Diana Johnson, una mujer exitosa pero marcada por la traición, muere a los 36 años tras ser envenenada lentamente por su esposo, Rogelio Smith, un hombre frío y calculador que solo la utilizó para traer de vuelta a su verdadero amor, Maribel Miller. Sin embargo, el destino le da una segunda oportunidad: reencarna en el cuerpo de Mara Brown, una joven de 20 años sin hogar, desamparada pero con una belleza natural escondida tras la suciedad y la miseria. Con todos los recuerdos, habilidades y contactos de su vida pasada, Diana (ahora Mara) planea retomar lo que le arrebataron y vengarse de quienes la traicionaron.
Pero en su camino de venganza, conoce a Andrés García, un seductor mujeriego que parece tener más capas de las que muestra. ¿Será Mara capaz de abrir su corazón al amor otra vez, o la herida de su traición pasada será demasiado profunda?
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Vida de Andrés.
Andrés García encendió un cigarro mientras se apoyaba en la baranda de su balcón. La vista de la ciudad iluminada en la noche solía relajarlo, pero esta vez no funcionaba. Una sombra de amargura cruzó por su rostro mientras pensaba en su vida, en cómo había llegado a convertirse en el hombre que era ahora: un mujeriego empedernido que nunca dejaba que nadie se acercara demasiado a su corazón.
Todo comenzó hace cinco años, con Polet Anderson. Ella había sido la mujer que pensó amar para siempre. Era hermosa, encantadora y tenía una sonrisa que iluminaba cualquier habitación. Habían construido una vida juntos, o eso pensaba él. Andrés se entregó por completo, no solo como esposo, sino como el hombre que estaba dispuesto a dar todo para hacerla feliz.
Pero Polet lo traicionó.
La descubrió una noche en brazos de su mejor amigo. El dolor fue tan profundo que Andrés sintió cómo algo dentro de él se rompía irreparablemente. Su confianza, su fe en el amor y su creencia en la lealtad desaparecieron en ese momento. No hubo gritos ni confrontaciones. Solo se fue. Polet intentó explicarse, pero Andrés no quiso escuchar. El daño ya estaba hecho.
Desde entonces, decidió que nunca volvería a amar.
Al principio, todo era una simple distracción: coquetear con mujeres, disfrutar de su compañía y luego dejarlas antes de que pudieran acercarse demasiado. Andrés descubrió que tenía un talento natural para conquistar. Con el tiempo, esto dejó de ser una distracción y se convirtió en un estilo de vida.
Cada noche, una nueva mujer. Cada encuentro, superficial y sin ataduras. Las relaciones no significaban nada para él más allá del placer momentáneo. Sus amigos lo aplaudían, envidiaban su carisma y su facilidad para atraer a cualquier mujer que quisiera. Pero Andrés sabía la verdad: detrás de cada sonrisa y cada conquista, había un vacío que no podía llenar.
Sin embargo, había una regla que seguía al pie de la letra: nunca repetir con la misma mujer. No quería crear lazos ni dar espacio a que alguien pensara que podía tener algo más con él. Para Andrés, era una cuestión de supervivencia emocional.
Todo cambió cuando conoció a Mara. La primera vez que la vio, no pudo evitar notar su belleza, incluso detrás de la ropa sencilla que usaba. Había algo en ella, una mezcla de fragilidad y fuerza que lo intrigaba. Se acercó con la misma actitud despreocupada de siempre, seguro de que ella sería como cualquier otra. Pero pronto descubrió que estaba equivocado.
Mara no era como las demás mujeres que había conocido. No se deslumbraba por sus cumplidos, no se reía de sus bromas fáciles y, lo más sorprendente, no caía en su juego. Cada vez que intentaba acercarse, ella levantaba una barrera invisible, como si estuviera protegiéndose de algo más grande que él.
Esto despertó algo en Andrés que hacía mucho tiempo no sentía: curiosidad verdadera.
No podía entender por qué Mara no respondía a su coqueteo. ¿Era porque no le interesaba? ¿O había algo más detrás de esa mirada seria que a veces parecía esconder una historia compleja?
Con el tiempo, Andrés comenzó a verla de manera diferente. No era solo un desafío para conquistar; había algo en ella que lo hacía querer conocerla más. Le intrigaba la forma en que hablaba con tanta pasión sobre sus metas, la intensidad con la que estudiaba, y ese aire misterioso que siempre parecía rodearla.
Pero también estaba frustrado. Mara era la primera mujer en años que lo hacía sentir vulnerable. No sabía cómo manejarlo. Había construido una vida basada en el desapego emocional, y ahora, por primera vez, sentía que alguien tenía el poder de derribar esa barrera.
"¿Qué tiene esta mujer?", pensaba una y otra vez mientras recordaba la última vez que la vio. Su sonrisa era escasa, pero cuando aparecía, iluminaba todo.
Andrés sabía que Mara no era como las demás, y eso lo aterraba tanto como lo emocionaba. Quería conquistarla, llevarla a su cama como había hecho con tantas otras. Pero en el fondo, sabía que Mara no sería una más. Con ella, era todo o nada.
Mientras pensaba en ella, Andrés no podía evitar reflexionar sobre sí mismo. Había pasado tanto tiempo huyendo del amor que ya no estaba seguro de si sabría qué hacer si Mara decidiera abrirse a él.
Por un lado, deseaba que ella cayera en su juego, que se rindiera ante su encanto como todas las demás. Pero por otro, temía que si eso sucedía, él no sabría cómo manejar lo que vendría después.
Porque Mara no era como las demás. Y Andrés comenzaba a darse cuenta de que, tal vez, él tampoco era el mismo hombre cuando estaba cerca de ella.
Andrés apagó el cigarro y se dirigió al espejo. Observó su propio reflejo, como si intentara encontrar una respuesta en esos ojos que tantas mujeres habían elogiado.
—No voy a rendirme murmuró, decidido.
Sabía que conquistar a Mara no sería fácil, pero estaba dispuesto a intentarlo. Por primera vez en años, alguien lo hacía sentir vivo.
Lo que no sabía era que Mara también llevaba consigo cicatrices profundas. Y que, aunque parecía distante, cada acción suya estaba calculada para mantenerlo a él y a todos los demás a distancia. Porque para Mara, el amor no era una opción. Solo la venganza importaba.
Andrés no lo sabía, pero la batalla más importante de su vida no sería conquistar a Mara. Sería demostrarle que, a pesar de todo lo que habían sufrido, el amor aún podía redimirlos.