Cruel Verdad

Los días siguientes transcurrieron en una rutina que Mathew encontraba extrañamente reconfortante. Las interacciones con Alec se volvieron más frecuentes: mensajes de texto por la mañana, llamadas breves durante el almuerzo y encuentros esporádicos por las tardes. Alec parecía interesado en conocer cada detalle de la vida de Mathew, desde sus proyectos laborales hasta sus pasatiempos más triviales. Mathew, aunque aún cauteloso, comenzó a bajar la guardia, permitiéndose disfrutar de la atención que Alec le brindaba.

Una tarde, mientras Mathew trabajaba en un diseño para un cliente, su teléfono vibró con una llamada entrante. Era Alec.

“Hola, Alec. ¿Cómo estás?”

“¡Mathew! Estoy bien, gracias. Oye, ¿qué planes tienes para esta noche?”

Mathew miró el reloj. Eran las 5 p.m., y no tenía nada planeado.

“En realidad, nada en particular. ¿Por qué?”

“Genial. Pensé que podríamos ir a un concierto. Tengo dos entradas para una banda que te va a encantar. ¿Te animas?”

La propuesta era tentadora. Mathew había mencionado en una conversación anterior su amor por la música en vivo, y la idea de compartir esa experiencia con Alec le resultaba atractiva.

“Claro, suena genial. ¿A qué hora y dónde nos encontramos?”

“Te paso a buscar a las 7. El concierto es a las 8. ¿Te parece bien?”

“Perfecto. Nos vemos entonces.”

A las 7 en punto, Alec llegó al departamento de Mathew. Llevaba una chaqueta de cuero y una sonrisa que iluminaba su rostro.

“Listo para una noche increíble, Mathew.”

El trayecto al lugar del concierto estuvo lleno de risas y conversaciones ligeras. Alec compartió anécdotas de sus giras y experiencias en la industria musical, mientras Mathew escuchaba con interés, sintiéndose cada vez más cómodo en su compañía.

Al llegar al recinto, la energía del lugar era palpable. Las luces, el murmullo de la multitud y la anticipación en el aire creaban una atmósfera electrizante. Alec guió a Mathew hacia sus asientos, ubicados en una zona privilegiada con una vista perfecta del escenario.

“¿Qué te parece? No está mal, ¿verdad?” dijo Alec, guiñándole un ojo.

“Es increíble, Alec. Gracias por invitarme.”

El concierto comenzó, y la música envolvió a Mathew, transportándolo a un estado de euforia. Sin embargo, a mitad del espectáculo, notó que Alec recibía constantes mensajes en su teléfono. Cada vez que la pantalla se iluminaba, Alec fruncía el ceño y respondía rápidamente, para luego guardar el dispositivo con una expresión tensa.

“¿Todo bien?” preguntó Mathew, intentando que su voz se escuchara por encima de la música.

“Sí, todo bien. Solo asuntos de trabajo. No te preocupes.”

Aunque Alec intentó restarle importancia, Mathew no pudo evitar sentir una punzada de inquietud. La actitud de Alec había cambiado, y una sombra de preocupación parecía oscurecer su semblante.

Al finalizar el concierto, mientras salían del recinto, Alec recibió una llamada. Se disculpó con Mathew y se alejó unos pasos para atenderla. Desde la distancia, Mathew observó cómo Alec gesticulaba con frustración, su voz elevándose en ocasiones, aunque las palabras eran inaudibles.

Cuando regresó, Alec intentó sonreír, pero la tensión era evidente.

“Lo siento, Mathew. Surgió algo inesperado. Tengo que irme ahora mismo. ¿Te importa si te dejo en casa?”

Mathew, aunque decepcionado, asintió.

“Claro, no hay problema. Espero que todo esté bien.”

“Sí, solo un contratiempo. Te llamo mañana, ¿de acuerdo?”

El trayecto de regreso fue silencioso, una marcada diferencia con la animada conversación de antes. Al llegar al departamento de Mathew, Alec se despidió apresuradamente y se marchó.

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Mathew no pudo evitar preguntarse qué había sucedido. Las primeras grietas en la fachada perfecta de Alec comenzaban a aparecer, y una sensación de incertidumbre se instaló en su mente. Aunque intentó convencerse de que solo era un asunto laboral, una voz en su interior le decía que había más de lo que Alec le estaba mostrando.

Y así, mientras las sombras de la noche envolvían su habitación, Mathew se quedó despierto, contemplando el techo, con la inquietante sensación de que algo oscuro se cernía en el horizonte.