¿Qué serías capaz de hacer por amor?
Cristina enfrenta un dilema que pondrá a prueba los límites de su humanidad: sacrificarse a sí misma para encontrar a la persona que ama, incluso si eso significa convertirse en el mismo diablo.
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La primera vez
De vuelta en casa, seguí pedaleando en la bicicleta. Estaba acostumbrada a entrenar así; después de todo, jugar básquetbol nos obligaba a trabajar constantemente las piernas. Nuestro entrenador siempre insistía en que unas piernas fuertes hacían la diferencia en el juego. Eli, recostada en mi espalda, rompió el silencio con una pregunta directa.
—¿Desde cuándo te gusto? —dijo en un tono serio, poco común en ella.
Sonreí, aún algo agitada por el ejercicio.
—Déjame ver... Creo que cuando tus caderas se ensancharon, tu busto creció y tu cara se perfiló —respondí entre risas, recordando cómo había cambiado con los años.
—¡Jajaja! Entonces solo te gusta mi físico. Sabía que era la más hermosa de la escuela —bromeó, aunque parecía esperando algo más.
Sacudí la cabeza.
—No es solo tu físico. Desde la primera vez que te vi, sentí que debía protegerte. Parecías tan frágil que quería cuidarte. Supongo que tu físico solo fue un extra.
—Ya veo... —respondió en un tono más suave mientras me abrazaba la cintura, recostando su cabeza en mi espalda.
Después de un momento de silencio, no pude contener mi curiosidad.
—¿Y yo? ¿Desde cuándo te gusto?
Eli tardó en responder, como si buscara las palabras adecuadas.
—No lo sé con exactitud. Pero siempre me molestó que Lore coqueteara contigo más que conmigo. Ese sentimiento fue creciendo durante este último año de prepa. Cuando te estiraste aún más y tu cuerpo se volvió atlético, los chicos comenzaron a mirarte. Incluso algunas chicas preguntaban si estabas soltera. No entendía por qué me enojaba, si solo éramos amigas, casi hermanas. Así que decidí investigar.
Fruncí el ceño, intrigada.
—¿Investigar? ¿A qué te refieres?
—Busqué en internet por qué me daban celos cuando otras personas se acercaban a ti. Encontré cosas como obsesión o envidia, pero pensé: "¿Por qué tendría envidia, si a mí también me siguen muchos chicos?". Luego leí que, si tu corazón late rápido y tus manos sudan cuando estás con alguien, puede ser amor. Llegué a la conclusión de que eso era lo que sentía por ti.
Sonreí, divertida pero también enternecida.
—¿Y no dudaste?
—¿Dudar de qué?
—Ya sabes, de que ambas somos chicas.
Eli soltó una carcajada.
—¡Jajaja! Cris, por favor. No estamos en el siglo XVI. Ahora es más común de lo que piensas. ¿A quién le importa a quién ames o lo que te metas a la boca, sea un pene o una vaina?
No pude evitar reírme de su respuesta tan casual, pero aun así sentía algo de inquietud.
—Lo sé, pero... aún me hace pensar.
Eli me miró con curiosidad.
—¿Tienes miedo?
Suspiré antes de responder.
—No sé si sea miedo, pero he escuchado de mujeres que salen con otras mujeres y terminan siendo violentadas, sobre todo en México.
Eli ajustó su abrazo, apretándome ligeramente.
—No te preocupes, Cris. Por eso debes convertirte en una mujer fuerte, con un gran cargo. Así todos te temerán, y podremos estar juntas. ¿Lo harás?
Sonreí ante su entusiasmo.
—Lo intentaré. Seré tan genial como las mujeres que salen en la tele.
Eli rió.
—Serás una mujer intimidante. Ya tienes la altura; solo te falta ser más ruda.
—¡Incluso me tatuaré la cara para parecer toda una chica mala! —bromeé.
—No, no, la cara no. Me arruinarías si lo haces. Me gusta mucho esa cara.
No pude evitar sonrojarme.
—¿Del 1 al 10 cuánto te gusta mi cara?
—Definitivamente un 10,000 —respondió riendo.
—¡Eso es más de un 10! —dije, tratando de desviar mi vergüenza. —¿Qué más investigaste?
Eli, sin cambiar su tono despreocupado, respondió algo que me dejó boquiabierta.
—Porno, también.
—¿Qué? —grité, perdiendo el ritmo de pedaleo por un momento.
—No grites, es normal. Ya estamos por cumplir 18 años. Incluso nos tardamos.
—¿Eli, de qué hablas? —pregunté, nerviosa.
Eli deslizó su mano por mi pierna, haciéndome temblar.
—¿Quisieras probar? —preguntó con un toque de picardía.
Me reí nerviosa mientras intentaba recuperar el control.
—Eli, vas a hacer que pierda el equilibrio.
—No te pongas nerviosa. En algún momento lo haremos. Leí una novela, La sombra del deseo, y aprendí varias cosas interesantes.
—¡Eres una pervertida! —dije entre risas.
La verdad, no me importaría que Eli fuera la primera persona con la que estuviera. Incluso, si fuera la única, sería la mujer más feliz del mundo. ¿Podríamos terminar juntas para siempre, como en las películas? No lo sabía, pero en ese momento no importaba. Era feliz con ella abrazándome, recostada en mi espalda.