Un Amor Prohibido Para La Institutriz

Rosalba se encontró bailando con un joven alto y rubio, con una sonrisa amable y pies ligeros, quien intentaba hacerle platica. Pero sus ojos, solo buscaban a Marcello entre los bailarines. Lo vio, en la distancia, bailando con una joven de cabello rubio. Los celos la invadieron por un segundo, pero los disipó rápidamente, era un baile, además seguramente su amada lo esperaría fuera del castillo, debia concentrarse o perdería el equilibrio.

​De pronto, la música cambió y las parejas se separaron para intercambiar. El corazón de Rosalba se aceleró. Los bailarines se movieron en un círculo, sus ojos buscando a sus nuevas parejas mientras giraban. Cuando se volteó, vio a Marcello frente a ella.

​El mundo se detuvo por un segundo. Sus ojos se encontraron, y un escalofrío recorrió sus cuerpos. Él, con una mezcla de sorpresa y de felicidad, tomó su mano. Ella, con una sonrisa en el rostro, se dejó llevar. Por unos segundos, el mundo era solo ellos dos. Sus manos se entrelazaron, sus cuerpos se movieron al ritmo de la música, sus ojos se conectaron, ambos querisn decirse tantas cosas, pero sus bocas no dejaban salir palabra alguna.

​Y tan rápido como se unieron, la música cambió de nuevo. Las parejas se separaron y se movieron en direcciones opuestas. La mano de Marcello se soltó de la de Rosalba, sus ojos aún fijos en el otro.

El baile terminó después de algunas vueltas más. La música se apagó, pero los aplausos llenaron el salón. Segundos después, una nueva melodía comenzó. Era un vals más lento y romántico, y las parejas jóvenes se dispersaron. Algunos muchachos se quedaron en la pista, buscando con la mirada a las muchachas de su agrado. La mayoría de las jóvenes comenzaron a llenar sus tarjetas de baile, y otras, en busca de aire fresco, salieron a los corredores, siempre bajo la atenta mirada de sus familias.

Rosalba reía con algunas de sus amigas. Los muchachos, tanto de la academia como de la corte, las rodearon, inundándo las de cumplidos. Entre ellos se encontraba un joven cadete, con una sonrisa amable y una mirada coqueta.

"Señorita Rosalba," dijo el joven, su voz llena de admiración, "permítame decirle que su vestido es el más hermoso de la noche y sus pasos son tan ligeros".

Rosalba le agradeció con una sonrisa, y respondió a su plática, pero sus ojos buscaban una sola cosa: a Marcello. Lo vio, en un rincón, con Tomás a su lado, sus ojos fijos en ella. La miraba con una intensidad que la hizo sonrojar. Él, en cambio, se sentía paralizado.

Marcello, en su rincón, tomaba valor para acercarse a ella. Sus manos, que antes se sentían seguras, ahora temblaban. La veía reír, la veía coquetear con los otros muchachos. El miedo lo invadió. "¿Y si no me quiere? ¿Y si me rechaza? ¿Y si no soy lo suficientemente bueno para ella?" se preguntaba en silencio.

Tomás, que lo conocía como la palma de su mano, le dio una palmada en la espalda. "ese idiota de Carlos, siempre coqueteando con las niñas... Preferiría que tú bailes con mi hermana toda la noche antes que lo haga ese idiota".

"io..."dijo Marcello intentando reflexionar, pero antes que dijera algo más tomas lo jalo dirigiéndose a su hermana con determinación

​Llegaron justo cuando Carlos estaba a punto de escribir su nombre en la tarjeta de baile de Rosalba. Tomás le arrebató la tarjeta de golpe.

​"Carlos, no tan rápido," espetó Tomás, con una sonrisa de superioridad. "El siguiente es Marcello." Dicho esto, le entregó la tarjeta a Marcello, quien la tomó con manos temblorosas.

​Marcello, nervioso, miró a Rosalba.

"Signorina Rosalba, sta... sta bene??"

​Rosalba, molesta por la interrupción y la rudeza de su hermano, respondió fríamente. "Como desee, señor."

​Marcello, por la emoción y la alegría de que Rosalba no se hubiera negado, no notó el disgusto en su voz. Tomás, tomando la tarjeta de nuevo, se la entregó a su hermana, dándole una mirada de advertencia.

​"Si quieres bailar con mi hermana, tendrás que pedirle permiso a mí o a mi padre," le susurró a Carlos antes de irse.

la polca de intercambio terminó, dejando a Rosalba de nuevo entre sus amigas. La tarjeta de baile, que ahora sostenía en la mano, estaba vacía. Los jóvenes se dispersaron, y Rosalba buscó con la mirada a Marcello. Lo vio, en un rincón, con Tomás a su lado observandola, sus ojos fijos en ella.

Tomás, con una sonrisa en el rostro, se acercó a su hermana. "Rosalba, deberías ir a bailar con Marcello, anda es como un hermano para nosotros".

Rosalba giro los ojos, la molestia en su rostro era evidente. "Como desees, Tomás. Pero entiende de un vez que no estoy de humor para tonterías".

Tomás asintió y se retiró. Marcello se acercó a Rosalba, con una mezcla de nerviosismo y de felicidad. "Mancare Rosalba, ¿me haría el honor de concedimi este baile?".

Rosalba asintió, con una sonrisa forzada y un suspiro agotado. "Sí, señor. Si eso es lo que desea".

Marcello la tomó de la mano, y el vals comenzó. Al principio, fue una catástrofe. Marcello, con sus nervios, se sentía torpe. Pisó a Rosalba un par de veces, y ella, con una mueca de dolor, lo miró con furia.

"Señor," susurró la joven, su voz llena de molestia. "Si va a pisarme el vestido, al menos evitar romperlo por favor".

Marcello se sonrojó, su rostro lleno de vergüenza. "Mi... mi dispiace, signorina Rosalba. Sono un disastro.. No soy un buen bailarín. Y, por supuesto, intentaré no rovinarle il vestito ".

Rosalba, al ver su honestidad, sonrió. "No se preocupe, señor. Permítame a mí llevarlo". Lo tomó de la mano y le acomodó la otra en la espalda. "Siga mi ritmo. No tiene que pensar. Solo siga mi guía".

Marcello la siguió, y pronto, los dos se movieron con gracia. Él, con sus pasos firmes, y ella, con su ligereza, se complementaban a la perfección.

Después de unos segundos de silencio incómodo, Marcello, con una mezcla de curiosidad y de preocupación, le preguntó: "mancare ¿Perché se ve tan molesta, señorita Rosalba? ¿Acaso he hecho qualcosa di brutto?".

Rosalba, con una sonrisa que no llegó a sus ojos, le respondió: "No estoy molesta, señor. Solo... no es mi mejor noche".

Marcello, al ver su expresión, insistió. "Signorina, non mi mentisca. Recuerdo su sonrisa. Es una de las cosas que más me gusta de usted. Y hoy no la ha mostrado. ¿Quello che è successo?".

Rosalba se sonrojó. Sus palabras, que antes le hubieran hecho sonreír, ahora la hacían pensar en la otra joven. En su mente, una voz le decía que Marcello habría utilizado las mismas palabras para conquistar a la mujer con la que lo vio. La amargura la invadió. Su corazón, que antes latía con fuerza, ahora estaba lleno de una mezcla de celos y de duda.

La música continuó, pero la gracia que habían encontrado se desvaneció. Rosalba bailaba, pero su mente estaba lejos.

" sabe algo Me sorprende, señor," dijo Rosalba, su voz fría y cortante, "la facilidad con la que halaga a las damas. Debe haber practicado mucho sus cumplidos para que suenen tan sinceros."

Marcello se sintió confundido por la repentina frialdad. Su sonrisa se borró. " Di cosa sta parlando, signorina? Io... io le stavo solo dicendo la verità. (¿De qué está hablando, señorita? Yo... solo le estaba diciendo la verdad.)"

"¿La verdad?" Rosalba rió con amargura.

"Me pregunto si le dijo lo mismo a la joven que vi con usted. Supongo que su sonrisa también le pareció encantadora."

El rostro de Marcello se contorsionó en una mezcla de sorpresa y dolor. Se detuvo en medio de la pista. "¿Giovane? ¿De qué joven habla?"

"No se haga el tonto," espetó Rosalba, su voz apenas un susurro. "Lo vi en los a fuera de su casa una semana después de su llegada, y después en misa. A usted y a esa joven. Supongo que por eso ha tardado tanto en visitarnos, ¿no? Estaba ocupado con una amiga."

Marcello, atónito, no pudo responder. Ella había malinterpretado todo. Su silencio fue la gota que colmó el vaso para Rosalba. La rabia y el dolor la inundaron. Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, quemando. No podía soportar un segundo más.

"Disculpe," dijo, su voz quebrada. "Necesito aire."

Se soltó de su mano con brusquedad y se abrió paso entre la multitud, sus pasos acelerados. Huyó de las luces, de la música, de las miradas, y del muchacho que acababa de romperle el corazón por segunda vez.

Marcello, con el corazón destrozado, la siguió. La vio salir por una de las puertas del jardín. El aire fresco le golpeó la cara, pero no lo sintió. El sonido del vals se desvaneció, reemplazado por el silencio de la noche. La encontró a unos metros de distancia, con la espalda encorvada, su cuerpo temblando por los sollozos reprimidos. Se acercó a ella, el traje prestado, el anillo en el bolsillo. El momento no era como lo había planeado, pero no podía dejarla sola.

"Rosalba..." susurró.

El jardín estaba casi vacío, solo unas cuantas parejas dispersas en la distancia. La luz de la luna iluminaba el camino. El aire olía a rosas y a tierra húmeda.

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