La fe y la esperanza pueden cruzar las barreras del tiempo y del mismo amor , para mostrarnos que es posible ser felices , con la voluntad de Dios
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Capitulo 4 “ Recuerdos en el fuego “
Sentados frente al fuego de la chimenea, los dos ancianos se miraban en silencio, dejando que el calor y el crepitar de las llamas les envolvieran en un abrazo de nostalgia. Sus manos, aún unidas con la ternura de tantos años, temblaban ligeramente mientras compartían en silencio el recuerdo de su primer encuentro en la infancia.
– Fue un día tan sencillo y, sin embargo, tan hermoso – susurró él, esbozando una sonrisa suave. – ¿Cómo podríamos haber sabido que aquel riachuelo nos uniría para siempre?
Ella, con los ojos iluminados por las llamas, asintió, apretando suavemente su mano.
– En esa inocencia, estaba nuestro verdadero destino. Y lo volveríamos a encontrar en el momento justo… cuando Dios quiso.
Los dos quedaron en silencio un momento más, permitiéndose perderse en el recuerdo de su segundo encuentro, uno que marcó el inicio de una historia de amor tan profunda que ni el tiempo había logrado borrar.
Años atrás, en un bullicioso mercado…
Klauss caminaba entre los puestos, con el ceño fruncido y la mirada atenta, evitando a toda costa cruzarse con alguien conocido. Sus padres, ansiosos por asegurar una unión con una familia noble, le habían insistido en cortejar a la hija del conde. Sin embargo, él no quería someterse a sus deseos, sentía que el amor verdadero estaba destinado a encontrarse, no a ser impuesto por un acuerdo de conveniencia.
Al buscar un escondite, se agachó rápidamente detrás de un puesto de flores, sin notar que su prisa había sido suficiente para volcar varios jarrones de delicadas flores al suelo. La vendedora del puesto, una joven de cabellos oscuros y mirada profunda, soltó un leve grito de sorpresa cuando vio el desastre frente a ella.
– ¡Mis flores! – exclamó ella, acercándose para levantar lo que había caído.
Él, todavía intentando pasar desapercibido, se inclinó torpemente para ayudarla, recogiendo las flores a toda prisa. Sin embargo, apenas sus manos se rozaron, algo en él se despertó, como una corriente de electricidad que lo recorrió desde los dedos hasta el pecho, algo que le hizo sentir una conexión misteriosa e inexplicable.
Mirian, por su parte, lo reconoció en el acto. Aquellos ojos que la miraban, aún con la misma chispa que había visto años atrás en el riachuelo, pertenecían a su primer amor. Sin embargo, con la inteligencia y madurez que la vida le había dado, disimuló su sorpresa, manteniendo una sonrisa tranquila mientras recogía las flores.
– Disculpe, señor – dijo ella con voz suave, cuidando de no delatar su emoción. – Pareciera que las flores han querido detenerle.
Él la miró con desconcierto. Algo en su voz, en el tono familiar y cálido de sus palabras, le resultaba extrañamente conocido. Su corazón comenzó a latir más fuerte, y sin saber bien por qué, se sintió perdido en sus ojos claros, que le miraban con una dulzura que hacía tiempo no experimentaba.
– Yo… lo lamento mucho – dijo él, con un tono más amable del que había usado en mucho tiempo. – No era mi intención causar tal desorden.
Ella simplemente sonrió, inclinando la cabeza con suavidad. Sabía que sus caminos probablemente volverían a separarse, y aún así, se sentía plena al haberlo visto de nuevo, aunque fuera por un instante.
De repente, unos soldados entraron en el mercado, con rostros serios y porte firme, buscando al joven noble que había escapado. Al verlo junto al puesto de flores, uno de los guardias avanzó rápidamente.
– Mi señor, por favor, debe regresar. Sus padres están preocupados.
Antes de que pudiera responder, él miró a la joven una vez más, sintiendo que la situación se le escapaba de las manos. Con un impulso inesperado, tomó su mano entre las suyas y, con un tono de promesa, dijo:
– Regresaré. Le pagaré por cada una de estas flores.
Ella asintió, intentando contener la sonrisa que iluminaba su rostro. Sabía que lo volvería a ver, que aquella promesa llevaba en ella algo más que un simple compromiso por las flores caídas.
Mientras los soldados lo alejaban del puesto, él echó un último vistazo, grabando en su memoria la imagen de la joven entre las flores. Había algo en ella que lo hacía sentir como si, en sus ojos y en el toque de sus manos, hubiese encontrado un eco de algo que había olvidado hace tiempo.
Así, Klaus, llevado de vuelta al lujo de su castillo, guardó en su corazón el recuerdo de una mirada y una promesa, sin saber que aquella mujer que había capturado su atención era también el amor inocente de su infancia.