El Sacrificio De Meskhenet

No estaba segura qué era, pero la voz de Vlad me retumbo en el corazón durante días; lo que me hacia sentir miserable. Él era el hombre de los sueños de mi amiga, y por lo tanto, el único sobre la tierra que nunca me debía gustar, y mucho menos hacer que mi corazón se acelerara, pero no había podido evitar las cosquillas que recorrieron todo mi cuerpo al escuchar su voz tan cerca de mi oído y sentir su aliento rozar mi piel; decidí culpar de todo a mis hormonas, pero la sensación de ser una repugnante traidora no se fue. Lo peor era no poder decírselo a Meskhenet, eso me hacia sentir una cobarde; primero porqué le causaría un gran dolor, y yo la amaba tanto que prefería arrancarme cada trozo de piel donde el tacto de Vlad tocó el mío, que molestar a mi amiga; y en segundo lugar: ella estaba actuando muy normal, casi me había parecido ordinaria, y eso me asustó, su conducta ante mis ojos cada día se volvía más ajena a lo que solía ser mi amiga, cada día se alejaba más de la Meskhenet que conocía y se asemejaba más a una completa desconocida.

Meskhenet había dejado de ser distraída, ya no parecía estar sumergida en ensoñaciones, y de un día para el otro abandonó esos temas exóticos que solían perturbar a los extraños, para sólo hablar de chismes del espectáculo y tendencias en las redes; y se estaba aplicando mucho en las tareas, en especial con la Hermana Clara; justo la religiosa más estricta, la que actuaba como si el mundo entero estuviera lleno de demonios asechando y únicamente a través de una vida enclaustrada; llena de penitencia y oración constante, se podía estar a salvo y eventualmente llegar a ser digno, ¿de qué?: aún no lo sé; ya que a pesar de asistir a una escuela católica, ni mi tía, ni yo, profesamos ninguna religión o creencia en particular. En general siempre me fueron indiferentes todas esas mujeres entregadas a su búsqueda personal de la santidad y gracia divina, después de todo era su decisión personal, pero ahora que Meskhenet se había vuelto tan cercana a ella, comencé a preguntarme cómo una mujer tan joven podía expresarse como una anciana decepcionada del mundo, y si era una particularidad suya o un requisito laboral.

En unos cuantos días mi mejor amiga, Meskhenet, se había convertido en el modelo de alumna perfecta para la Hermana Clara, y no volvió a mencionar a Vlad. Alejándose de mí de forma sistemática, evitando hablar conmigo al interponer conversaciones superficiales con aquellas compañeras autonombradas “normales”, y yo que no podía evitar sentirme incomoda ante ellas, no sabía cómo librar el obstáculo, además de que tampoco conocía el origen de su cambio tan repentino, para así poder remediarlo. Incluso llegué a temer que la razón de su conducta era que ella estaba enterada de lo que yo sentía con respecto a Vlad; en especial porque si era honesta conmigo misma, era probable que no le fuese difícil saberlo, ya que éramos ese tipo de amigas que parecen poder leerse el pensamiento.

Por lo que cansada de sus desaires y con la firme esperanza de poder salvar mi relación con mi única amiga; decidí enfrentarla a la hora de la salida. Tenía la esperanza de que si era totalmente honesta y si prometía mantener distancia de Vlad, incluso en pensamiento, Meskhenet me perdonaría, había decidido que ese día yo le contaría todo de mi propia boca...

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Esa tarde, cuando esperaba a Meskhenet en la puerta del colegio, noté que al otro lado de la acera se encontraban recargados en la pared, con la actitud más relajada del mundo, a pesar de las constantes miradas de miedo, curiosidad y desaprobación: Messalina y Luzige; vistiendo ropa mucho más sobria que la que usaban el día que los conocí, aunque todavía eran visibles los piercings del rostro y de otras áreas que alcanzaban a asomar, así como muchos de sus tatuajes, por lo que para las buenas y moralinas personas que componían la población estudiantil, sin mencionar los padres preocupados que acudían por sus retoños en ese momento, no dejaban de ser inquietantes, y una probable amenaza a sus superficiales escalas de valores .

Verlos me hizo sentir una mezcla de alivio y alegría, ya que debido a todo lo que ocurría a mi alrededor, incluso había llegado a pensar que todo lo ocurrido en aquel salón de tatuajes era producto de mi imaginación, por lo que, sin pensar en cómo es que ellos habían llegado a ese lugar, o los motivos por los que estaban ahí, me apresuré a llegar a su encuentro y los saludé de forma tan natural como si los conociera de siempre, por lo que llamamos aún más la atención de todos los que aguardaban curiosos, me alegró tanto el gesto duro de Luzige, que aterraba a todas mis compañeras y sus padres, y Messalina me pareció tan llena de un encanto misterioso y un trato afable que sentí que ya éramos amigas.

—¡Hola!— saludé con entusiasmo —¿Ha pasado algo?, no esperaba verlos por aquí— pregunté con una mezcla de sorpresa y gratitud; al instante Luzige giró su cabeza en señal de haber sido ofendido, lo que me causo decepción y culpa, al no ser capaz de expresarme de forma correcta, y continuar cometiendo errores, al igual que todos los prejuiciosos que en ese momento nos rodeaban, claro dejando una distancia prudente, como si la pareja tuviera una enfermedad contagiosa, o en cualquier momento fueran a atacar a alguien, pero: ¿qué me sorprendía si yo en un inicio no había sido mucho mejor?

Aún así Luzige resultaba mejor, a pesar de su apariencia dura, e incluso a momentos atemorizante, él era bastante directo, e incluso sin decir una palabra parecía poder comunicarte todo: “si yo no quería verlos, él tampoco”, eso decían su expresión y su actitud, y él estaba en su justo derecho, en especial en un ambiente tan hostil como en el que nos encontrábamos en ese momento, así que me apresuré a aclarar la situación.

—Pero me da mucho gusto verlos, de verdad, sólo me han sorprendido porque ustedes nunca antes habían venido, por favor no te molestes...

—¡Lo sabía!— gritó en el acto Messalina, ganándose que las miradas se cargaran de miedo y expectación, y que descaradamente ya no se apartaran de nosotros, pero eso no pareció importarle y señalando a Luzige continuó —¡Te dije que no era una señorita estirada o grosera, y que le daría gusto vernos!

Ante mi sorpresa, y el terror de muchos de los presentes, Luzige rio en sonoras carcajadas, era un sonido grave y estrepitoso, que me pareció lleno de familiaridad, a pesar de ser tan impactante como los truenos, me fascinó ver a un hombre tan intimidante ser tan espontaneo, por lo que, después de muchos días de angustia, por fin pude soltar todo y sonreír de verdad.

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Y mientras estaba sumergida en ese pequeño oasis de dicha en el que por un segundo me dejé de sentir tan sola, un grito estridente me regresó a mi actual realidad —¡Aléjate de ese demonio de inmediato Iselda!— se oyó entre la multitud.