Sinopsis de Destrúyeme
Lucas Santori es un hombre marcado por el odio, moldeado por un pasado donde el dolor y la traición fueron sus únicos compañeros. Valeria Montalbán, una mujer igual de rota, encuentra en él un reflejo de su propia oscuridad. Unidos por una atracción enfermiza, su relación se convierte en un campo de batalla entre el amor y el deseo de destrucción. Juntos, navegan por un abismo de crímenes, secretos y obsesiones, donde la línea entre víctima y verdugo se desdibuja. En su mundo, amar significa destruir y ser destruido.
NovelToon tiene autorización de DayMarJ para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
CAPITULO 4
...Lucas...
El pequeño encuentro con la niñita mimada me deja con una jaqueca que drena por completo mi energía. Me dejo caer en la silla de cuero de mi oficina, cerrando los ojos por un instante mientras el eco de la pelea aún retumba en mi cabeza. Golpear a ese viejo miserable fue más placentero de lo que debería admitir.
¿Defenderla a ella? La idea me arranca una sonrisa ladeada. No, no fue por ella. Fue la pura sed de sangre, el impulso incontrolable de hacer pagar a un imbécil que se creyó con derecho a imponerse. Desde el salón lo noté, esa mirada de víbora buscando a quién morder. Solo necesitaba una excusa. Y ella, con su actitud desafiante, se la sirvió en bandeja de plata.
Arrogante, con un hijo enfermo y pudriéndose en la cárcel. Un magnate con delirios de todopoderoso que creyó que el mundo se arrodillaría ante su voluntad. Justo el tipo de hombre al que disfruto destruyendo. Me encanta ese instante en el que se dan cuenta de que el control ya no les pertenece, cuando la certeza de su poder se transforma en puro pánico. No hay nada más placentero que ver cómo la desesperación se apodera de sus ojos justo antes de que deje de importar. Porque cuando cruzan mi camino, solo hay un final posible: la muerte.
Mi pensamiento vuelve a viajar hasta la chica escuálida, la que se atrevió a enfrentarme sin titubear. Es buena… no lo niego, pero no lo suficiente. Su actitud desafiante apenas ocultaba lo evidente: estaba desesperada. La urgencia con la que quería ese cheque no pasó desapercibida para mí. ¿Acaso su familia perfecta la dejó a su suerte? ¿Su papi y mami decidieron que ya no valía la pena seguir malcriando a su niñita caprichosa?
Sonrío para mí mismo. Pobrecita. No sabe que, cuando necesitas algo de mí, tarde o temprano terminas pagando el precio.
Mis dedos se mueven por sí solos, tecleando su nombre en mi laptop. La necesidad de control, de saberlo todo, es un instinto que no puedo ignorar. No dejo cabos sueltos, no permito que nada se me escape. Y ella… ella ya despertó mi interés.
Cuando toda la información se despliega ante mis ojos, me doy cuenta de que estaba completamente equivocado sobre ella. No es la hija de adinerados que imaginé. Todo lo contrario. Es la primogénita de un hogar deshecho, con las finanzas hechas trizas. Padre fallecido, una madre que no vale para nada y tres hermanas que apenas están terminando la primaria. La vida no ha sido fácil para la Montalbán. Y eso… eso cambia las cosas.
Yo pensaba que su arrogancia y repelencia eran producto de haberlo tenido todo, pero en realidad, no es más que un instinto de supervivencia. El mismo que todos desarrollamos cuando la vida nos golpea sin descanso.
Me pregunto… ¿qué tanto tuvo que vivir para forjar esa personalidad? ¿Cuánto dolor y cuántas cicatrices esconde detrás de su actitud desafiante?
Un enigma se dibuja en la chica altanera con la que tuve la desgracia de cruzarme hoy. Puede haber sufrido demasiado, puede haber luchado contra el mundo entero… pero eso no cambia nada. Jamás perdono la arrogancia. Y mucho menos a quien cree que puede ser superior a mí.
Le haré pagar lo que ha hecho de la única manera en que sé hacerlo. Manejando los hilos con precisión, manipulando cada pieza hasta que no le quede más opción que regresar… sumisa, con la cabeza gacha y la cola entre las piernas, como una perrita bien entrenada.
Anulo el cheque que tanto ansiaba y me recuesto en mi silla, disfrutando de la espera. Tarde o temprano vendrá a buscarme, y cuando lo haga, quiero verla tragarse su orgullo. Si es tan osada y testaruda como me demostró hoy, no le costará demasiado arrastrarse hasta mi puerta.
Las horas pasan y, entre el papeleo, el aburrimiento comienza a carcomerme. Necesito entretenimiento, algo que despierte mi interés… de lo contrario, voy a volverme loco.
Mi secretaria entra a la oficina con más papeleo, casi al mismo tiempo que mi asesor financiero. Apenas cruzan la puerta, una idea perversa inunda mi mente. Una que no estoy dispuesto a pasar por alto.
—¿Qué novedades tengo? —pregunto con fingido desinterés, echándome hacia atrás en la silla.
Mi asesor comienza a hablar, pero mi atención está en otra cosa. En la pequeña trampa que he tendido y en cuánto tiempo tardará en darme el espectáculo que quiero.
—Cierra la puerta —ordeno con calma, entrelazando los dedos sobre el escritorio.
Mi asesor me mira con desconcierto, pero obedece. Mi secretaria también parece confundida, aunque no se atreve a preguntar.
—¿Necesita algo, señor? —inquiere mi lamebotas favorito, con ese tono servil que tanto me divierte.
—Sí. —Me dejo caer en el sofá de cuero negro frente al televisor y cruzo una pierna sobre la otra, observándolo con diversión—. Quiero que te la folles.
Señalo a mi secretaria con un leve movimiento de la mano. Ella se cubre instintivamente, como si de repente la decencia le importara. Hipócrita. Sabe tan bien como yo que, si le hubiera dado la orden, ya estaría despatarrada sobre mi escritorio sin dudarlo.
-Lo siento señor pero yo no....
—¿No eres ese tipo de mujer? —la interrumpo con fingida sorpresa, inclinándome ligeramente hacia adelante—. ¿Crees que no conozco tu historial? ¿Quieres que repita en voz alta el apodo que tenías en la universidad?
Su rostro palidece al instante.
—No... —su voz es apenas un susurro.
Suelto una carcajada sonora, disfrutando de la tensión en la habitación.
La "rompe p0llas" sabe perfectamente lo que le conviene.
-Señor lo siento usted sabe que yo soy casado. Yo jamás traicionaría a mi esposa- lo observo con diversión al ver lo patético que puede llegar a ser alguien como él.
—¿Y ella piensa lo mismo? —pregunto, rodando los ojos con aburrimiento—. A veces la ignorancia es un regalo, ¿no crees?
Él se queda en silencio, confundido, pero yo no tengo paciencia para su estupidez.
—¿Sabes que se ha follado a todos tus hermanos?
Su rostro se descompone al instante.
—¿Usted cómo lo…?
Suelto una risa baja, disfrutando del caos que acabo de sembrar.
—Entonces lo sabías —digo con una sonrisa torcida, negando con la cabeza. No me sorprende que siga con ella. Es un maldito pelele.
Él aprieta los puños, su mirada oscila entre la indignación y la duda. Mi secretaria, en cambio, se muerde el labio, esperando el desenlace.
—Hagamos algo —propongo, recostándome cómodamente en el sofá—. Ustedes me entretienen a mí, y yo deposito cincuenta mil en la cuenta de cada uno.
La oferta se queda flotando en el aire.
—Les doy mi palabra —añado con tono despreocupado—, esto quedará entre nosotros.
Ambos parecen dudarlo por un segundo, pero conozco demasiado bien la maldita obsesión del ser humano por aparentar dignidad y honor. Es solo teatro.
Al final, terminarán cediendo. Siempre lo hacen.
Y yo tendré mi espectáculo privado, mi propia película porno en vivo, hecha a la medida de mi entretenimiento.
Después de unos segundos, los veo rendirse al instinto más primitivo, dejándose llevar por el manoseo sin importarles que yo esté ahí, observando.
Sonrío, satisfecho. Al final, todo tiene un precio. No hay nada que el dinero no pueda comprar.
Valeria está incluida en esa lista.
Ella y su maldita lengua de perra rabiosa.
-Penétrala por detrás-el sigue lo que se le pide, y aunque es una imposición, ambos lo están haciendo con una comodidad inesperada.
Los gemidos de ella despiertan mi instinto, y en ese momento, su boca se convierte en algo que puedo usar como quiera. La veo allí, a mi disposición, y no tengo más que el deseo de aprovecharme de ella, de hacerla un objeto de mi voluntad. Sus nalgas continúan rebotando debido a las estocadas de mi asesor y mi miembro busca su boca clavándome sin titubear. No hay espacio para delicadeza. Por eso cuando veo que lo hace sutilmente le palmeo el rostro.
-Tragatelo entero, maldita zorra- dicho esto empujo lo más posible y su arcada me produce un increíble placer.
Toda la oficina se sume en gemidos placenteros. Agradezco nos encontremos en la cima del edificio sin ninguna otra oficina alrededor. No puedo contenerme, y detesto no poder escuchar esas melodias que son el mayor placer que jamás podría experimentar. Los gritos, los susurros, los gritos, el llanto... El sonido siempre ha sido mi mayor debilidad, mi tentación más fuerte.
Después de que el momento llega a su fin, cada uno regresa a su hogar, con los bolsillos llenos de dinero y un recuerdo placentero marcado por la intensa experiencia.
Ya pasan de las diez cuando llego a casa, quito el saco de forma casi indiferente. Me doy una ducha rápida, como si no tuviera otra cosa que hacer, cuando el timbre de la puerta suena, irrumpiendo en mi tranquilidad. Me quedo unos segundos en silencio, como si el mundo fuera a esperar, antes de abrir la puerta. Cuando lo hago ahí está ella...Valeria. Como si no hubiera otra cosa mejor que hacer que aparecer a esta hora. Aunque trato de mostrarme impasible, no puedo evitar una leve sonrisa que se asoma, casi divertido por la sorpresa que me causa verla.
Con su postura relajada y una ropa casual, se presenta ante mí como si no tuviera que dar explicaciones. Su cabello rubio corto, algo desordenado, le da un aire desinteresado. Su rostro, libre de maquillaje, sigue siendo llamativo, como si no necesitara nada para destacar. El labio roto, la expresión indiferente, todo en ella grita que nada en el mundo le preocupa. Pero yo sé por qué está aquí, sé exactamente lo que viene a buscar, y no hay nada que me complazca más que estar tan seguro de ello.
—¿Tan desesperado estabas porque viniera a buscarte que tuviste que anular el maldito cheque?
Su voz es una prueba irrefutable de su enojo, aunque su rostro permanezca impasible, como si nada le afectara. Es una contradicción que me provoca una sonrisa sutil. Creo que, al fin, ha comenzado la diversión para mí.