Edward Sackler El CEO Cruel Y Despiadado

Por fin llegaron al penthouse y Edward le indico a Alice que saliera del ascensor extendiendo su brazo. Margaret estaba parada en el recibidor esperándolos, y le dijo a Edward.

–Bienvenido señor Sackler. Esward ni siquiera volteó a ver a la anciana, dio una mirada seria a Alice para después decir–Margaret, ella es Alice, ahora mi esposa. –Alice ella es Margaret mi ama de llaves. 

Margaret quien era una persona mayor y sumamente seria tenía un semblante aún más oscuro que Edward, solamente asintió con la cabeza y se retiró ni siquiera le dirigió una palabra a Alice esto la dejó pensando, así que tuvo que preguntarle a Edward en dónde se quedaría ella porque Margaret no le dio tiempo ni de saludarla.

Edward con una mueca de desagrado y un tono bastante ronco y frío le dijo. –Alice ¿Acaso no te has dado cuenta que ese es el menor de tus problemas?. Ella desconcertada veía furia en los ojos de Edward, sintió un escalofrío recorrer su espalda, cuándo una voz femenina la sacó de sus pensamientos.

–Seños Sackler todo está listo. Dijo Margaret, Edward quién se había sentado en un sofá del salón se puso rápidamente de pie para indicarle a Alice que lo acompañara. –¡Vamos! le dijo Edward a Alice, esté empezó a caminar y trás él iba Margaret tal y como un perro fiel sigue a su amo a Alice ésto le causó una mala impresión, tuvo una corazonada de que Margaret era de carácter difícil y no se llevarían para nada bien, se quedó parada en la entrada del salón sin decir nada ni hacer ningún movimiento. Edward se percató del problema y le dijo. –¿Acaso no escuchas?

Alice al momento salió de sus pensamientos y sin ánimo alguno empezó a caminar atrás de Margaret, se detuvieron al pie de la escalera y Edward le dió indicaciones a la mujer. –Margaret encárgate de ella, yo me retiro. Dicho esto se dispuso a dar la vuelta para salir por el ascensor. 

Alice que por unos breves instantes se quedó perpleja, dijo con un fuerte y molesto tono de voz. –¿Es en serio, Edward? ¿Vinimos hasta acá para que según tú me dejaras a cargo de tú empleada y tú te dispongas a marcharte? Estaba muy molesta. 

Edward volteo y con el rostro desencajado se acercó demasiado a Alice, tanto que podían ver más allá de sus ojos el uno del otro. –Mira Alice esto no es un cuento de hadas para ti, será absolutamente todo lo contrario. Aquí no serás feliz, más bien serás desdichada tu y yo sólo somos esposos puertas afuera, pero dentro de esta casa de ser posible mejor guarda tú distancia y no te cruces en mi camino. Estarás aquí sólo por tres semanas ya que tú abuelo tuvo la brillante idea de querer obligarme a ir a vivir a su mansión, en tres semanas él se irá tanto de la compañía cómo de la ciudad así que sólo por eso acepte su oferta pero tú vivirás haya y yo me quedaré aquí y sólo en caso de ser necesario nos veremos. Le dijo todo esto con tanta furia que la hizo sentirse realmente mal, ella ya sabía que su matrimonio era una farsa, pero no entendía por qué le causaba tanto desagrado y repulsión su presencia. 

Alice con la cara roja llena de irá, le respondió. –Por supuesto que sé que esto no es un matrimonio real, no soy estúpida lo entiendo perfectamente y claro en eso estoy de acuerdo contigo, es mejor vivir cada quién por separado. Eres tan desagradable que no creo que haya persona alguna en el mundo que quiera estar a tu lado. Le recrimino Alice subiendo las escaleras llena de furia y pidiéndole a Margaret que le indique cuál es su habitación. 

Edward furioso por la respuesta de Alice entró al ascensor y aplastó el botón de la planta baja. Estaba que echaba chispas de coraje. –Maldita sea, está no será una mujer fácil de tratar. Pensó para sí mismo ya que no estaba acostumbrado a que le llevaran la contraria.

Por lo tanto, aún dentro de la casa Margaret le indicó a Alice que la siguiera hasta el final del pasillo, no sin antes pasar frente a la primera puerta al subir las escaleras y mencionó con una actitud fría y seria. –Esta es la habitación principal es la del señor, por nada del mundo debes entrar ahí. Alice reviró los ojos al escuchar a la mujer hablar. Y pensó en voz baja pero audible. –Ni quién quiera entrar ahí, de seguro ese ogro a de tener maquinas de tortura ahi. 

Margaret al escuchar ésto detuvo su andar y volteo a ver a Alice con la cara desencajada y un evidente rostro de molestia queriendo apretar su cuello. Alice tuvo que mostrar una cara dura intentando demostrar que no se iba a doblegar por nada ni por nadie. 

La mujer siguió su camino y de muy mala gana abrió la última puerta del pasillo, para después decirle, –Esta será su habitación. Alice entró en ella era bastante sombría y sin vida los colores completamente monótonos no había nada alegre en ella, así que no pudo evitar hacer una mueca de desagrado al ver todo. 

Alice dirigió su mirada a la mujer para pedirle un favor. –Margaret, ¿Podrías ayudarme a subir mis cosas cuándo las traiga Georgine mi nana? Alice pidió amablemente. –Lo siento, pero yo sólo estoy aquí para servir al señor Sackler. Él me indicó que usted debe hacer todo por sí misma sin mi ayuda. Mencionó Margaret en un todo de desagrado. –Además el señor pidió todo lo necesario para usted, así que no necesita pedir que le traigan absolutamente nada. Todo está listo para usted. 

Margaret dio la vuelta y se retiró rápidamente sin darle oportunidad a Alice de hacer más preguntas. Tras cerrar la puerta se quedó con una cara de confusión, que era lo que estaba sucediendo Edward realmente estaba empeñado en hacerle la vida imposible.

Trato de tomar las cosas con calma ya que sólo serían tres semanas de estar en esa casa viendo caras tan desagradables y por otra parte para ella no había ningún problema en hacer las cosas por sí misma ya que aunque estaba siempre acompañada desdé muy pequeña era muy independiente con la muerte de sus padres y ocupaciones de su abuelo ella tenía muchas cosas que hacer sola ya que Georgine a veces no se daba a basto. También su nana le enseño a cocinar, le decía que ella no podría estar siempre a su lado y que era mejor que aprendiera desdé pequeña así que le tomó el gusto a hacerlo.