Quédate Conmigo

Morgana cuando vio entrar a Edgar a la oficina se dio cuenta que su peor pesadilla estaba siendo presente ahora mismo.

Ella había soñado con esa escena antes y no terminaba bien.

Si Edgar se daba cuenta que Jacob era su hijo por el increíble parecido y venía a reclamar a su futuro heredero alejándolo de su lado. Aunque ya habían pasado solo seis años, el miedo se mostró cuando el hombre entró a la sala y se sentó al final de la mesa con un aire de superioridad que jamás olvidaría.

Edgar se veía incluso mejor de lo que su propia mente recordaba, su cabello castaño se acomodaba perfectamente sobre su cabeza, sus ojos color azul intenso la miraban con una expresión que ella misma no conocía y ni hablar de su cuerpo, era Adonis en persona.

—Realmente esperaba al señor Thompson en su lugar, señora. —Su voz ronca hacia que sus sueños húmedos se volvieran reales en una simple palabra— Esto no es para nada lo que esperaba y temo que no podré cerrar trato con una esposa modelo.

Eso rompió toda imaginación de Morgana para dar paso a la ira. Ella había escuchado todo tipo de comentarios desde el momento que había pisado la presidencia. Muchas personas no creían en ella y la humillaban diciendo que su lugar era criando niños.

Pero Morgana les demostró a cada uno que podía dirigir una empresa y también cuidar a su hijo de seis años a la perfección

Y Edgar no iba a ser la excepción.

—¿Cree que no soy apta?—Le dijo con sarcasmo—Creo que no somos los adecuados para futuras cooperaciones, señor. Quien viene a la guerra sin leer un poco significa que podría estar en un campo minado.

Morgana no quería coquetearle al hombre pero su cuerpo lo hizo involuntariamente. Su cuerpo le estaba jugando una mala pasada.

Edgar se alertó enseguida que la mujer se levantó y dejó ver su cuerpo perfecto, llevaba un traje ejecutivo pero ella lo hacía ver como si aquello fuera un peligro para la sociedad. Y es que la mujer era hermosa. Su cabello castaño se encontraba a la altura de sus orejas, su rostro pequeño solo resaltaba sus labios color rojizo y sus perfectos ojos verdes. Pero lo que más le había llamado la atención a Edgar había sido su cuerpo, que lo había hipnotizado desde el momento que sus ojos posaron en ella.

Su cuerpo tenía un terrible efecto en el cuerpo de Edgar que se asustó en el instante. Aquel efecto llevaba años desde que lo había sentido.

—¿Que? ¿Acaso no leyó la información de la empresa? No crei que...

—Si lo leímos, pero jamás pensamos que una mujer haya hecho un tanto por una empresa...

—Pues, crealo señor, porque he trabajado diez años en esta empresa y no voy a permitir que usted ni nadie se llene de prejuicios en mi contra. Yo prefiero hablar con hechos, señor.

Edgar ni siquiera pudo refutar en sus palabras, ella tenía razón, a lo largo del tiempo se había limitado a sobrellevar su trabajo alrededor de hombres pero ahora, la única empresa que le faltaba, estaba liderada por una mujer y si se negaba quizá su propia empresa tambaleara por los chismes.

—Bueno—Suspiro— Empecemos a ver la propuesta.

Morgana mantenía su boca cerrada mientras que su jefe de personal sacaba la información con la mejor presentación posible. Ella la había revisado y era la mejor que había escuchado del hombre. Sin embargo, pesar de tener que prestar atención a su empleado, no pudo evitar estar al pendiente de Edgar.

Ella jamás olvidaba lo que había pasado aquella noche y a decir verdad, fantaseaba de vez en cuando cuando no encontraba un hombre lo suficiente para satisfacer sus deseos.

Morgana observó como el hombre se llevaba a la boca el lápiz entre los labios y trató de no sacar de su mente aquellos labios se habían posado entre su cuerpo. Su mente le estaba jugando una mala pasada y ahora mismo tenía que ser lo más profesional posible.

—¿Que le parece el proyecto, señor?

—Soy Edgar Smith. Y me parece perfecta, pero hay algunos detalles que quiero dejar en claro ¿Me permitiría?

—Por supuesto, hable con calidad.

—Necesito permanecer en Manhattan mientras el plan se lleve a cabo. No tenemos mucho tiempo pero me agradaría que usted me diera oportunidad de permanecer en su empresa para estar más en contacto.

Edgar no creía lo que sus palabras estaban mencionando en ese momento, la mujer lo había impactado lo suficiente para mantenerse cerca de ella. Pero el no se había dado cuenta que entre sus dedos se notaba la argolla de matrimonio y eso iba a impedir la futura relación cercana que podía tener con ella.

—Por supuesto—Morgana se levantó de su asiento y camino hacia donde el se encontraba, estaba siendo demasiado atrevida— Bienvenido a la empresa, señor Smith.

—Solo dígame Edgar

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Bajo el sol del terrible verano, Morgana se permitió ver a su hijo. Jacob era un perfecto hombrecito que se había educado con todo el amor del mundo. Era serio, reservado pero con un increíble corazón que hacía que Morgana olvidara sus armas cuando se encontraba con el niño.

Hoy habían decidido dejar el sol para adentrarse al centro comercial. Ambos amaban ir de compras y a pesar del poco tiempo que ambos podían pasar juntos, aquellos momentos quedaban guardados por el niño y su madre.

—¿Quieres un helado, Jacob?— Morgana se agacho y miro directamente a los ojos a su hijo, dos ojos azules lo miraron con felicidad— Ni siquiera tienes que mencionarlo, cariño. Vamos por uno.

El niño corrió hacia la fila donde se encontraban sus favoritos. Pero a pesar de encontrarse en un lugar donde el sonido no te permitía pensar, Morgana se permitió echar a volar su imaginación.

Muchas veces había imaginado que pasaría si sus padres no la hubieran obligado a casarse con Ronald. Quizá en algún momento hubiera podido encontrar a Edgar y hubieran tenido a Jacob y serían una perfecta familia feliz.

Algunas veces se había imaginado a Edgar tomando de la mano al niño tomado de la mano de su padre.

Pero aquello nunca iba a pasar, ella iba a impedir que ambos se conocieran lo suficiente para que Edgar conociera a Jacob. Morgana no podía permitir que el niño fuera separado de su vida, lo amaba lo suficiente.

—¡Mami, mami! Helado, helado—Jacob brinco emocionado y jalo la mano de su madre.

—Vaya, si que estoy vieja—La señora detrás de ella susurro.

—¿Perdón?

—Oh que fue hace mucho tiempo que escuché estas palabras—La señora se ruborizo— Mi hijo ya es un adulto que ni siquiera se acerca a mi.

Morgana miró a su hijo, quizá tenía razón. De un momento a otro se volvían tan independientes que ni siquiera las necesitaba.

—Pero no te pongas triste, querida. Aún falta muchos años para que tu pequeño se aleje de ti. Lo mejor es que disfrutes al máximo todo.

Ella asintió en respuesta y camino hacia el mostrador, pidió tres helados y el último se lo invitó a la señora.

—Oh, querida. Muchas gracias. Que amable de tu parte.

—Se dice "De nada" mamá.

—Que lindo niño ¿Como te llamas pequeño?

—Jacob.

—Oh, que lindo pequeño. Tiene un hijo excelente señora. Por cierto soy Margaret Smith.

Morgana asintió en respuesta.

—Un gusto conocerla, señora.