Grace Pons trabajaba en una casa de citas hasta que escapó de esa vida llena de peligros y vergüenza, para acabar dando su consentimiento a un matrimonio de conveniencia. Sin embargo, no viviría mucho tiempo como una mujer respetable si no conseguía mantener su pasado y su corazón bajo siete llaves.
El amor era lo menos importamte en el matrimonio para un hombre que había empezado de cero, y tenía aspiraciones políticas. Bruno Valverde necesitaba una esposa adecuada para garantizar su elección y darle una madre a sus hijos.
Aún así, el deseo hacia su bella esposa comenzó a ser irresistible, hasta que los secretos de su pasado empezaron a descubrirse...
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La boda de Grace Pons.
No, contestó Grace. Y menos que nos casaríamos con ciudadanos destacados y que podríamos pasear por la ciudad sin que se burlaran de nosotras. Esta mañana, cuando iba a tu ceremonia, me saludaron educadamente como media docena de veces.
Tenemos regalos de boda, comentó Celeste en un tono extasiado mientras abotonaba el vestido de Grace y le cerraba el Collar de perlas. Colchas, platos y cosas así. Franco tiene familia por los alrededores, ¿los has visto en el juzgado?
Grace se dio la vuelta para mirarla con la esperanza de que Franco González fuese el hombre que había descrito Bruno.
Acudirás a mí si él es... desagradable, ¿verdad? Tengo algo de dinero y puedo pagarte un hotel o un billete de autobús.
Sí, pero no te preocupes. Franco es un buen hombre, Grace, su sonrisa vaciló. Todas estamos haciendo lo que teníamos que hacer, pero también podríamos aprovecharlo al máximo. Cuando haya pasado esta noche, podré ocuparme de todo lo demás.
¿Qué quieres decir?, le pregunto Grace.
La primera vez deberíamos ser unas inocentes vírgenes.
Ah, es verdad.
Ella también había pensado en la noche que se avecinaba, pero no le había dado muchas vueltas.
Grita un poco, le aconsejo Celeste, y no parezcas ansiosa. Ahora somos unas buenas chicas.
Lo recordaré.
¿Por qué crees que Kenia está reservándose?, le preguntó Celeste para cambiar de tema.
No le hizo gracia que Bruno me pidiera que me casara con él. Eso fue evidente.
Tu hombre es uno de los más ricos de la zona. Seguramente le costó digerirlo.
A Grace le gustó que se refiriera a Bruno como "su hombre".
Como Kenia no pudo conseguirlo, seguramente quiera quedarse con el siguiente más rico. Me alegro de que el mío sea amable. No voy a tener que preocuparme de cocinar o limpiar o ayudar con las tareas del rancho mientras a Franco no se le agrie el carácter...
Grace miró el reloj y empujó a Celeste hacia la puerta. Franco estaba esperando en el vestíbulo del hotel con el sombrero de la mano.
El señor Valverde le ha mandado a un coche, le dijo él señalando hacia la puerta, incluso, nos ha invitado a la recepción.
Efectivamente, un coche negro estaba esperando en la calle. El coche estaba perfectamente bien adornado con flores blancas y tenía muchas latas colgando de atrás.
Hay sitio para los tres, comentó Grace.
Las tres únicas bodas a las que había ido en su vida se habían celebrado el mismo día y nunca había pensado haber asistido a ninguna de ellas, sobre todo, a la suya. Quería morderte las uñas mientras los tres recorría en la ciudad, pero dominó los nervios cuando Franco le ayudó a bajarse y acompañó a las dos mujeres hasta la puerta.
Una vez dentro, la luz del atardecer entraba por las vidrieras e iluminaba representaciones de Cristo en distintas escenas. Una de ellas, en un jardín, proyectaba una sombra verde hacia hasta los pies de Bruno, que estaba al final del pasillo. Tres niños, vestidos con sus mejores galas y colocados por orden de estatura, alargaron el cuello para ver cómo se acercaba Grace. Ella sonrió vacilantemente a los tres. Estaba feliz y sentía un vacío en el estómago a la vez. Era el mejor día de su vida, pero no sabía nada de niños... ni de ser una esposa.
Bruno, muy elegante, llevaba unos pantalones negros con rayas grises, una chaqueta también negra y una camisa blanca inmaculada con una pajarita también blanca. Al verlo así, la realidad se hizo patente. Estaba entregándose a ese hombre increíblemente apuesto y que era un desconocido. Él, en cambio, estaba uniéndose, con sus hijos, a una mujer de la que no sabía nada y, aún así, la aceptaba.
Grace iba a hacer todo lo posible para estar a la altura de sus expectativas y su confianza, iba a entregarse de corazón para que él la quisiera y el matrimonio saliera bien. Ese acto iba a salvarla de una vida de esclavitud y de un porvenir desolador. Él nunca se arrepentiría de haberla tomado como esposa, iba a conseguir que fuese un hombre feliz.
Cuando vio su nueva casa, Grace se quedó sin aliento. En la penumbra vislumbró una casa enorme con tres pisos entre robles enormes y rodeada de césped. Detrás, y a un costado, estaba la cochera con unos faroles encendidos en las dos esquinas.
Una enorme fuente adonaba el jardín a la entrada de la casa. Bruno ayudó a Grace y a los niños para que se bajaran y un hombre curtido acudió para llevarse el coche.
Las ventanas del piso inferior estaban iluminadas. Algunos coches habían llegado antes y, al parecer, sus ocupantes ya estaban dentro. Una mujer, que Bruno le había presentado como Carla Ruiz, tomó al pequeño Paquito de la mano cuando se acercaron a la casa. La mujer, baja y afable, era unos 20 años mayor que ella. El niño de 3 años no dejaba de mirar a Grace con curiosidad, pero apretaba la mirada cuando ella le sonreía.
Betty, de 4 años, observaba a Grace en silencio.
Durante el paseo en coche había mirado fijamente el pequeño bolso que llevaba. Tenía dos trenzas rubias que fueron rebotando contra el vestido cuando echó a correr hacia la puerta de la casa.
Chris, el hijo mayor de Bruno, tenía una expresión seria, pero se adelantó para abrir la puerta a Grace.
Esta es nuestra casa, le comunicó con solemnidad.
Su cabello era más moreno que el de sus hermanos y lo llevaba peinado con una raya impecable. Una vez dentro, la miró y ella pudo comprobar que tenía los ojos color avellana con unas pestañas largas y muy negras.
Gracias, Chris.
Él se sonrojó y miró hacia otro lado. Se acercó una mujer con un vestido negro y delantal blanco, que se hizo cargo de los sombreros y prendas de abrigo. Grace solo llevaba una cinta de encaje veneciano y una peineta de nácar y se la dejó puesta. Estaban en el recibidor iluminado por una lámpara de techo enorme, y se oían las voces y la música que salían de una puerta abierta a la derecha.
Papá, ¿podemos quedarnos a la fiesta?, preguntó Chris.
Claro que sí, contestó Bruno, es una noche especial. Les doy una hora para que saluden a los invitados y coman algo. Luego, la señora Ruiz los acostará y yo iré a arroparlos.
El rostro de Chris se iluminó con una sonrisa que desveló dos hoyuelos encantadores de las mejillas. Paquito extendió los brazos hacia su padre y él lo tomó en brazos.
Me imagino que estarás un poco aturdido por todo el día de hoy, ¿verdad?
El niño apoyó la cabeza en el hombro de Bruno quien le dio unas palmadas en la espalda y posó su cabeza sobre la de su hijo. Grace observó la escena con interés. Era la primera vez que veía una escena así. Nunca había visto a un hombre relacionarse con sus hijos y sintió una triste añoranza.
EXPLÍCAME POR FAVOR AUTORA.
¿QUE PASÓ CON EL VIERNES Y EL SÁBADO, Y COMO LLEGARON A LA NOCHE DEL SÁBADO?