad. Deja la bandeja en la barra y se acerca para apreciarla mejor. Qué pena que no tenga su cámara, y que su celular no funcione; de lo contrario, ya estaría tomando fotos. Poder disfrutar de una vista así, sin duda, es gracias a su hermano, quien se ha esforzado mucho para llegar hasta donde está.
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