Esteban es totalmente serio e incluso, un poco amargado; pero debe aceptar la derrota ante una apuesta con su mejor amigo y presentarse en una cita a ciegas en determinado lugar, donde coincide con una rubia que ya conoce.
Sabe que ella no es su cita, pero verla allí, con mirada pícara y burlona, lo hace bufar porque sabe que no demorará en molestarlo.
Soledad ha estado soltera por cinco años, así que, con la esperanza de encontrar el amor, descarga una aplicación y empieza a hablar con Sergio, con quién se verá esta noche. Aunque en su campo de visión aparece su jefe, el cual la fastidia y se odian mutuamente.
Sin embargo, la velada es una decepción para ambos, ya que sus citas no son lo que esperaban, ni lo que desean volver a ver, por lo que Esteban tratando de salvarse, se toma atribuciones indebidas con su empleada, e inventa una tonta excusa. Una que recordarán toda su vida.
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Secretaria
El primer día de trabajo resulta cansador, no solo por el reconocimiento de cada piso, sino por las tantas tareas que el CEO tenía atrasadas.
Estando en su casa, Soledad, se desmorona por el dolor en la espalda y en los pies, pero de igual manera debe seguir haciendo cosas. La limpieza en su hogar, la cena y demás. Aunque no se complicará con las comidas, necesita algo que la llene y al mismo tiempo que sea rápido; ¿solución? Hamburguesas. No es de sus alimentos favoritos, pero sí admite que en la rapidez y la economía, cumple con ello.
Para su mala suerte, no solo es secretaria, sino también asistente, así que su celular suena al tragar un poco de agua y con mucho pesar contesta.
—Buenas noches, para decirte que debes llamarme a las seis y media de la mañana— avisa Esteban.
—¿Yo, por qué?— cuestiona confundida, aunque piensa que es para recordarte algo.
—Eres mi secretaria y asistente.
—¿Hay un motivo válido para que lo moleste tan temprano?— prácticamente, quiere ir al punto de este extraño pedido.
—Debo levantarme, desayunar e ir a trabajar. ¿Eso es lo suficientemente válido para usted, señorita?— responde tosco atacando con sarcasmo.
—¿Usted quiere que yo sea su alarma personal?
—Sí. Eso es lo que necesito.
—¿Sabe qué existe una aplicación en el celular más efectiva? — indaga queriendo matarlo porque ni siquiera ella se despierta tan temprano.
—Lo sé y no me confío. Ahora harás ese trabajo.
— Bien, ¿algo más?— quiere una pacífica cena, así que acepta esa estúpida orden..
— Sea puntual, señorita —Después de eso corta la llamada, permitiéndole a Soledad continuar con su cena.
La rubia lava los utensilios que ha ensuciado, higieniza su boca y se coloca su pijama para dormir, previo a cerrar los ojos se asegura de activar varias alarmas antes de las seis de la mañana, para llamar a tiempo a su nuevo jefe.
Admite silenciosamente que el condenado es atractivo, pero un idiota. Tal vez, despertarlo sí sea tarea de un asistente, pero estos días en los que ha madrugado sin conocerla, seguro que recurrió a la bendita aplicación que le da desconfianza, pero ha servido.
En fin, cuando logra dormir, sueña que Esteban está sentado en su silla, detrás del lindo escritorio marrón, con el torso desnudo.
—¿Señor, dónde está su ropa?— cuestiona ella sorprendida.
—Ahí, levántala— el CEO señala al piso, debajo de él.
Como Soledad no puede verla, se acerca a él y mira debajo del escritorio, notando la camisa, la corbata, el blazer y sus pantalones tirados en total desorden.
—¿Por qué está completamente desnudo?— a decir verdad, no lo está, todavía tiene su bóxer y medias puesto, pero obviamente, es una imagen bastante reveladora.
Ver a su jefecito casi como Dios lo trajo al mundo, es un placer visual, haciéndola sonrojar, aunque es consciente de que esto no puede pasar.
—La estoy esperando— asegura él masajeando su entrepierna.
Los ojos de Soledad no pierden ninguno de esos movimientos y traga su saliva con dificultad, sin saber cómo interpretar eso.
—No entiendo— admite todavía hipnotizada.
— La quiero arrodillada debajo de mi escritorio, mientras me la chupª como si fuese una deliciosa paleta.— dice mientras la descubre de su ropa interior.
—¡¡¡Ahhhhhhh!!! — grita Soledad al despertar— Miərda— insulta dándose aire con sus propias manos.
El sueño o la orden de Esteban no la asustaría, pero el grito ha sido por la enorme sorpresa del tamaño que se presentaba frente a ella.
—Han sido cinco largos años... Es la abstinencia y el ver a un hombre hermoso diariamente — asegura para sí misma en voz alta.
Cinco años soltera y sin tener relaciones sexuales. Claramente, su mente y cuerpo ya le están pasando factura, le exigen contacto carnal con extrema urgencia. Viendo la hora en su celular, se da cuenta que son más de las cinco de la mañana, así que se levanta a darse una ducha y espera que sean las seis para llamar a su jefe.
—Señor, es hora de levantarse— dice con calma, aunque a su mente viene el cochino sueño.
— Ven a mi casa.
—¿Para qué?— cuestiona rápidamente.
—Harás mi desayuno.
—¿No tiene cocinera?
— No y eres mi asistente. Debes conocer mi casa por las dudas de que te pida algo en horario laboral.
—¿Dirección?— indaga volteando los ojos, aunque él no puede verla.
Luego de que Esteban la deja hablando sola y le envía un mensaje con su ubicación, ella sale de su casa y toma el trasporte público para llegar. Sin embargo, este la deja a trescientos metros de su destino, por lo que empieza a caminar.
Al estar en la puerta, toca el timbre y su jefe le abre con mala cara.
—Media hora tarde.
— Vine en ómnibus.
—¿Qué?— cuestiona sin entender.
—Transporte público. No tengo vehículo propio— avisa.
—Cuando lleguemos a la empresa le firmaré un cheque para que contrate un servicio de transporte privado, solo para su uso.
—Gracias.
—Sígame a la cocina y le diré lo que deseo.
Soledad hace caso, escucha la orden con atención y empieza a realizar el café con unas tostadas, a las que su jefe le pone muchas cosas encima.
Sus minutos transcurren con calma, una demasiado cómoda para ambos. Soledad estaría invadiendo su cocina con naturalidad, como si antiguamente hubiese estado allí y él está en paz al verla ahí, solucionando su desayuno y haciéndole un poco de compañía. Una impuesta por él, disfrazado de trabajo, aunque solamente quiere evadir esa solitaria realidad.