El Mago Que Quemó Todo

Lysander caminaba junto a su padrino Theron, su bolsa rebotando contra su pierna con cada paso emocionado que daba. El aire de la mañana era fresco y vigorizante, cargado con la promesa de nuevas aventuras y conocimientos por descubrir.

A pesar de la insistencia de su padre en acompañarlo hasta la entrada de la academia, Lysander había declinado cortésmente la oferta. Sabía que Cedric era un mago famoso, reconocido por su papel fundamental en la derrota de los magos oscuros hace doce años. Si bien Lysander estaba orgulloso de los logros de su padre, también deseaba forjar su propio camino sin la sombra de esa fama.

Theron, comprendiendo los sentimientos de su ahijado, se ofreció a acompañarlo en su lugar. Caminaron juntos, charlando y riendo, hasta que llegaron al punto de encuentro designado para los nuevos estudiantes.

Una multitud de jóvenes magos y brujas ya se había reunido, sus voces llenando el aire con un zumbido de emoción y nerviosismo. Lysander miró a su alrededor, tratando de absorber cada detalle de sus futuros compañeros de clase.

En ese momento, una figura imponente emergió de entre la multitud. Era una mujer alta y esbelta, con largo cabello negro y ojos que parecían brillar con un fuego interno. Su túnica de un profundo azul medianoche ondeaba suavemente con cada paso que daba.

—Bienvenidos, nuevos estudiantes —dijo la mujer, su voz clara y autoritaria—. Soy la profesora Rowena Moonshade, y es un placer darles la bienvenida a la Academia de Magia.

Un murmullo de emoción recorrió la multitud, y Lysander sintió que su corazón se aceleraba. Ese era el momento que había estado esperando, el comienzo de su viaje para convertirse en un mago poderoso y hábil como su padre.

Theron le dio un apretón tranquilizador en el hombro.

—Vas a brillar, Lysander. Recuerda, estás aquí para aprender y crecer.

Lysander asintió, absorbiendo las sabias palabras de su padrino. Con una última sonrisa de agradecimiento, se unió a sus compañeros, listo para sumergirse en el mundo de la magia.

Mientras la profesora Moonshade comenzaba su discurso de bienvenida, Lysander no pudo evitar sentir una emoción vertiginosa.

Mientras Lysander seguía a la profesora Moonshade y a sus compañeros hacia el interior de la academia, sus ojos se posaron en una imponente estatua que dominaba el centro del patio. Al acercarse, se dio cuenta de que la figura tallada en piedra no era otro que su propio padre, Cedric, capturado en una pose de gran poder mágico.

La estatua mostraba a Cedric con los brazos extendidos, su rostro cincelado en una expresión de concentración intensa. De sus manos brotaban haces de energía mágica, como si estuviera invocando un hechizo de inmenso poder. La atención al detalle era asombrosa, desde los pliegues de su túnica hasta la determinación en sus ojos.

Alrededor de Lysander, los murmullos de sus compañeros comenzaron a crecer en volumen. Algunos señalaban la estatua con asombro, mientras que otros susurraban el nombre de Cedric con reverencia. Era evidente que la reputación de su padre como un mago legendario lo precedía.

La profesora Moonshade, al notar la creciente distracción, intervino con voz firme.

—Sí, este es Cedric, el mago que derrotó a los magos oscuros hace doce años. Su poder y habilidad son ciertamente dignos de admiración. Pero recuerden, cada uno de ustedes tiene el potencial de alcanzar la grandeza a su manera.

Sus palabras captaron la atención de los estudiantes, que se volvieron para escucharla con atención.

—Si se aplican en sus estudios, practican con diligencia y no se dejan distraer por la fama o las habladurías, pueden convertirse en magos tan formidables como el que ven ante ustedes.

Lysander escuchó las palabras de la profesora, pero su mirada seguía fija en la estatua de su padre. Por primera vez, vio a Cedric no solo como su amoroso progenitor, sino como una figura de asombroso poder e influencia. Una mezcla de orgullo y asombro se hinchó en su pecho.

Lysander apartó la mirada de la estatua y siguió a la profesora Moonshade hacia el interior de la academia.

Mientras la profesora Moonshade guiaba al grupo de estudiantes a través de los pasillos de la Academia de Magia, Lysander sintió un ligero toque en su hombro. Al darse la vuelta, se encontró con el rostro familiar de Moros Blackthorn.

—Hola, Lysander —susurró Moros, su expresión una mezcla de alivio y nerviosismo—. Lamento haberme marchado de repente el otro día.

Lysander sonrió, contento de volver a ver a su nuevo amigo.

—No te preocupes por eso, Moros. Me alegra volverte a ver.

Moros asintió, sus ojos oscuros brillando con una chispa de emoción.

—Sí, lo siento por escapar el otro día. Mi madre me advirtió que no me acercara demasiado a los magos adultos. Ella cree que son peligrosos.

Lysander frunció el ceño, confundido por las palabras de Moros. Antes de que pudiera responder, la voz firme de la profesora Moonshade retumbó en el pasillo.

—Señor Blackthorn, señor Thornfield, dejen de cuchichear y presten atención. Estamos por llegar al Salón de Duelos.

Lysander y Moros se miraron, sus ojos se abrieron con asombro. Rápidamente, se apresuraron a seguir al grupo, caminando junto a la profesora Moonshade.

La mirada de Lysander se clavó en la arena de duelo, donde dos magos mayores se enfrentaban en un impresionante combate. Haces de energía de diferentes colores surcaban el aire, chocando en explosiones de luz y poder.

Un joven mago corpulento invocaba poderosos hechizos de tierra, haciendo temblar el suelo y levantando muros de roca del piso. Su oponente, una bruja esbelta y ágil, respondía con ráfagas de luz cegadora, desintegrando las defensas de su adversario.

Lysander observaba, completamente cautivado, mientras la batalla alcanzaba su clímax. Podía sentir la fuerza de la magia fluyendo a su alrededor, casi como una brisa cargada de energía eléctrica.

A su lado, Moros también miraba boquiabierto, sus ojos oscuros reflejando los destellos de los hechizos.

La profesora Moonshade se acercó a ellos, notando su fascinación. —Una demostración impresionante, ¿no es así? —dijo, su voz teñida de orgullo—. Estos son algunos de nuestros mejores duelistas, mostrando el dominio de la magia elemental de tierra y luz.

Aunque decepcionado por tener que alejarse de la emocionante batalla, Lysander siguió a la profesora y al grupo hacia otra sección de la academia. Sin embargo, su mente permanecía en la arena, reviviendo cada destello de magia y cada movimiento estratégico.

Mientras caminaban, Lysander se inclinó hacia Moros, sus ojos brillando con determinación.

—¿Viste esos hechizos? ¡Eran asombrosos! Imagina que lleguemos a ese nivel.

Moros asintió, emocionado.

—¡Sí! Espero que algún día podamos participar en duelos así. Sería increíble dominar la magia elemental de esa manera.

Lysander sonrió, su corazón rebosante de entusiasmo. Sabía que el camino sería largo y desafiante,