El misterio y el esfuerzo por recordar lo que un día fué, es el impulso de vencer las contradicciones. La historia muestra el progreso en la relación entre Gabriel y Claudia, profundizando en sus emociones, temores y la forma en que ambos se conectan a través de sus vulnerabilidades. También resalta la importancia de la terapia y la comunicación, y cómo, a través de su relación, ambos están aprendiendo a reescribir sus vidas.
NovelToon tiene autorización de Brayan José Peñaloza salazar para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
El murmullo de las paredes.
La madrugada traía un frío que se colaba por cada rincón de la mansión. Claudia despertó con la sensación de que alguien la estaba observando, una presencia tan sutil que parecía mezclarse con el aire. Sus ojos se acostumbraron a la penumbra, buscando en las sombras algo que supiera que nunca vería completamente. Desde su llegada, los muros parecían absorber sus pensamientos y sus miedos, y aunque Gabriel le había asegurado que era solo su mente proyectando en las paredes sus ansiedades, Claudia sabía que no era así de sencillo.
Decidió levantarse y recorrer la casa. La inquietud que la había invadido desde que leyó el diario del padre de Gabriel no la había abandonado, y sentía que debía hacer algo, cualquier cosa, para disipar esa presión en su pecho. Sus pasos la llevaron al salón principal, donde se detuvo frente al retrato de una mujer que siempre le había resultado familiar, aunque no sabía por qué. Los ojos de la mujer parecían seguirla, llenos de una melancolía que se sentía casi palpable. Había algo extraño en la pintura; la figura de la mujer era casi real, como si estuviera atrapada en el lienzo, deseando contar su historia.
Justo en ese momento, escuchó pasos detrás de ella. Gabriel había bajado al salón en silencio, y al notar su presencia, sus ojos se suavizaron. Había un cansancio en él que no era solo físico; parecía desgastado por algo más profundo, algo que había estado cargando por años.
—¿No puedes dormir? —le preguntó él con voz baja.
Claudia negó con la cabeza, y él se acercó para observar también el retrato, como si en la imagen encontrara algún eco de su propio pasado.
—Esa es Amelia, la primera mujer de mi padre —dijo Gabriel, con voz tensa—. Fue quien construyó esta mansión. Él nunca hablaba de ella, pero de alguna manera, sentí que su presencia siempre estuvo aquí.
—Parece triste —murmuró Claudia, mirándolo de reojo—. Como si quisiera decir algo que no puede.
—Todos en esta casa quieren decir algo, pero nadie puede escucharlos —respondió él, con una amargura que sorprendió a Claudia—. Y los que intentan escuchar terminan perdiéndose en sus propios pensamientos.
Hubo un silencio que se extendió entre ellos, denso y cargado de significados no expresados. Claudia, impulsada por un deseo de entender más sobre Gabriel y la mansión, decidió preguntar.
—Gabriel, ¿qué fue realmente lo que pasó aquí? —su voz era apenas un susurro, temiendo despertar a los ecos que parecían dormir en las paredes.
Gabriel se pasó una mano por el cabello, y por un momento, Claudia creyó que él no iba a responder. Pero finalmente, con un suspiro resignado, comenzó a hablar, casi como si no tuviera elección.
Un pasado que no se deja atrás...
—Mi padre era… alguien que disfrutaba controlarlo todo, —empezó Gabriel, mirando el suelo—. Con él, nunca había espacio para la debilidad. Desde niño, fui entrenado para ser como él, alguien fuerte, sin emociones. No podía permitirme sentir miedo, ni tristeza. Su idea de la fortaleza era una vida sin conexiones, sin vulnerabilidades.
Claudia sentía que, a medida que Gabriel hablaba, la tensión en su cuerpo se hacía tangible. Parecía que cada palabra le costaba, como si revivir esos recuerdos fuera arrancarse una espina clavada profundamente.
—Siempre creí que, si me esforzaba lo suficiente, podría ser digno de su aprobación —continuó, con una voz que parecía perderse en sus pensamientos—. Pero nunca fue suficiente. La única forma de demostrarle que valía la pena era replicando su forma de ser. Me convertí en alguien distante, calculador, al punto de casi no reconocerme.
Hubo un momento en que su voz se quebró, y Claudia quiso abrazarlo, decirle que no tenía que enfrentarse solo a esos recuerdos. Pero sabía que Gabriel necesitaba contar su historia, dejar salir esos demonios para poder sanar.
—Después de la muerte de mi madre, él cayó en una especie de obsesión. Decía que la casa tenía secretos, que podía usarlos para mantener el control sobre cualquier cosa. Empezó a experimentar con rituales, a estudiar textos antiguos. Estaba convencido de que había una forma de lograr que la mansión le obedeciera, como si fuera un ente con voluntad propia.
Las palabras de Gabriel le recordaron el diario que había leído, los fragmentos que detallaban esos rituales perturbadores. La mansión era más que un simple lugar; había absorbido toda esa energía oscura, y ahora parecía que seguía latente, esperando.
Claudia lo miró, intentando entender el dolor que él había guardado tan cuidadosamente. Había aprendido a ocultar sus heridas, pero ahora se mostraban ante ella, desgarradas y crudas.
—¿Y tú? —preguntó Claudia con suavidad—. ¿Por qué decidiste quedarte aquí después de todo eso?
Gabriel sonrió con amargura, pero en su mirada había una mezcla de determinación y resignación.
—Sentí que tenía que enfrentar mis propios demonios, los que me dejó mi padre y los que la mansión guarda. No podía huir, porque huir significaba darle el poder a él, incluso después de muerto. Pensé que, si lograba desentrañar los secretos de esta casa, podría liberarme, aunque fuera un poco, de su sombra.
Claudia sintió un nudo en el estómago. Sabía lo que significaba vivir bajo el peso de una memoria dolorosa, pero lo de Gabriel iba más allá. La mansión misma parecía haber absorbido la oscuridad de su padre, y ahora Gabriel estaba atrapado entre esos muros, enfrentando una lucha constante por conservar su identidad y su cordura.
—No tienes que hacerlo solo —dijo Claudia, con voz firme—. Podemos enfrentarlo juntos. Tal vez… tal vez esta casa tenga un propósito, una razón para habernos traído aquí a los dos.
Gabriel la miró, y por un momento, una chispa de esperanza cruzó su rostro. Pero rápidamente se desvaneció, reemplazada por una tristeza profunda.
—Esta casa no quiere liberar a nadie, Claudia. Alimenta las sombras que tenemos dentro. No sé si es posible escapar.
Justo cuando esas palabras salieron de la boca de Gabriel, ambos escucharon un sonido extraño, como un murmullo que parecía venir desde dentro de las paredes. Claudia se tensó, y Gabriel la tomó de la mano, guiándola hacia el pasillo. Los dos avanzaron lentamente, sus pasos resonando en el silencio opresivo de la mansión.
Los murmullos se hicieron más claros a medida que avanzaban, y Claudia comenzó a distinguir palabras entrecortadas, frases incoherentes que parecían fragmentos de una conversación interrumpida.
—¿Escuchas eso? —preguntó, su voz apenas un susurro.
Gabriel asintió, con una expresión de desconcierto en su rostro.
—Son las voces —murmuró él—. Siempre han estado aquí, pero nunca había podido escucharlas tan claramente. Es como si… como si estuvieran tratando de decirnos algo.
Se detuvieron frente a una puerta al final del pasillo, una puerta que Claudia no recordaba haber visto antes. Gabriel dudó un instante antes de abrirla, y ambos se encontraron en una habitación cubierta de polvo, llena de muebles cubiertos por sábanas blancas, como si alguien hubiera sellado ese lugar hace mucho tiempo.
Pero lo que realmente captó la atención de Claudia fue un espejo en el centro de la habitación. Era grande, con un marco dorado ornamentado, y su superficie reflejaba la luz de la lámpara que Gabriel sostenía. Al mirarse en él, Claudia sintió una extraña sensación de vértigo, como si el reflejo estuviera ligeramente… desfasado, como si hubiera algo o alguien detrás de ella que no podía ver.
—Este espejo… —murmuró Gabriel, mirándolo con una mezcla de miedo y fascinación—. Mi padre lo traía aquí cuando hacía sus rituales. Decía que este era el portal entre la casa y algo… algo más profundo.
Antes de que Claudia pudiera responder, sintió una presencia a su lado, algo frío y etéreo que la hizo estremecer. En el reflejo del espejo, vio la figura de una mujer, la misma mujer del retrato en el salón. Estaba detrás de ellos, con los ojos fijos en Claudia, como si quisiera comunicar algo urgente.
—¿La ves? —preguntó Gabriel, su voz apenas un susurro.
Claudia asintió, incapaz de apartar la mirada de la figura en el espejo. Había un dolor indescriptible en los ojos de esa mujer, como si toda su alma estuviera atrapada allí, incapaz de encontrar paz.
—¿Qué quieres de nosotros? —preguntó Claudia, con voz temblorosa.
La figura en el espejo se desvaneció lentamente, pero antes de desaparecer por completo, sus labios se movieron en un susurro casi inaudible, apenas un murmullo que Claudia apenas pudo entender.
"Ayúdennos…"