La juventud es la etapa de nuestros mayores miedos, pero también de nuestros más escandalosos amores.
¡Ven y acompañame en esta historia donde la religión y el amor hacen estragos!
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Sorpresas y más sorpresas
El día de la fiesta.
Todos estaban alegres ante una celebración que tenía las ideas de cada uno de los primeros grupos.
Los regalos ya habían sido comprados para cada profesor en especial. Entre ellos se habían puesto de acuerdo para reunir el dinero. En vez de hacer por separado, todo lo harían junto.
Como era de esperar la madre de Diana alquiló una terraza.
Su hija le ayudó con las decoraciones al igual que Alexa y Elizabeth. Dejaron todo preparado desde el día anterior y ya al día siguiente solo se preocuparon por las bebidas y detalles menores.
A la hora señalada ya todo estaba listo. Avisaron a los profesores que quedaron sorprendidos por la sorpresa. Pensaban que sus alumnos planeaban algo pero no de tan alta escala.
En la noche, poco a poco los jóvenes fueron entrando. En la puerta Diana buscaba los nombres de los muchachos y si traían invitados también los anotaba.
No querían contratiempos de gentes indeseadas en el lugar. La escuela les había dado permiso, pero siempre y cuando cumplieran con mantener el orden público.
Los disfraces inundaban el lugar. Generalmente solo eran trajes elegantes en los que el que lo portaba ocultaba su cara tras una máscara. Diana se quedó de piedra. En qué tiempo las chicas habían podido encontrar disfraces y máscaras tan hermosas.
Ella llevaba un vestido simple.
Era blanco y de costura larga con una abertura en la pierna. En los brazos llevaba unos brazaletes de plata. Sus aretes eran en forma de rosa y a luz de los bombillos brillaron como el más esplendoroso diamante. En el cuello, de una pequeña cadena un dije con su nombre. Su rostro estaba oculto por una máscara blanca con plumas del mismo color
Cuando todos habían entrado y ella se convenció de que no quedaba nadie, se adentró en la fiesta. Se entristeció que su mejor amiga no hubiera podido ir en un final. Pero se volteó de repente cuando oyó su nombre y una voz que creía familiar.
-¡Diana! ¡Diana! – Le gritó Daniela desde la puerta enverjada de la terraza – lamento haber llegado tan tarde.
Daniela se alisaba el pelo y acomodaba la tiara en su cabeza de alguna forma. En su cara un atisbo de rubor dio el toque perfecto para conocer que estaba avergonzada. Casi le falla a su amiga por culpa de su odiado orgullo.
Había decido no ir para así no poder mirarle la cara a Gabriel. Todo terminó cuando oyó las palabras más egoístas que oídos humanos hubieran oído.
Diana corrió hacia ella abriéndole la puerta.
-Creí que ya no venías – dijo ella abrazándole con cariño – ¡moriría de aburrimiento si no estuvieras!
-Diana eres pésima para mentir – sonrió Daniela todavía con algo de vergüenza – ¡te lo tengo que recordar siempre!
Era cierto. Ni desde que ella era como una loca le gustaba mentir. Tal vez Dios ya la tenía predestinada para ese camino. Todo lo que estaba viviendo era parte del sacrificio del verdadero cristiano.
Amaba los cultos del sábado y el domingo. Amaba su célula a pesar de que estuviera Gabriel en ella. Amaba todo lo que llevara el cuño de su Padre.
Además no podía escapar de Daniela.
Daniela, Elizabeth y el cínico de Gabriel vivían relativamente cerca el uno del otro. Ella vivía solo un tanto más lejos rumbo a la autopista.
No podía ser coincidencia. Nada sucedía por amor al arte.
El destino los había unido por algo y aunque ella no supiera que planes tenía el Creador se conformó con saber que ante ella, estaba una de las personas más fieles que hubiera conocido.
-Deja a otra persona en la puerta – le dijo Daniela – no es justo que hagas de custodio cuando todo el sacrificio por así decirlo fue tuyo.
-Es verdad, ya casi todos los muchachos están dentro – habló Diana – Los pocos que faltan estarán por llegar y Gabriel no está aquí.
Diana se acercó a un muchacho y le habló al oído. Al instante este asintió con la cabeza y dejó a su invitada para tomar el lugar al lado de la entrada tomando los nombres.
-Si ves que en veinte minutos nadie más entra, cierra la verja – le instruyó Diana – no queremos asuntos inesperados.
Las dos amigas dejadas las instrucciones se apartaron a un rincón alejado del ruido y los gritos de alegría. Daniela se alegraba de que su traicionero hermano no hubiera ido.
-No trajiste alcohol a la fiesta ¿verdad? – Preguntó Daniela con una ceja alzada – no queremos alumnos borrachos y profesores fuera de sí.
-¿Daniela por quien me tomas? – Río divertida Diana – ¡por supuesto que no! Lo único que buscamos fue abundante malta y refrescos. Y de alimento sólido…
Ella miró a la mesa del centro de la fiesta abultada por las delicias que contenía. Se encogió de hombros y enfatizó con picardía volviendo a observar a su amiga.
-¡No debes preocuparte por nada, mi madre es quisquillosa en cuanto a lo de las celebraciones!
-¿Tan buena es? – Le siguió Daniela el juego – Nunca pensé que tu madre haría una fiesta tan grande.
-¡Ni te imaginas! – Sonrió con picardía – Cuando hablamos de estos tipos de temas, ella es la mejor.
Diana aún de lejos vio como abrían la verja. De seguro los que faltaban estaban allí. Miró como un grupo de gente se introducía a la fiesta. Pero su respiración de pronto se le entrecortó…
Samuel venía junto con Carlos. Simplemente no pudo describir lo que sintió al verle vestido de traje negro.
Traje negro, corbata negra, pelo negro, ojos azules: la combinación de la seducción encarnada y el color de su funeral seguro.
A pesar de que llevaba un antifaz era imposible no reconocer a la única persona que podía revivir al mar en sus propios ojos. No olvidaba lo que le había hecho días atrás. Pero tampoco se le iba de la cabeza que no era fácil escapar de Samuel, debido al fuerte campo de seducción que destilaba.
-¡Daniela tengo que escapar! – El miedo destiló de su voz – si no me voy a otra lugar mi autocontrol se hará pedazos.
-Diana, parece que has visto un… - Daniela se puso pálida pero no por las mismas razones que su amiga- ¡Oh no! ¡No me hagas esto Dios!
Lesder entró después de la turba de gente.
-Diana, ¿has invitado a Lesder? - preguntó ella con miedo – ¡Dime, por favor, que no lo has hecho!
-¡No!, ¿¡cómo crees!? – Se defendió – seguramente le invitó otra persona. No eres la única que lo conoce Daniela.
Las dos estaban nerviosas y no era para menos. La tentación acechaba por todas partes y planeaba devorarlas.
-Diana, creo que tenemos que separarnos – habló Daniela ahogada –no creo poder soportar a Lesder esta noche. Estoy sensible y no quiero herirle.
-¡Habla para ti misma! – masculló Diana – si Samuel se me acerca lo tendré que abofetear.
Miraron hacia donde la puerta, pero ya los chicos se habían dispersado por la fiesta. Podían estar en cualquier parte planeando un ataque sorpresa.
Samuel observaba desde un punto lejano a la chica que le quería confesar su amor. Desde un principio, todo había comenzado con un enfrentamiento. Una rivalidad fue el inicio para el sentimiento traidor, que poco a poco se coló en su corazón.
Tarde se dio cuenta de que estaba perdidamente enamorado y eso le gustó.
Porque si Diana no fuera tan terca, testaruda, bella, valiente y tan pero tan inocente. Fuera diferente la historia que se contaría. Su inocencia la marcaba con un sello irresistible y provocador que invitaba a los chicos como él a probar lo que nunca pudieron obtener.
¿Por qué?…. ¿Por qué su pasado no la había mutilado y de alguna forma la había sentenciado a cambiar? Ella cambió pero hacia un mundo totalmente contrario al de él.
¡Cuánto diera Samuel por volver a tener esos sueños! Los mismos deseos de creer que algo superior los cuidaba y los guiaba.
Nadie lo había guiado en su camino de piedras afiladas y espinas. Él solito forjó por así decirlo su personalidad. Dios no tuvo nada que ver. Además, ¿Dónde estaba Dios cuando su madre murió? ¿Dónde estaba Dios cuando su padre los había abandonado? Dios no le sanó cuando las marcas del cinto de cuero en su infancia le desgarraron la piel. No estuvo mientras lloraba por las noches pidiendo que todo fuera un sueño.
Esto era la vida real. Era real lo que sentía a pesar de que la chica se negara a entender que existe algo llamado química entre almas. Diana era para Samuel, así como Samuel lo era para Diana.
Avanzó entre la multitud y puso la mirada fija en su objetivo.
Diana sintió un escalofrío y su cuerpo la forzó a mirar para un lugar en específico. Ella y Daniela parecían guardas fronterizos identificando el enemigo más cercano para dispararle. Pero el caso era que sus rivales eran como lobos de caza.
Le temblaron los pies cuando vio que Samuel avanzaba hacia ella.
Negro y blanco. Fuego y agua. Pasión y prudencia. Pecado y Santidad. Tinieblas y Luz.
Eso los representaba…
Ella se separó de al lado de Daniela. Se adentró entre los chicos que bailaban y conversaban. Corrió lo más que pudo.
Daniela llamaba a su amiga pero calló cuando notó a Lesder a metros de ella.
¿Qué era esto?, ¿una película de terror?
Daniela se envaró en el sitio, pero sus pies lograron responderle y la ayudaron a caminar tres pasos, solo antes de que Lesder la tomara por una mano y la atrajera hacia él contra su pecho.
Luego con extrema delicadeza la tomó y la puso frente a él.
-¿¡Por qué huyes de mí!? – dijo entre enfadado y confundido – no te voy a comer… o al menos no pienso hacerlo hoy.
Sus palabras contenían un deje de humor, pero también de algo que la chica no pudo descifrar. Se encontraba noqueada por el ambiente y por las extrañas sensaciones que recorrían su cuerpo al sentir la mano de Lesder sobre su hombro.
-No huyo de ti – mintió descaradamente – solo estaba buscando a mi amiga.
-¡La chica de máscara blanca y ropa en conjunto!… – se carcajeó Lesder –Sé que la conozco pero salió huyendo de ti o algo habrá pasado.
Daniela huyó de la aproximación que tenían.
Para ella ese simple gesto era íntimo aunque pudiera ser que para él no lo fuera. Lesder cantaba su triunfo por dentro. Ya podía jugar cartas y descubrir de una vez por todas si Daniela era la solución a su incertidumbre.
-Quiero que vengas conmigo Daniela – le dijo él esta vez más serio – quiero que me alumbres con tu visión espiritual.
-¡No pienso ir contigo a ninguna parte! – Reclamó ella – conozco que es lo que piensas hacer y no lo vas a lograr.
Lesder se acercó a ella. Se inclinó un poco y le susurró al oído:
-¿Qué es lo que temes? – Su voz fue gruesa y ligera – ¿qué pueda seducirte? ¿Qué pueda besarte?…
Daniela quería escapar pero no podía. Lesder la acarició casi con sus labios al referirle.
-¿O tienes miedo de perder la compostura y lanzarte a mis brazos? –
Ella le empujó y él lanzó una carcajada.
-Por eso es que me agradas. La eterna Princesa de Hielo – Lesder se burló simulando un escalofrió – ¡No seas tan fría por favor!
-Lesder, te lo voy a volver a repetir, no voy a ningún lado contigo – Daniela contrajo el rostro – ¡Nunca voy a confiar en ti!
El joven esta vez cambió totalmente. Sus ojos reflejaron la más completa ira.
-En verdad eres experta en ponerme a prueba – la agarró por una mano – ¡ven aquí!
Tomó a Daniela y la subió a su hombro. La llevaba como un saco de papas por toda la fiesta y entre el tumulto de gente. Ella gritaba pero nadie le hacía caso.
-¡Es que joder, nadie va a ayudarme! – Gritó ella – Ayudaaaa, es un loco pervertido
-¿¡Pervertido!? – se ofendió él y la sacudió un poco – cuida tus palabras, profeta de pacotilla.
Mientras tanto Diana seguía huyendo con el corazón en la boca. Él no había pagado para estar allí, así que como diantres había entrado…
¡Carlos! … Ese traidor. Por eso en la lista bajo el nombre de Carlos, había personas pagadas para entrar. Ella no había hecho la lista, así que solo se dio cuenta cuando era demasiado tarde para corregir a Alexa.
Otra traidora más. Que fuera orando porque la iba a escarmentar de alguna forma.
¿Por qué no le dijo de la persona pagada?
Diana subió unas escaleras que daban a un balcón. Allí solo había poca gente a diferencia del lugar de abajo. Por lo que veía, los muchachos que fumaban se retiraban a ese rincón para luego terminar y volver a la fiesta.
Se recostó de una baranda y puso una mano sobre su corazón.
Pero fue inútil porque volvió a acelerarse cuando notó a Samuel subiendo los escalones hacia ella lentamente. Sin quererlo su cuerpo se estremeció.
Samuel se quitó la máscara y sonrió con diversión. Era una escena típica de películas. Diana daba a entender que era el conejito asustado y que él era el lobo despreciable.
Cuando estuvo frente a ella le habló con rudeza.
-¡Me has hecho correr la fiesta entera! Podrías dejar de ser tan infantil – se quitó sudor inexistente de su frente con sarcasmo – Te dije que este momento llegaría.
Diana tragó saliva y se apretó más contra la barandilla.
-Samuel, aléjate de mí de una vez. Tú no entiendes lo que pones en riesgo al acercarte en mí. Ni lo que destruyes en mi vida al hacerlo.
Samuel puso los brazos a cada lado de su cuerpo. De tal modo que ella quedara contra él sin más escapatoria que aceptar todo de su persona. Era eso o lanzarse al vació que tenía detrás.
-Qué ironía, verdad Diana – susurró acercándose más – creo que tengo un deja-vu sobre esto.
Diana se encerró en sí misma y halló el valor para responderle. No valía la pena escapar de las situaciones, había que enfrentarlas y superarlas. Puso las manos contra su pecho y lo alejó moderadamente para no dejar salir su ira.
-El día que seas lo suficientemente hombre, entenderás que no a todas las chicas le gustan este tipo de cosas. Por muy bueno que aparente ser lo que me tienes que ofrecer. Mi espíritu y mi alma no te desean, en cambio mi cuerpo y carne se rebelan contra mí.
Samuel se ofendió y la tomó por una mano.
-Eres una chiquilla orgullosa. Lo único que te detiene de aceptarme son las reglas de tu mundo religioso que en un final restringen el verdadero goce de la libertad.
-¿¡Libertad!? ¡De qué libertad me hablas cuando en definitiva estás aquí frente a mí! – Ella intentó zafarse enojada – Desesperadamente crees que teniéndome a mí, llenarás el vació de tu ego roto.
-No Diana, teniéndote a ti, probaré algo que hasta ahora no había sentido – los ojos de Samuel brillaron con emoción
Ella por fin logró soltar su mano.
Algo le decía que huyera totalmente. Samuel nunca entendería sus percepciones ni tampoco sus protestas por a cada segundo rechazarle.
-¡Qué probarás! – dijo ella con rabia y apretando los dientes –O mejor dicho que comprobarás Samuel. Te darás por satisfecho una vez que quede mancillada por el rastro inconfundible del pecado. Viví en ese mundo una vez y no quiero volver a repetir mis errores.
-¡No querida! – susurró el alzando su barbilla con el brillo del deseo en los ojos – comprobaré que en realidad me estaba conteniendo durante mucho tiempo. Que en realidad debí dejarte claro lo que sentía.
Samuel sintió un fuego recorrer sus entrañas. Era nuevo, era especial, un mundo desconocido que prometía placeres escondidos.
¿Así se sentía desear a una persona hasta el punto de rayar la locura?
Hasta ese momento él había sido deseado por casi todas las chicas. En su antiguo instituto las miradas de las chicas se posaban en su persona cada tres segundos. Tuvo parejas ocasionales, pero todas terminaban en un adiós y sin rencores.
Cuando iniciaba algo lo culminaba de manera calmada.
Pero… Nunca sucedió que él fuera el que deseara estar con otra persona. Para decirlo mejor…
No había puesto el corazón en ninguno de sus ligues anteriores.
-¡Así quieres decirme que soy tu ligue de consuelo! – Gritó Diana – No Samuel, por mí puedes esperar sentado.
-¡Diana! , ¡Diana! – le dijo Samuel con la mirada caída y negando con la cabeza – Yo te llevaré a la oscuridad pero tú nunca me podrás jalar hacia la luz. Porque esa luz que proclamas fue la que se llevó mi felicidad.
-¿Qué es lo que estás diciendo desquiciado? – Esta vez Diana no tuvo reparos en airarse – Sabes a quien estás insultando al decir esas cosas.
Samuel se carcajeó en su cara.
-¡Si Diana! Tu Dios no puede nunca estar cuando más se le necesita. Acaso no ves que el pretexto que utilizas son las normas de un ente inexistente.
-Samuel, quiero y no volveré a decírtelo, que te alejes de mí – le repitió Diana queriendo que todo terminara allí mismo.
Entonces como por arte de magia. Toda la rabia, todo el enojo, todo lo malo que sentía lo dejó salir. El rechazo continuo de Diana fue dándole a la fuente como el cántaro. Sintió como se rompía algo en su interior y se abalanzó a por ella.
Con pura rabia la asió por una mano y le expresó:
-¿Dónde estaba Dios cuando mi madre murió? Respóndeme de una buena vez si crees poder defenderle. ¿Dónde se encontraba cuando mi padre me dejó de niño con el corazón roto? – Samuel le apretaba cada vez más el brazo a la vez que ella forcejeaba – Noche tras noche veía a mi madre orándole a tu Dios pero nunca respondió a las lágrimas de ella…
-¡Suéltame por favor! ¡Suéltame, me estás haciendo daño! – mascullaba Diana completamente asustada
-Dios no me defendió cuando todos se burlaban de mí. Dios nunca me consoló cuando traté de preguntarle el porqué de mi sufrimiento. Así que decidí forjar mi propio camino alejado de lo que un día profesaron mis padres.
Diana miró a los ojos de Samuel y notó que estaba llorando. Nunca había visto a un hombre llorar. Pues en la sociedad se cree erróneamente que llorar es símbolo de debilidad. Se encontraban en un error. Llorar conociendo que algo está mal en nuestra vida es símbolo de humildad.
No era el caso en ese momento. Rabia y dolor destilaban de los ojos del chico que por primera vez le contaba a Diana lo que ni siquiera le pudo sacar su abuelo. Sus heridas habían sido demasiado profundas para que otro las sanara.
Aunque Diana no comprendía porque se abría a ella.
Dios era el único capaz de mitigar tanta amargura. Solo su poder de una forma milagrosa lograría salvarle.
-¡Basta ya! – dijo ella apartándole y también llorando – porque me estás contando todo esto a mí.
-Diana, te necesito – dijo él agonizando – por primera vez en mi vida yo…
-¿Tu qué, Samuel? – Habló ella quitándose la máscara para secarse los ojos - ¿Qué es lo que quieres de mí? ¡Ya no puedo más con esto!…
-¡Esto es demasiado para mí! – Confesó él pasándose la mano por el pelo– por primera vez comenzaré desde cero. Diana, quiero que seas mi amiga.
Era mentira. Pero por primera vez Samuel sintió miedo de lo que sentía. Si le decía que le amaba ahí sí que Diana le daría calabazas.
-¿Eso es todo? – Dijo ella hecha un temblor – Samuel no me mientas, no me contaste todo eso para volverte mi amigo, ¿qué es lo que tramas?
Diana le reprochó con voz alterada. La situación se había descontrolado como siempre pasaba cada vez que estaba cerca de ese chico.
-Dime, ¿qué es lo que tratas de hacer? ¿Por qué de repente cambias como si fueras otra persona? ¿¡Con qué clase de locos me encuentro!? – lo último lo dijo volteándose y mirando hacia el cielo.
Luego pasó con largos pasos por al lado de Samuel hacia la fiesta.
Allí quedó él solo en el balcón. No tenía el valor para decir las dos palabras que una vez había odiado. Ahora que sentía la flecha del amor se encontró con un reflejo de su vida débil y vulnerable.
Y a él no le gustaba esa parte. Se apretó el pecho con una mano y verificó con algo de miedo que su corazón latía como un caballo desenfrenado. Sus manos estaban sudando y todo su cuerpo hervía.
¡Diana lo tenía desquiciado!
Se pasó la mano nuevamente por el pelo y se recostó en la barandilla. Vio que Carlos subía los escalones con una chica.
-¡Esta es nueva! – Le dijo Samuel con una mirada de burla hacia su amigo – ¡cuánto durará hasta que le rompas el corazón!
La muchacha asesinó a Samuel con la vista para luego apretarse contra Carlos.
-¡Amigo, por lo visto no estás de humor para verme disfrutar la noche! – Dijo Carlos burlón - ¿Le has confesado lo que sentías a Diana?
Samuel salió de su posición y lentamente caminó hacia los escalones para descender a la celebración. Carlos lo llamó pero él caminó sin hacerle caso.