En esta historia, se encontrarán con Ángel, una niña que fue abandonada al nacer y creció en una abadía, donde un grupo de religiosas le ofreció amor y cuidado. Sin embargo, a medida que Ángel va creciendo, comienza a sentir un vacío en su interior: el anhelo de tener un padre, como los demás niños que la rodean. A pesar de su deseo, no se atreve a manifestar sus sentimientos por miedo a lastimar a quienes la han criado, y su vida tomará un giro inesperado una noche fatídica.
Una enigmática mujer aparece y le revela a Ángel un oscuro secreto: es una heredera y debe buscar venganza por la muerte de su madre. Así inicia su transformación en la Duquesa Sin Corazón, una niña destinada a cumplir con un legado de venganza que no es suyo. ¿Qué elecciones hará Ángel en su camino? ¿Podrá encontrar su verdadera identidad en medio de la oscuridad que la rodea?
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CAPITULO 17 LA DETERMINACIÓN DE UNA LEONA.
CAPITULO 17 LA DETERMINACIÓN DE UNA LEONA.
El amplio salón de la mansión Manchester resonaba con ecos y miradas contenidas. Los presentes estaban sentados en un semicírculo, frente a la chimenea que aún ardía. Afuera, una lluvia ligera golpeaba los vitrales, como si el cielo también estuviera conteniendo la respiración.
Desde lo alto de la gran escalera, los pasos de unos tacones resonaron con intensidad.
Todos los que estaban allí levantaron la mirada.
Y entonces la vieron.
Una joven descendía con paso seguro, su vestido de terciopelo negro con bordes dorados tocando los escalones. Su pelo rojo, su rostro tranquilo, sus ojos verdes como el corazón del bosque. . . reflejaban la esencia de Ángela de Manchester.
Los murmullos se apagaron. Las respiraciones se detuvieron.
Era ella.
La hija desaparecida.
La bastarda que se esfumó.
La heredera inalcanzable.
La verdadera duquesa.
Douglas se mantuvo callado. Se quedó de pie, con los labios cerrados, los ojos entrecerrados.
Pero sonreía, Isabel, por su parte, no pudo esconder el rubor en su rostro.
La inquietud en sus manos.
Toda su farsa se desmoronaba.
—Esto lo cambia todo… —murmuró apenas audible.
En ese instante, la reina Adelaida, erguida como un emblema de autoridad viviente, se acercó a ella.
—Prima —dijo con una sonrisa que era elegante pero cruel—. No puedes participar en esta lectura.
Isabel frunció el ceño.
—¿Qué has dicho?
—Ser la suegra de Douglas no te da derecho a pertenecer a la familia Manchester, y mucho menos al ducado. Este salón es para los verdaderos herederos y representantes directos.
Retírate. Tu yerno te contaría lo que se diga aquí.
—No tienes derecho a hacerme esto, Adelaida.
La reina levantó el mentón, decidida.
—Su Majestad, así debes dirigirte a mí. No somos de la misma condición.
Y si sigues intentando armar un escándalo, llamaré a mi guardia y te sacaré como a una intrusa.
Isabel se puso pálida. Abrió la boca para responder, pero se contuvo.
Las miradas estaban fijas en ella.
—No es necesario humillarme tanto —dijo con ira reprimida, apretando sus uñas contra los guantes de encaje—. Con su permiso… Su Majestad.
Y salió, tragándose su rabia como si fuera veneno.
Ya en el salón, el abogado de la familia, un anciano con un rostro pulido y nervioso, se aclaró la garganta y desenrolló el pergamino.
La reina se sentó junto a Ángel, que permanecía en un silencio total. Solo Sor Mari, desde una esquina, observaba con un orgullo contenido.
—Señoras y señores —comenzó el abogado—, hoy se lleva a cabo la lectura oficial del testamento de Su Excelencia, la duquesa Ágata de Manchester.
Los murmullos cesaron.
—Por voluntad clara y registrada ante la reina Adelaida de Arquemont, y de acuerdo a las leyes del ducado, se establece lo siguiente:
“Dejo todos mis bienes, títulos, propiedades y responsabilidades, a mi única y legítima nieta: Ángel de Manchester, hija de mi difunta hija Ángela, duquesa por sangre y derecho. Que sea reconocida desde este día como la nueva duquesa de Manchester. ”
Douglas bajó la mirada. Su mandíbula se apretó. Sin embargo, no hizo ningún comentario.
El abogado prosiguió:
—“El señor Douglas, siendo el viudo de la señora Ángela, deberá dejar los terrenos del ducado, junto con su familia actual, en un período máximo de quince días. Todos los bienes que tiene pasarán a ser propiedad de la nueva duquesa. No podrá solicitar herencia ni ejercer influencia sobre las propiedades del ducado. ”
Un suspiro común recorrió la sala.
Pero entonces… el abogado se detuvo. Sacó un segundo papel.
—Sin embargo… hay una cláusula adicional.
Ángel levantó la vista, perpleja.
—Para que pueda tener oficialmente el título de duquesa y ejercer sus derechos sobre la totalidad de la herencia, la heredera debe casarse. Un enlace ya establecido por la difunta duquesa Ágata.
El silencio fue total.
Ángel pestañeó, incrédula.
—¿Qué…?
El abogado miró al suelo, visiblemente incómodo. Sacó de su portafolio una carta sellada con cera negra.
—Este documento fue redactado a mano por la duquesa antes de fallecer. Me solicitó que se lo entregara únicamente a la señorita Ángel, en privado, después de la lectura.
Ángel extendió su mano, temblando. Recibió el sobre.
Mientras lo sostenía, el murmullo comenzó a aumentar otra vez.
Un matrimonio arreglado.
Una boda desconocida.
Un nombre oculto.
Ella no sabía nada al respecto.
Douglas, sin dejar pasar la oportunidad, se levantó lentamente, sonrió, una sonrisa repleta de secretos aun no lo habían vencido y pronto les mostraría como se juega.
Ángel cerró los ojos por un momento y respiró profundamente.
Su lucha apenas comenzaba.