Isabella es la hija del Duque Lennox, educada por la realeza desde su niñez. Al cumplir la edad para casarse, es comprometida con el Duque Erik de Cork, un hombre que desconoce los sentimientos y el amor verdadero.
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CAPÍTULO 24 LA PRINCESA ANNA, UNA VISITA INESPERADA
^^^En el reino de Deira^^^
Los pasos de la dama de compañía eran ligeros y rápidos. Se detuvieron frente a las imponentes puertas del palacio de la princesa, y al serle permitido el paso, la joven dama se inclinó respetuosamente.
Dentro, la princesa Anna se encontraba tomando el té, y al ver a su dama de compañía, se levantó con un ímpetu inusual. “Dime, ¿qué noticias me traes?”, preguntó con una impaciencia apenas contenida.
“Princesa, la duquesa se ha negado nuevamente a recibirla, a través de sus sirvientes”, respondió Roberta, una joven de modales finos, hija de los condes Vernabet y amiga de la infancia de la princesa.
“¿Acaso me está menospreciando?”, cuestionó Anna con voz cargada de ira. Desde que se enteró de la presencia de Isabella en el palacio, había intentado en tres ocasiones conocerla, solo para ser rechazada.
La princesa no concebía que la duquesa se atreviera a rechazar a un miembro de la familia real. La ofensa era personal y profunda. Por ello, en un arrebato de indignación, decidió ir al palacio del duque sin ser invitada, sabiendo que, si asistía en persona, no podrían negarle la entrada. Ordenó a su servidumbre que le prepararan el mejor vestido y las joyas más exquisitas, decidida a dejar una impresión imborrable.
^^^En los Aposentos de la Duquesa^^^
Mientras tanto, en el palacio del duque, la calma era palpable. María entró en la recámara con un aguamanil para que Isabella se lavara las manos después de desayunar con la ayuda de su hermana, Antonia.
Al ver a María, Isabella le preguntó: “¿Quién ha venido?”.
“La señorita Roberta de nuevo”, respondió María.
“Ja”, exclamó Antonia con una pizca de burla. “Al parecer esa señorita no se rinde. ¿Qué asuntos tiene con mi hermana? Cuéntame, Isabella, ¿eres cercana a la princesa?”.
El cuestionamiento de Antonia buscaba saber más sobre la relación de su hermana con la realeza, a quien, a pesar de haber despertado hace dos días gracias al tratamiento del médico real, aún se sentía débil.
“Aunque pasé mucho tiempo en el palacio, no tuve la oportunidad de tratar con la princesa, hermana”, respondió Isabella pensativa, extrañada por la insistencia de la princesa Anna.
Un golpe en la puerta interrumpió la conversación. María corrió a abrir. Era un miembro de la servidumbre del palacio principal, quien le comunicó algo al oído.
María le dio discretamente dos monedas de oro y regresó a la habitación con una expresión de profunda preocupación. “Se me ha informado que la princesa se está preparando para venir personalmente hacia acá, mi señora”, les informó a las hermanas Lennox.
Isabella quedó pensativa por un momento, mientras su hermana discutía con María sobre la obstinación de la princesa. Isabella, al igual que todos en la corte, conocía los rumores de que la princesa Anna había pretendido a Erik Cork, quien ahora era su esposo.
Sabía que debía recibirla para evitar otro desplante con la realeza. Con calma, solicitó a su hermana y a María que la ayudaran a prepararse y la llevaran a la sala de té para recibir a su visita.
Antonia, al principio, no estuvo de acuerdo, argumentando que su hermana todavía estaba convaleciente. Pero le dio la razón, y aceptó ayudarla.
Rápidamente, la vistieron con un delicado vestido y la maquillaron sutilmente para disimular su palidez.
A pesar de su debilidad, Isabella se veía radiante y hermosa. El tiempo fue justo. Un guardia anunció que la princesa había llegado. María abrió la puerta de inmediato, inclinó la cabeza sin decir una palabra y con un gesto de su mano indicó el camino.
Anna ingresó con sus dos damas de compañía y, con una orden perentoria, solicitó a sus guardias y servidumbre que la esperaran afuera.
Al entrar en la sala de té, vio a la señorita Antonia tejiendo. Antonia se inclinó ligeramente, saludándola y excusándose por no poder levantarse. La princesa Anna percibió que solo era una excusa.
Isabella, por su parte, también tenía lana en su regazo, una cantidad incluso mayor que la de su hermana. Con una inclinación de cabeza y una tierna sonrisa, le dio la bienvenida a la princesa.
Anna se sintió ofendida. Las hermanas la habían hecho ver como una persona grosera, ya que, según las normas de etiqueta, no se debe interrumpir la práctica del bordado o la costura, conocimientos considerados esenciales para una dama de la nobleza.
María indicó a la princesa que tomara asiento. Sus damas de compañía permanecieron de pie, ya que la sala solo tenía tres sillones y una pequeña mesa en el centro.
“Lamentamos no poder ofrecer una mejor atención a sus damas de compañía, princesa”, expresó Antonia con un tono de voz dulce.
Las damas de compañía, entendiendo el sarcasmo, sabían que había sido un acto deliberado. Simplemente sonrieron, aceptando la disculpa.
“La princesa ha solicitado verme en tres ocasiones, y pido disculpas por no haberla podido recibir”, comenzó Isabella con una voz tranquila y serena. “Mi padre me ha encargado a mi hermana para que me enseñe bien el bordado, una habilidad que no se me ha dado bien, y como usted sabe, estas clases no pueden ser interrumpidas sin una buena justificación, princesa”.
“Lamento ser inoportuna. Me enteré por su servidumbre que había decidido quedarse en el palacio para esperar al duque en su regreso, así que deseaba hacerle compañía de manera amistosa”, respondió la princesa. Sus palabras estaban cuidadosamente elegidas para sonar amables, pero su tono era gélido.
“Qué amable de su parte, princesa. Mi cuñado estará muy agradecido por sus atenciones con su esposa”, expresó Antonia, sintiéndose victoriosa por la forma en que su hermana había manejado la situación.
“Bueno, las guerras suelen durar mucho, y el duque Erik supervisa hasta el final que todo marche bien, lo que podría tardar meses, o incluso un año”, continuó la princesa, y su voz era como un jardín de rosas llenas de espinas, buscando herir a quien se atreviera a tocarlas. “¿Qué piensa hacer la duquesa al respecto? ¿Regresará a la casa Lennox o decidirá ir al Ducado del Sol?”.
Isabella, al igual que todos los presentes, comprendió el significado de sus palabras y sabía que debía ser muy cautelosa en su respuesta. Pero su hermana se le había adelantado, impulsada por sus ánimos. “En eso tiene razón, princesa, y agradecemos su preocupación”, respondió Antonia.
“Sin embargo, apenas se haya establecido el orden en las provincias, mi hermana partirá para encontrarse con su esposo, pues debido al tiempo que quizás demore, le pidió a mi hermana que apenas diera aviso al rey de que los corsarios bandidos habían sido sometidos, debería emprender su viaje para encontrarse con él y así evitar estar tanto tiempo separados”.
Antonia tomó un sorbo de té, sintiéndose una vez más triunfante. Había reconocido las intenciones de la princesa, quien se resistía a aceptar que el duque ya era un hombre casado.
Antonia la comprendía, ya que todas las mujeres de la sociedad suspiraban por Erik, pero ninguna se atrevía a acercársele. Su belleza y su aura fría hacían que cualquier dama perdiera la iniciativa de hablarle.
Antonia, a su vez, admiraba las virtudes de su cuñado, y eso la hacía sentir la necesidad de defender lo que consideraba de su hermana.
La princesa Anna sentía que sus entrañas se retorcían al escuchar que el duque enviaría por Isabella. Había pensado que este hombre, conocido por su falta de modales y desapego, no se preocuparía por su esposa.
Pero, por lo visto, no era así. Al parecer, los rumores que se esparcieron cerca de las caballerizas, de que el duque estaba tan enamorado de su joven esposa que la había llevado en brazos hasta su cabaña para luego consumar su matrimonio, eran ciertos.
La princesa no podía permanecer un minuto más, así que, con una sonrisa forzada, se despidió para no “molestar más con el aprendizaje de la duquesa”. Ignoraba por completo la verdadera historia de lo que había sucedido en las caballerizas.
Isabella, al igual que la princesa, estaba atónita. Desconocía el talento de su hermana para inventar mentiras tan convincentes. “¿Y cuándo dijo el duque que enviaría por mí, hermana?”, le preguntó, sintiendo que las fuerzas la abandonaban. “¿Acaso crees que una mujer debe interferir en la labor de su esposo? Dime, ¿cómo haré cuando de verdad se haya establecido el orden en las provincias?”.
Antonia, en ese momento, se dio cuenta del aprieto en el que había metido a su hermana. Su corazón se llenó de intranquilidad. Al querer defender a Isabella, parecía haber logrado todo lo contrario. Sin embargo, en un intento de justificarse, le dijo: “Eres cercana al rey, busca que él te envíe tan pronto como la guerra haya terminado, y así mis palabras serán verdad.
¿Acaso no viste que la princesa aún persigue a quien ahora es tu esposo? Solo vino a burlarse de ti, porque a sus ojos él te había dejado abandonada. ¡Ja! Ya recibió una gran lección, y espero que con esto no vuelva a meterse contigo. No debes ser débil, hermana, con quienes no se lo merecen”.
Isabella conocía perfectamente a su hermana y su impulsividad. Sabía que sus palabras solo buscaban defender su honor, y que ella misma habría sabido cómo desviar las palabras afiladas de la princesa con decoro. Ahora, sin embargo, tendría que pensar en cómo resolver la situación que Antonia había creado.
^^Autora^^
Gracias por el apoyo de sus 👍
Y los invito a Leer Leonela vida devuelta y Mi destino al lado de él.