⚠️ Contiene suicidio, depresión, transtorno de estrés postraumático, dependencia emocional, violencia, abuso, rasgos de psicopatía, sadismo, contenido +18 (censurado) y una relación poliamorosa.
John, un omega que se ha cansado de vivir. Decide que ya no hay sentido alguno, se sumerge en el lago pinos susurrantes y allí deja escapar su vida. Tercer intento fallido, pero ahora todo es diferente. Al parecer en ese mundo nadie conoce a los omegas y la persona que más le hizo daño, ha muerto. John descubre en este mundo la delicadeza que las personas pueden tener pero que él nunca conoció en su antiguo mundo, el doctor Jeison. El Dr se muestra amable, atento y cuidadoso de una manera que John no ha experimentado. Lleno de cicatrices tanto en su cuerpo como en su corazón, ignora el hecho de que quien acaricia su nariz es un lobo disfrazado de oveja.
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Entre la muerte y la flor.
John
Mi timidez ganó nuevamente, y no tuve la valentía de preguntar y aclarar mis dudas.
–¿No vas a comer? –preguntó Jeison.
–Sí, lo haré –afirmé. Corrí mi plato vacío y tomé una de las cajas. Abrí su envoltura. Era un postre de crema y fresas. Tomé una fresa y la comí. Estaba lleno, pero, aun así, comería lo que John había traído para mí.
–No tienes que comer, John. Acabas de desayunar. Puede darte una indigestión –sugirió Manuel. Mi boca estaba llena para responder. Jeison, con sus ojos afilados y amenazantes, intimidó a Manuel hasta el punto en que este desvió la mirada con nerviosismo. –O puedes comértelos todos si quieres–
–Sí, lo haré –respondí sonriendo. Terminé con el que estaba comiendo y, sin darme cuenta, llevaba tres cajas vacías y estaba por la cuarta. Mi estómago estaba demasiado lleno, pero, aun así, no quería desperdiciar ningún bocado.
–Está bien, ya es suficiente –Jeison se levantó y quitó el postre que estaba comiendo. –No puedes comértelos todos de una sola vez–
–Sí, puedo. Lo haré –dije tomando el postre nuevamente.
–John, detente –Jeison alzó la voz. Mis ojos se humedecieron. Si debía comer todo esto para que Jeison no se molestara por haber recibido el postre de la doctora, lo haría.
–Puedo –insistí.
–Detente, John –esta vez bajó la voz, pero sonaba aún más amenazante.
Tomé lo que quedaba y lo metí todo en mi boca. Sentí el fuerte jalón de Jeison sacándome del asiento. No pude contener mis lágrimas y estas fluyeron por mi rostro.
–¡Déjame, los comeré todos! –insistí una vez más. Estaba nervioso y me sentía desesperado. –¡Si tengo que comerlos para que no estés enojado, lo haré! –Mis manos temblorosas golpearon su pecho. Traté de empujarlo, pero él era más fuerte.
–Si no te detienes ahora… –seguí golpeando su pecho, mi corazón dolía y no podía evitar llorar. Mis piernas se debilitaron y, sin fuerzas, me dejé caer sobre el cuerpo de Jeison. Él me atrapó. El desánimo se apoderó de mí dejando un vacío en mi pecho.
–¿Me vas a hacer daño también? –pregunté. De todas maneras, no era nadie, solo una ínfima existencia que vagaba entre querer la muerte y la vida.
Jeison juntó nuestras frentes. Abrí mis ojos y sus amables ojos verdes aparecieron de nuevo.
–Me vas a volver loco –dijo. Sentí una punzada en mi pecho al escuchar su voz. –Perdóname –musitó. Mis lágrimas salieron con más fuerza. No merecía esto. No era digno de que me pidieran perdón. Escondí mi rostro en el pecho de Jeison y, esta vez, no lo alejé. Quería tenerlo más cerca. Quería sentir su olor y su esencia. Escuchar el corazón que me amaba. ¿Por qué lloraba? ¿Por miedo? ¿Por amor? ¿Por la impotencia de saber que no podía ser nada más que este maldito mar de lágrimas? Jeison no dijo nada más y yo lo agradecí. Solo quería quedarme así en sus brazos. Era cálido.
–¿Me tienes miedo? –preguntó Jeison, sacando mi cara de su pecho. Su mano me sujetaba con fuerza. Tragué la saliva que reposaba en mi boca.
–Yo… yo realmente no quiero temerte –sus ojos hicieron una expresión que nunca había visto en él. No estaba molesto, pero tampoco había alegría o placer en ellos.
–¿Qué voy a hacer contigo, John? ¿Por qué siento que voy a morir justo ahora? –No sabía, pero si él moría, entonces yo me iría con él. Ya no le temía a la muerte y me había acostumbrado tanto a su presencia y su cuidado que si no estaban, la vida sería insoportable.
–Yo simplemente no sé cómo hacer esto –Jeison me levantó en sus brazos. A él le gustaba hacerlo y a mí me encantaba aún más. Me aferré a su cuello y me recosté en su pecho.
–Perdóname, yo no… –quería disculparme, pero Jeison me dejó en la cama y salió de la habitación antes de que pudiera terminar la oración.
Todo había estado tan bien. Los días se hacían más bonitos y los despertares menos horribles. Había dejado de pensar que respirar y comer era un desperdicio, que otras personas que amaran la vida lo merecían más que yo. Que era una vergüenza para la existencia misma. Pero lo había arruinado todo. Las punzadas en mi pecho se sentían como cuchillas que solo buscaban lastimarme, porque no me darían el honor de matarme.
Jeison
Él me tenía miedo y aun así sus ojos se ahogaban en culpa. Debería disfrutar y deleitarme con el terror que irradiaban sus ojos. Era insólito que lo único que hubieran causado sus lágrimas de desesperación fuera este sentimiento extraño y desgarrador en mi pecho. Había visto sufrir y torturado a hombres, sin sentir ni una sola gota de culpa. Manipulé y jugué con las personas, era adictivo ver cómo caían en un agujero de súplicas y perdón. Pero… ver a John desesperado mostrando su valía no se sintió para nada excitante. Este no era yo.
Detuve el auto frente a la casa. Bajé de él y toqué el timbre una y otra vez, sabía que no estaba trabajando y ella debía estar en la casa. Un hombre de gran tamaño y barbudo salió, parecía uno de esos tipos en cuero que andan en su motocicleta por todo el país.
–¿Qué necesita? –preguntó el hombre abriendo la puerta.
–A la Dra. Parker –contesté.
–Ella no se encuentra –respondió, pero sabía por la expresión en su rostro y los ruidos dentro de la casa que no era así. No tenían hijos, lo único que podía ser era ella. Pasé dentro de la casa empujando al hombre contra la pared. Este, con el rostro sorprendido, no puso resistencia.
–La buscaré yo mismo –dije, pasando. La casa era demasiado angosta. Era normal, la doctora estaba pasando por un mal momento económico.
–¡Oye! –escuché gritar al tipo. Volteé rápidamente y bloqueé el bate. Lo tomé y lo jalé hacia mí con fuerza; al moverme, el tipo cayó al suelo. La doctora Emily salió de una de las habitaciones con un delantal puesto.
–Doctora –dije. Ella auxilió a su marido, que aún se encontraba en el piso. –Necesito charlar con usted. –El marido y la doctora se pusieron de pie.
–¿Pero qué estás haciendo aquí? ¿Por qué entras golpeando a mi esposo? –preguntó enojada. Su marido, por otro lado, se escondió detrás de su mujer avergonzado. Sí, esta sensación de deleite era la que normalmente sentía.
–Ya le dije, vine a hablar con usted y respecto a su marido, él me atacó primero –confesé.
La doctora puso sus manos en su cabeza con un resignado "ah". Se quitó el delantal y la seguí hasta la sala; allí ambos nos sentamos.
–Bien, dime qué fue.
–John está mal, creo que le he causado una crisis –la expresión de la doctora cambió instantáneamente de enojo a preocupación.
–Estábamos yendo tan bien, ¿qué fue lo que pasó? –quiso saber.
¿Era necesario contar toda la historia? Realmente ya no importaba, ni siquiera sabía por qué estaba aquí. Ya había hecho más que suficiente por John, aun así no se sentía como tal.
–Creo que lo asusté. Me enojé porque le llevaste ese postre y cuando yo traje, él se los empezó a comer como loco. –La doctora frunció el ceño.
–Por Dios, Jeison, somos colegas de distintos campos. Cualquier evento que desencadene recuerdos del pasado va a ser un detonante para John, sabes cómo funciona el trastorno de estrés postraumático. Seguramente pensó que con eso iba a aliviar tu enojo. Puede que haya desencadenado un episodio de depresión, pero… aun así, ¿por qué te enojaste por algo tan trivial? –preguntó.
–Porque yo le puedo dar todo, él no necesita de nadie más –respondí.
–Puede que sea cierto, pero socializar es importante, estos gestos pueden ser un impacto positivo en John. Él no confía en nadie más que en ti y, aunque puede ser algo bueno, debe empezar a restaurar sus habilidades sociales e incluso personales. El mundo no siempre es cruel, hay cosas bellas que John merece y tiene todo el derecho de conocer. No importa si su novio loco y posesivo no está de acuerdo. –Esto era una locura. John no necesitaba nada de eso, él me tenía a mí. –Y deja de mirarme como si quisieras matarme. –
–No es mi novio –aclaré.
–¿Quieres que John mejore? –preguntó la doctora Emily sin inmutarse.
Quería que mejorara, quería que sonriera y no quería que él quisiera volver a morir porque si lo hacía… pero quería que todo eso fuera conmigo.
Lo que la doctora proponía podía hacer que John no me necesitara y, si él no me necesita, no había motivos para que se quedara conmigo. La mentira sobre que era sospechoso del asesinato de su familia no lo iba a retener en la casa. John tenía un espíritu roto, pero aun así decidido y fuerte. Si se le devolvía la esperanza, él desaparecería de mi vida.
–Lo que realmente quiero es que dejes de ver a John –respondí.