Isabell Janssen es una hermosa mujer de 24 años, hija de una importante familia en Nashville y esposa del director de Multinational Bank DN, ha preparado todo para celebrar su aniversario de bodas y darle a su esposo el mejor regalo. Pero su esposo tenía otros planes, dos cuerpos semidesnudos en el sofá, es lo que Isabell encontró cuando se apresuró a buscarlo en su oficina. ‘A veces el amor dura y otras veces en cambio, duele mucho’, ella creyó tenerlo todo, pero esa misma noche lo perdió; se enfrentó a los recuerdos que la aprisionaban en la tristeza y frustración para poder levantarse y darse una nueva oportunidad.
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Capítulo 4. Llora todo el tiempo que quieras.
Capítulo 4. Llora todo el tiempo que quieras.
Isabell Janssen es una hermosa mujer de veinticuatro años originaria de Nashville, EE. UU, cabello color castaño, ojos color aceituna y una hermosa figura. Era la menor de tres hijos de la familia Janssen, dueños de JS Enterprises, una empresa petrolera con presencia en más de veinte países, poseedora de importantes yacimientos petroleros y dedicada a la explotación, elaboración y venta de combustibles, de productos químicos y productos derivados del petróleo, donde trabaja en el área de Energía e Innovación.
Desde que se casó con Joseph, decidieron esperar y planificar su familia, ella era muy joven entonces, además, el trabajo y otros compromisos siempre atrasaba sus planes. Pero pronto comenzaron a intentarlo, había un fuerte deseo en su corazón de convertirse en padres, pero le detectaron endometriosis y miomatosis en su útero, se sometió a tratamiento y una cirugía para retirar el tejido endometrial que cubría sus órganos reproductores; tuvieron que esperar un año para volver a intentarlo.
Con intenso dolor tuvieron que decirle adiós a su primer bebé, fue difícil para los dos, recuperarse de tal perdida les tomó un poco más de tiempo, intentaron diferentes métodos, pero ninguno dio resultado. Desistieron de volver a intentarlo, estaban cansados física y mentalmente, el miedo se apoderó de ellos, temían ilusionarse de nuevo y que la historia se repitiera, la adopción pasó por la mente de Isabell, pero Joseph siempre rechazó esa idea. Este embarazo la tomó por sorpresa, estaba tan feliz cuando lo descubrió, ansiaba poder decirle a Joseph, pero contuvo sus ganas y esperó hasta su aniversario para darle la noticia.
Esa noche, cuando tomó las llaves de su camioneta y se puso en marcha en busca de su esposo, desesperada por darle esa gran sorpresa que había preparado para él, no esperó terminar en la clínica, siendo intervenida de emergencia para practicarle un legrado. Ahora sus probabilidades de volver a embarazarse eran mínimas.
Isabell se mantuvo encerrada en su habitación dando todo tipo de excusas para no tener que hablar con sus padres respecto a lo que pasó con Joseph en la clínica. Por la noche, cansada de estar acostada, se puso de pie y se sentó afuera del balcón de la habitación. Todo lucia tranquilo, vio a un par de gatos correteando por el jardín, reposó la cabeza sobre el respaldo de la silla, luchaba una batalla interna sobre lo que debía hacer. Sus ojos están hinchados, no ha parado de llorar, recuerda con pesar el pasado.
Los días parecen avanzar lentamente, cada mañana se levanta desganada, se mantiene encerrada, duerme por las tardes y el insomnio se apodera de su sueño por las noches. Ha pasado una semana desde que salió de la clínica, la primera semana de noches que parecen interminables, donde los pensamientos más dolorosos sacan a flote sus emociones.
Se culpa a sí misma por lo que le ha pasado, llora sin parar y se mantiene aislada de su familia y amigos, no ha sabido nada sobre Joseph desde que lo vio por última vez en la clínica. Ha recuperado su teléfono móvil, desahoga su frustración y enojo escribiendo largos mensajes de texto en su celular, todos dirigidos a Joseph, al final, todos son borrados antes de poder enviarlos.
Sus padres están preocupados, verla en ese estado devastado, con su cambiante estado de humor era extremadamente difícil para ellos, sabían que era su duelo, tan solo pensar en lo que ella estaba sufriendo con la pérdida de un segundo bebé que deseó por tanto tiempo les encogía el corazón, la escuchaban cuando ella solo quería hablar, la acompañaban en silencio cuando solo necesitaban hacerle saber que no estaba sola, el proceso de aceptación y recuperación le tomaría mucho más tiempo del que querían. Han presenciado su estado depresivo, su falta de sueño, de apetito, han insistido para que acepte ayuda de un terapeuta, pero hasta ahora continúa negándose a ver a alguien más con quien no esté familiarizada.
Son las seis de la tarde, su padre ha regresado a casa, entrega su maletín al ama de llaves y saluda con un beso en la mejilla a su esposa, quien está en la sala leyendo un libro.
- ¿Cómo está? – Pregunta\, la señora Elizabeth sabe que se refiere a Isabell.
- Sigue negándose a salir de la habitación\, apenas y probó bocado.
- Iré a verla. – Dijo el señor Bruce.
Isabell está sentada frente al ventanal de la habitación, mantiene la mirada fija en el cristal ignorando el sonido de la puerta al abrirse.
- ¡Hola\, cariño! – Escucha la voz de su padre.
El señor Bruce frunce el ceño al percatarse de su estado, se acerca a ella, se sienta a su lado y sujeta su mano intentando llamar su atención. Se ha quedado sin argumentos, no puede ni imaginarse cómo se siente su hija, sabe que está sufriendo y que necesita ayuda profesional.
- Es una hermosa tarde\, ¿te gustaría salir al jardín con este viejo? – Dijo acariciando sus manos.
- No tengo ánimos de salir papá. – Se excusó\, Isabell giró su rostro mostrando sus ojos nublados a su padre. - ¿Cuánto tiempo me tomará esto? – Preguntó con la voz quebrada. – Dijiste que me tomaría tiempo volver a ser la de antes\, ¿cuánto tiempo papá?
- El señor Bruce acarició su mejilla con ternura. – Eso no lo sé cariño\, en realidad\, el tiempo depende de ti. – Respondió mirándola fijamente.
- Estoy cansada papá\, cómo… aún no puedo asimilar todo esto que me está pasando\, odio este sentimiento de impotencia\, de desprecio hacia mí misma\, de culpa y enojo. – El señor Bruce la estrechó en sus brazos.
- Esto es algo sumamente doloroso para cualquiera en tu posición\, es normal que te sientas así\, que reacciones como lo estás haciendo ahora. Siempre has sido una mujer valiente y fuerte\, pero ahora no tienes que reprimir tus emociones\, no tienes que ocultarte\, llora todo el tiempo que quieras si eso te hace sentir mejor\, pero… tan pronto te sientas mejor\, limpia tus lágrimas y levántate. – Su padre acariciaba su espalda. – Todo estará bien cariño\, quizás no ahora\, quizás te tome mucho más tiempo del que quisieras\, pero llegará ese día en que tú misma te veas al espejo y decidas salir a flote\, no estás sola Bell.
En otras condiciones, Joseph estaría con ella, apoyándola, haciéndola sentir mejor, pero ahora, debía pasar por el duelo acompañada de las personas que le demostraban su amor y preocupación. Tanto sus hermanos como Elaine la visitaban con frecuencia, su padre tenía razón, ella no estaba sola, aunque aún se sentía triste y sin ánimo, sabía que, con su apoyo, ella saldría adelante.
- Gracias\, papá. – Murmuró entre sollozos.
La segunda semana transcurrió sin ningún avance, Isabell estaba enfrentándose a todo tipo de sentimientos negativos, no solo debía superar la pérdida de su bebé, también debía afrontar el hecho de que su matrimonio había terminado. Los padres de Joseph intentaron contactarla, incluso él le mandaba mensajes mostrando su ansiedad y preocupación por no saber nada de ella, leyó cada uno de sus mensajes, un fuerte dolor en el pecho se apoderaba de ella cuando recordaba la escena que vio en la oficina de su esposo donde muchas veces él se mostró cariñoso con ella.
El viernes por la tarde, el doctor Guillermo visitó la residencia de los Janssen para revisarla, físicamente se encontraba mejor, pero sugirió un terapeuta para tratar sus problemas emocionales.
- Sé que la idea no te agrada\, pero es necesario que veas a un terapeuta. – Le dijo el doctor Prado\, sus padres estaban al pie de la cama acompañándola.
- Lo haré. – Respondió firmemente sorprendiendo a sus padres. – Es solo que\, aún no me siento lista para salir. – Su madre se sentó a su lado y la abrazó cálidamente.
- Bien\, pero necesitas salir de la habitación. Bell\, entiendo cómo te sientes\, pero el encierro no te ayuda. – El doctor Prado había compartido con los padres de Isabell su preocupación por el estado de depresión en que la chica se encontraba\, temía que atentara contra su propio bienestar.
- Pondré de mi parte\, lo prometo. – Respondió Isabell sin ganas de alargar más la visita.
Tres días después de la visita del doctor Guillermo, mientras su madre se encargaba de contactar con el terapeuta que el doctor Prado les recomendó, Isabell tomaba una ducha en su habitación, se puso de pie frente al espejo de cuerpo competo, su reflejo la dejó impactada, había perdido peso, bajo sus ojos había dos grandes manchas oscuras como consecuencia de las tantas noches de insomnio que tuvo, lucía demacrada, su piel se sentía áspera. Mientras veía sus manos, se dio cuenta de algo, su dedo anular estaba vacío, frunció el ceño y comenzó a llorar desesperada, abría cada cajón, revisaba por todos lados, pero no encontraba su anillo de boda.
Cuando la señora Elizabeth entró a la habitación para contarle lo que el terapeuta le habia dicho, la encontró sacando la poca ropa que había en los cajones.
- Bell\, ¿qué pasa cariño? ¿qué buscas?
- Mamá\, mamá. – Dijo sollozando. - ¿Dónde está? – Preguntó\, su madre no tenía idea de qué estaba hablando. – Mi anillo\, no lo encuentro por ningún lado.
En un arranque de ira, Isabell había tirado su anillo en el jardín, después de varios minutos de estarlo buscando entre el pasto, su madre y la señora Tina lo encontraron. La señora Elizabeth había decidido guardarlo, por si acaso su hija cambiaba de opinión.
- Isabell se dejó caer en el piso\, reposando la espalda en la cama y cubriendo su rostro con sus manos. – No debería preocuparme por ello\, no lo merece\, pero… es lo único que me queda de él. – Lloraba histéricamente\, su madre se sentó a un lado de ella en el piso.
- Bell\, no te hagas esto cariño. Joseph fue tu primer amor\, el hombre con el que compartiste tanto\, quédate con las cosas buenas\, que el dolor no nuble tu buen juicio\, con el tiempo\, aprenderás a soltar ese sentimiento\, podrás desprenderte de todos aquellos recuerdos que te hacen daño.
La señora Elizabeth sabía que Joseph no merecía ni una sola de las lágrimas de su hija, pero no quería que su hija cediera al rencor, ese sentimiento simplemente la hundiría aún más en ese abismo de tristeza y enojo en el que ahora se encontraba. Isabell siempre se mostró valiente y fuerte, no buscaba ser llamativa, por el contrario, era una chica sencilla, noble, con buenos sentimientos, esa ternura que mostraba, su mirada tierna e intensa, esa sonrisa radiante era lo que la hacían aún más hermosa y atractiva, su madre no quería que perdiera su esencia, no permitiría que su hija cambiara tan lindos rasgos por un hombre que no la supo valorar.
Su madre la ayudó con algo de dificultad a ponerse de pie, sentadas sobre la orilla de la cama, alisó su cabello y acomodó algunos de los mechones que le cubrían el rostro, contenía sus ganas de llorar con tal de no hacerla sentir mal, sentía un fuerte calor quemando su garganta, respiró profundo intentando calmar sus emociones, no soportaba ver a su hija en tal estado, esa hermosa mujer enérgica y vibrante, ahora era un desastre.
- Sé que fue un buen hombre\, pero… eso no alivia mi dolor.
- Ahora duele\, y duele mucho cariño\, es demasiado pronto para decir adiós\, para ponerte de pie y sentirte lista\, libre de todos estos sentimientos que te invaden el alma\, pero llegará el día en que tú misma decidas dejar atrás todo lo que te está lastimando. Solo necesitas ser un poco más paciente y decidida.
Isabell se recostó en la cama, su madre besó su frente y esperó a su lado hasta que cerró los ojos, antes de poder salir de la habitación debía asegurarse de que su hija estaba dormida. Era tanto su miedo de que ella se lastimara, el doctor Guillermo había hablado en privado con ellos, ella debía estar bajo atenta supervisión, no podían bajar la guardia, hasta que ella comenzara con sus terapias y vieran avances, podrían darse el lujo de ceder un poco.
te agradezco no poner fotos de referencia, cada le da forma a los protagonistas y eso es valorable