En la mágica isla de Santorini, Dylan Fletcher y su esposa Helena sufren un trágico accidente al caer su automóvil al mar, dejando a Dylan ciego y con las gemelas de un año, Marina y Meredith, huérfanas de madre. La joven sirena Bellerose, que había presenciado el accidente, logra salvar a las niñas y a Dylan, pero al regresar por Helena, esta se ahoga.
Diez años después, las gemelas, al ver a su padre consumido por la tristeza, piden un deseo en su décimo cumpleaños: una madre dulce para ellas y una esposa digna para su padre. Como resultado de su deseo, Bellerose se convierte en humana, adquiriendo piernas y perdiendo su capacidad de respirar bajo el agua. Encontrada por una pareja de pescadores, se integra en la comunidad de Santorini sin recordar su vida anterior.
Con el tiempo, Bellerose, Dylan y sus hijas gemelas se cruzarán de nuevo, dando paso a una historia de amor, segundas oportunidades y la magia de los deseos cumplidos.
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Toma mi mano
La llamada.
Esa misma tarde, Dylan marcó el número de la casa de sus padres. Había algo en su tono más ligero de lo habitual que despertó la curiosidad de Vivian, quien contestó rápidamente.
—¡Dylan! Qué sorpresa tan agradable. ¿Cómo están las niñas?
—Están bien, mamá. De hecho, quería hablarles de algo… bueno, más bien de alguien.
Del otro lado de la línea, Vivian hizo un gesto a Thomas, que estaba sentado leyendo en su sillón favorito.
—¿"De alguien"? —repitió Vivían, con su tono ya impregnado de interés maternal—. ¿De quién se trata?
—Se llama Bellerose —comenzó Dylan, intentando sonar casual—. Es una amiga que está pasando por un momento difícil, y las niñas… bueno, ellas la adoran. Así que la invité a quedarse en casa hasta que decida qué hacer.
—Oh, eso suena interesante —intervino Thomas, levantando la vista de su periódico—. ¿De dónde es?
Dylan respiró hondo, preparado para las inevitables preguntas.
—Es de Europa, papá. No hemos hablado mucho de detalles, pero parece que viene de una familia importante, creo que de la realeza.
—¿Importante?¿Realeza? —Vivian no pudo evitar el tono curioso en su voz—. ¿Acaso estás insinuando que es una princesa o algo por el estilo?
—¡Mamá! No exageres —respondió Dylan, intentando no sonar demasiado defensivo—. Es solo alguien que necesitaba ayuda, y las niñas están encantadas de tenerla aquí.
Fue entonces cuando la voz de Leo, su hermano menor, se unió a la conversación.
—¿Dijiste una "amiga"? —preguntó con tono burlón—. Esto suena más interesante de lo que nos cuentas, Dylan. Te gusta.
—Por favor, Leo…
—No, en serio —insistió Leo, riéndose—. ¿Es guapa? Porque si Meredith y Marina ya están de su lado, estoy seguro de que tiene que ser especial.
Dylan se pasó una mano por el cabello, sintiéndose acorralado.
—Leo, no es lo que piensas. Solo estoy ayudando a alguien que lo necesita. Punto final. Solo Creí prudente avisarles, para cuando vengan el fin de semana como tienen previsto no la aborden o acorralen. Ella es una bella persona y es muy sensible.
—Claro, claro… —respondió Leo con evidente incredulidad—. ¿Y Sofía? ¿No es verdad que siempre dice que deberías darle una oportunidad al amor de nuevo?
—¡Leo! —Dylan protestó, aunque su madre se reía suavemente al fondo.
—Bueno, hijo —intervino Thomas con un tono más serio—, lo importante es que si esta persona está en tu casa, es porque confías en ella. Y si las niñas están felices, eso ya dice mucho.
—Gracias, papá. —Dylan suspiró, agradeciendo el respaldo.
—Aunque… —dijo Vivian con una voz que contenía un deje de picardía—, estoy segura de que hay algo más en esta historia. O es más corta o es larga.
—No lo hay —dijo Dylan con firmeza, aunque el rubor en su rostro traicionaba sus palabras.
—Ajá, lo que digas —añadió Leo, riéndose una vez más.
Cuando la conversación terminó, Dylan se quedó con el teléfono en la mano, sacudiendo la cabeza mientras sonreía. Sabía que su familia no dejaría de especular, especialmente Leo y su novia, Sofía Valencia, quienes siempre parecían disfrutar encontrando posibles historias románticas en cada rincón.
Al día siguiente, Sofía lo llamó directamente.
—Dylan, acabo de enterarme de lo de tu "invitada especial" —dijo con su característico tono alegre—. ¿Podemos ir antes del fin de semana?
—Sofía, no hagas esto más grande de lo que es… Te considero la más cuerda de todos.
—Oh, por favor. ¡Suena tan romántico! Una princesa de Europa, sola en un país extranjero, rescatada por un caballero moderno… Dylan, esto es material de novela.
—Deja de exagerar, Sofía.
—Bueno, cuando menos lo esperes, quizás termine siendo más que una "invitada". ¡Ya era hora!
Dylan no pudo evitar reírse, aunque decidió no seguir alimentando las ideas de su familia. Por el momento, solo quería concentrarse en que Bellerose se sintiera cómoda y segura en su hogar. Aunque, en el fondo, no podía negar que las palabras de su hermano y Sofía despertaban algo que prefería ignorar: la posibilidad de que su presencia significara más de lo que estaba dispuesto a admitir.
El día avanzaba tranquilamente en la mansión, con un ambiente liviano y acogedor, cuando el timbre sonó. Dylan, quien estaba organizando algunos documentos en su estudio, fue personalmente a abrir la puerta guiándose con su bastón. Al otro lado se encontraba su antiguo compañero y amigo, Jared Monroe, acompañado de su novia, Amanda Reeves.
—Buenas tardes amigo mío.
—¡Jared! —exclamó Dylan, con una sonrisa amplia al escuchar la voz inconfundible de su amigo, mientras le extiende la mano—. Es bueno verte después de tanto tiempo.
—¡Dylan! —respondió Jared, tomando su mano con fuerza—. Hombre, hace años que no pasábamos por aquí. Amanda insistió en que era hora de visitarte.
—Por supuesto, siempre son bienvenidos. Pasen, por favor —dijo Dylan mientras les indicaba que entraran.
Amanda, una mujer de cabello castaño y ojos vivaces, saludó a Dylan con calidez.
—¿Señora Collins?
—Si señor estoy aquí.
—Prepara café bien cargado para todos.
—Si señor.
—¿Y las niñas y Bellerose?
—Las niñas regresaron de la escuela y la señorita Bellerose está en el jardín.
—Bien, gracias.
Dylan se une con sus amigos luego de cerrar la puerta
—He oído tanto de ti, Dylan. Jared siempre cuenta las historias más divertidas sobre sus días trabajando juntos.
—¿Historias divertidas? —dijo Dylan con una sonrisa traviesa mientras se sienta en el sofá del salón—. Me pregunto qué tan ciertas son esas historias.
Mientras ellos conversaban, Meredith y Marina, quienes habían escuchado la llegada, salieron corriendo a la sala.
—¡Tío Jared! —gritaron al unísono, lanzándose hacia él para abrazarlo.
—¡Mis pequeñas traviesas! —exclamó Jared mientras las levantaba con facilidad, riendo—. ¿Cómo están estas dos preciosas?
Las niñas rieron, pero después de unos momentos, Meredith miró a Marina y ambas asintieron como si estuvieran recordando algo importante.
—Papá, tenemos que terminar una tarea —dijo Meredith de repente—. ¿Nos disculpas?
—Claro, vayan.
Meredith y Marina subieron rápidamente las escaleras hacia la habitación de Bellerose, quien estaba organizando algunos de los vestidos que Dylan había encargado para ella. Las niñas entraron como un torbellino.
—¡Bellerose! —llamó Marina con energía—. Necesitamos hablar contigo antes de que bajes.
—¿Hablar conmigo? ¿Sobre qué? —preguntó Bellerose, confundida pero sonriendo ante el entusiasmo de las gemelas.
Meredith se cruzó de brazos, adoptando una postura seria que imitaba perfectamente a su padre.
—Primero, queremos que nos cuentes cómo llegaste, de dónde vienes y si piensas quedarte para siempre.
—Bellerose le contó todo menos que conocía a sus padres desde antes de ellas nacer.
—Tú fuiste que nos salvaste cuando me caí del yate, y cuando mi hermana casi se ahoga.
Bellerose asiente, no puede mentir sobre eso, igual en algún momento recordaría lo que pasó.
—Bueno, no puedes decirle nada de eso a papá, eres una princesa del océano, pero papá piensa que eres una princesa de Europa—le dice Marina con un tono divertido.
—Debes ocultar eso.
—Exacto —añadió Marina, asintiendo enfáticamente—. Si alguien pregunta algo raro, tú solo sonríe y cambia de tema o dices que necesitas ir al baño.
Bellerose rió suavemente, pero al notar la seriedad en los ojos de las niñas, asintió.
—Está bien, lo tendré en cuenta.
—Segundo —continuó Meredith—, ya puedes caminar libremente por la mansión. Papá confía en ti, así que no tienes que esconderte como antes.
—Pero… —interrumpió Marina, levantando un dedo como advertencia—, no te metas en problemas ni hagas nada extraño.
—Nada de explorar lugares secretos ni de abrir cosas que no debas —remató Meredith, con una mirada sabia para su edad.
Bellerose se llevó una mano al pecho, divertida pero conmovida por la preocupación de las niñas.
—Lo prometo, niñas. Me portaré bien.
Meredith y Marina se miraron satisfechas.
—Muy bien, entonces estamos listas —declaró Meredith.
Después de asegurarse de que todo estaba bajo control, las niñas le explicaron a Bellerose que más tarde irían de compras con la señora Collins, la ama de llaves, para adquirir más cosas que ella pudiera necesitar mientras se quedara en la mansión.
—Te vamos a comprar de todo —dijo Marina emocionada—. ¡Hasta un perfume si quieres!
—Pero primero —añadió Meredith, mirando el reloj—, vamos a saludar a Jared y Amanda. Ellos son amigos de papá, y seguro les caes bien.
Bellerose, aunque algo nerviosa por conocer a más personas, dejó que las niñas la guiaran escaleras abajo. Al llegar a la sala, todos se giraron hacia ellas.
—¿Y quién es esta joven? —preguntó Jared, sorprendido al ver a Bellerose.
—Ella es Bellerose —intervino Marina antes de que nadie más pudiera decir nada—. Nuestra amiga especial.
Dylan lanzó una mirada hacia donde provienen las voces de sus hijas.
—Acercate por favor Bellerose, siéntate a mi lado—le dice extendiendo la mano. Ella da varios lados toma su mano y se sienta a su lado, las niñas se sientan a sus costados.
Jared sonrió con picardía, y Amanda la saludó cálidamente.
—Es un placer conocerte, Bellerose —dijo Amanda mientras estrechaba su mano—. Qué nombre tan bonito.
—Gracias —respondió Bellerose, manteniendo la compostura como si estuviera acostumbrada a estas presentaciones.
Jared mira a Dylan, pero no hizo comentarios. En cambio, Amanda, siempre curiosa, se acercó a Meredith y Marina.
—¿Y cómo conocieron a Bellerose?
Las niñas se miraron, y luego Meredith respondió con naturalidad.
—Fue pura suerte. Y ahora es parte de nuestra familia.
Dylan observó la escena, sintiendo una mezcla de orgullo y nerviosismo. Tenía tiempo que no veía a su mejor amigo. Pero ahora puede ver que los años también le han pasado por algunas canas en su cabeza. Aunque no lo decía en voz alta, sabía que Bellerose había traído algo especial a su hogar, algo que no había sentido en mucho tiempo.
Más tarde, cuando Jared y Amanda se despidieron, Bellerose se preparó para salir con la señora Collins y las niñas. La señora Collins, una mujer estricta pero amable, había organizado una lista de cosas necesarias para la estadía de Bellerose, desde ropa adicional hasta artículos personales.
El trayecto al centro comercial fue animado, con las niñas discutiendo sobre qué comprar primero. Al llegar, Bellerose se maravilló al ver la cantidad de personas y la energía del lugar. Había leído sobre sitios como este, pero vivirlo en persona era completamente diferente.
—Es increíble… —murmuró, mirando a su alrededor con asombro.
—¿En el océano no hay centro comercial? —le susurra Meredith, sorprendida.
—Bueno… no como este —respondió Bellerose, en un murmullo rápidamente para no levantar sospechas.
La señora Collins sonrió, observando cómo las niñas guiaban a Bellerose de un lado a otro, asegurándose de que probara cada cosa antes de comprarla.
—Te necesitamos lista para todo —declaró Marina mientras sostenía un par de zapatos elegantes.
—No sabría cómo caminar en eso, ya bastante me cuesta caminar descalza—le susurra Bellerose a Marina para que la señora Collins no escuche.
Las gemelas rieron hasta más no poder.
El día terminó con varias bolsas y risas mientras regresaban a la mansión. Al llegar, Dylan las recibió en la puerta, y las niñas comenzaron a contarle orgullosas todo lo que habían comprado y como se la pasaron.
—Creo que están demasiado emocionadas contigo, Bellerose —dijo Dylan con una sonrisa.
Bellerose, sosteniendo una de las bolsas, lo miró y respondió con sinceridad.
—Yo también estoy emocionada, Dylan. Realmente me hacen sentir bienvenida.
Dylan extiende la mano para que ella la tome, ahora puede ver su felicidad no solo escucharlas, él asintió, sin poder evitar pensar que, aunque su estadía debía ser temporal, había algo en su presencia que hacía que todo pareciera más completo. Cuando ese día llegue sabe que deberá despedirse de ella y de esos momentos donde puede ver a su familia y amigos.
Me encanta tu novela
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