Las animas un lugar de misterio dónde el amor surge sin esperarlo.
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capitulo 7
Leonardo no dejaba de sentirse herido, su propio hermano lo traicionó y que decir de ella, se lo había dado toda incluso abrió su corazón ante ella para que sin ningún remordimiento lo rompiera, ella era la mujer que amaba y así le pago, durante el trayecto no dejo de pensar en todo lo ocurrido, tdl vez el que no encontrará balas en aquella arma y el ver los papeles de aquella hacienda era una señal o tal vez era su abuelo queriéndole decir algo. Al llegar a las animas ya estaba oscuro, el lugar parecía algo tétrico, incluso se podía decir que abandonado, dejo el auto estacionado al frente de la puerta principal los pocos empleados que aún quedaban ahí se preguntaban quién era, pues aunque muy bien sabían que Cayetano no era el patrón creían que jamás se aparecerían ahí después de lo que pasó hacia varios años atrás, Leonardo entro a la hacienda en ella se encontraba una muchacha de servicio un poco regordeta.
—¿Quién es usted y que hace adentro de la casa? — pregunto la muchacha.
—Soy el dueño de todo esto y en este momento quiero que le hables al encargado — dijo Leonardo un tanto irritado.
—El señor Cayetano se va a molestar conmigo — dijo aquella muchacha un tanto insolente, Leonardo había perdido la paciencia en ese momento.
—¡Te he dicho que le hables!
—
En ese instante apareció Cayetano.
—¿Qué hace usted aquí?, ya te dije Miles de veces que no dejes pasar desconocidos — Le pregunto a Leonardo y le regaño aquella muchacha.
—Le recuerdo que usted es solo un empleado y por lo que veo na sabe el lugar que ocupa de esta hacienda, ya veo que ha ocupado los espacios de esta los cuales no me pertenecen —
—¿Quién es usted? — pregunto Cayetano con algo de respeto y temor.
—Soy Leonardo Álvarez, dueño y señor de todo esto y en este preciso momento quiero ver todos los libros de la administración —
Cayetano se puso muy nervioso pues sabía que el joven se daría cuenta de todos sus malos manejos, sin embargo decidió llevarlo al despacho, mostrarle todos aquellos libros y cuando Leonardo estuviera distraído huiria de aquel lugar pues sería muy tonto si se quedará después de todo con lo que había robado podía vivir muy bien, además había comprado también un ranchito muy lejos de ahí, sin embargo sabía que no podía pussr la cantina así que tendría que ir hasta el jacal de Jacinto para llevarse a Janikua.
Por algunas horas Leonardo reviso aquellos libros, Cayetano aún no había encontrado una excusa para salir, Leonardo ll tenía muy bien vigilando, pero cuando Leonardo fue al baño este aprovecho para huir.
Leonardo se había percatado de que los libros no estaban bien y justo cuando iba a confrontar a Cayetano este se había ido, Leonardo le pregunto aquella muchacha que dónde se encontraba pero está le dijo que había salido este fue a buscarlo, pero solo pudo ver cuando esté se subió a una de las camionetas y huyó, la muchacha que iba tras de él le dijo que luz más probable es que fuera a la cantina del pueblo, Leonardo tomo una de las camionetas y fue hasta la cantina, pero no lo encontró ahí, se dirigió hasta la barra donde le pregunto al cantinero dónde podía encontrarlo, este le dijo que todos los días el se aparecía en el mismo lugar.
Cayetano fue hasta el jacal de Jacinto pero ya no lo encontró ni a él, ni a Janikua, sabía que no podía arriesgar al ir a la cantina ya que podían detenerlo así que siguió su camino tal vez en otro ocasión regresaría por ella pues ahora se había vuelto como un capricho.
Jacinto centro con la muchacha arrastrando, todos observaban la escena.
—¿Dónde está el patrón Cayetano? — grito con fuerza.
—Aun no a llegado — grito uno de los jornaleros.
De seguro ya se arrepintió pensó él, espero un por un largo tiempo, Janikua no dejaba de llorar pero eso a su padre no le importaba, Jacinto solo quería deshacerse de la muchacha así que grito:
—¿Quién quiere está bestia?, sabe cocinar y ya que el patrón Cayetano no vino por ella se las vendo, solo quiero $ 5000 pedido por ella —
Jacinto al ver que la muchacha seguía llorando la golpeó, a lo lejos se escuchó:
—Yo compro esa mujer —.